Revista Cultura y Ocio

La isla de los conejos - Elvira Navarro

Publicado el 09 julio 2020 por Elpajaroverde
«Voy en el autobús mientras escucho a Stevie Wonder en el iPod. Gerardo se desespera. Hay una canción que eres tú. Contra Gerardo, te evoco con todas mis fuerzas. ¿Por qué estoy aquí, haciendo un viaje que no quiero? ¿Dónde estás ahora? He apagado el móvil por temor a que llames delante de él».
El tú es un viajero ausente cuya presencia viaja entre Gerardo y la narradora. Un tú reducido a un sonido de móvil delator. Un tú que ha sido invocado antes de convertirse en una amenaza real. No sé su nombre, no conozco su rostro pero su existencia es para mí tan palpable como para la pareja que pretende ignorarlo. La mayoría de cosas que nos perturban, como ese tú, somos incapaces de nombrarlas. Sin embargo, ese tú es a nuestro yo como las banlieue de París Périphéire: «reverso de los bulevares franceses, vacíos». Y nosotros, al igual que la protagonista del citado relato, cuando lindamos con nuestro extrarradio nos sentimos perdidos, pequeños, desafiantes.
«Lo que escondía toda esa gente, y lo que ella misma ocultaba a los demás, eran problemas normales, y sólo el silenciar un padecimiento común, o sufrir en exceso por él, lo convertía en anómalo».
La isla de los conejos - Elvira NavarroNo sabía por dónde empezar a hablaros de este libro de relatos de Elvira Navarro, así que lo he hecho por el principio, por el primer párrafo, por el comienzo del primero de los relatos: Las cartas de Gerardo. Ninguna decisión, sin embargo, es completamente banal. Cuando leo ese primer párrafo me siento cómoda en su incomodidad. Encuentro en él una solvencia que me anima a seguir internándome por un camino en el que barrunto primará la inseguridad, «esa sensación, que dura las milésimas de segundo que tarda el pie en encontrar apoyo, y que hace creer al cuerpo que ha pisado un agujero, un abismo». Lo siento como un brote, con entidad propia pero susceptible a su vez de volver a brotar; como un microrrelato dentro de un relato. No, ninguna decisión es completamente banal.

La primera (tal vez la única, diría, si no fuera porque las palabras son también como brotes, porque todo relato que se precie ha de brotar desde algo e invitarse a sí mismo a brotar) palabra que se me ocurre para hablar de estos relatos de la escritora onubense es extrañeza. Las historias que albergan son extrañas y nos dejan una sensación de extrañeza. Me gusta esa sensación que me dejan a veces los relatos de no entenderlos en su totalidad. Tiene algo de incentivo, es como un reto a alcanzar. También es esperanzador tener la certeza de que queda aún por descubrir y por otra parte alentador el no comprender determinadas cosas. Lo que no sé si es adecuado es que en un mismo volumen se reúnan tantas piezas que me dejan embadurnada de esa pátina de incomprensión. Afortunadamente para mí, el mejunje con el que me envuelve Navarro comienza a tener un olor tan característico como esos ambientes nocivos, húmedos y un tanto putrefactos que abundan en este libro y por los que ella parece sentir tanta querencia. Tal vez esto sea así porque la putrefacción no es sino otro modo de brotar y de perpetuar la materia de la que germinan y que transforman las historias.

«Se sienta de nuevo en el escritorio. Las flores y los motivos geométricos de las alfombras que cubren las paredes la hipnotizan. Parecen moverse, aunque son los ácaros quienes se desplazan por las hebras de tejido viejo y mohoso. Escucha ese ejército mudo, distingue los matices de su movimiento. Los ácaros brincan, se paran, corretean por las finísimas fibras como ratas diminutas, como piojos por una cabellera larga. Hay polvo de hace setenta, cien años, en esas alfombras que a sus ojos ya no son descoloridas. Hay también partículas microscópicas que antaño fueron arena del desierto. Late algo tan antiguo que ni siquiera puede nombrarse».
Probablemente el relato más extraño de los once que componen La isla de los conejos sea Estricnina. En él el pabellón auditivo de una mujer crece de manera desorbitada y comienza a comportarse como un ente independiente. No es el único relato en el que la idea de la deformación anatómica unida a la metamorfosis está presente. También la encontramos en Myotragus y en Encía. Este último tiene incluso escenas desagradables de leer. Volviendo a Estricnina, el apéndice tiene hasta la osadía de intentar tomar el control del lápiz que sostiene la mujer entre sus dedos. La mujer quiere contarse. «Va a relatarse en tercera persona, como si fuera una extraña. Desea instalarse en ese aire de gelidez serena con el que se acaba de imaginar, que a su vez es el tono que quiere para su escrito. Le parece la mejor manera de ensayar su nuevo cerebro, de adelantarse a lo que va a sucederle».
Elvira Navarro relata también en tercera persona. Curiosamente solo utiliza la primera en los tres relatos protagonizados por parejas sentimentales. Ellos son Las cartas de Gerardo, París Périphérie y Encía. Son parejas que o bien no saben cómo dejarse o no saben cómo continuar juntas, en las que rivaliza la necesidad de liberarse con la dependencia, en las que se retrata la mezquindad de las relaciones y la culpa subyacente a esa mezquindad.
La prosa de Elvira Navarro es precisa e impecable. La escritora se me antoja una mezcla entre esa oreja parte de la propia persona pero extraña y desconocida y el falso inventor del relato del que toma el título este libro cuyo «método era descubrir por sí mismo lo necesario para elaborar lo que ya estaba hecho. [...] Inventaba lo que estaba inventado».
La isla de los conejos se desarrolla en una isla invadida por aves hasta que el falso inventor decide poblarla de conejos que, en su afán de supervivencia, comienzan a mostrar comportamientos muy humanos. En cuanto a presencia humana, sin embargo, la isla puede considerarse despoblada. 

La isla de los conejos - Elvira Navarro

Under the bridge, fotografía de Paolo Gamba


La cuentista gusta de alternar entre esos ambientes más despoblados y las grandes urbes pero, al final, independientemente de la ubicación, en todas sus historias prima lo inhóspito e incluso lo salvaje. Que se lo digan si no a la protagonista de La habitación de arriba que, exhausta de trabajar y poco y mal alimentada, no puede evitar soñar los sueños de los demás.
«Tardó más de una hora en llegar, y cuando estuvo bajo una de las pilas del puente, que expelía un fuerte olor a orina, sintió demasiada ciudad a sus costados. La superficie de cemento, que formaba un círculo gigantesco entre los edificios, le recordaba a su habitación del hotel: era un estado de excepción, un territorio que se desgajaba de cualquier espacio racional. Experimentó pavor a lo que pudiera soñar en aquella extensión descomunal. ¿Sería traspasada por los sueños de millares de personas, y esa multitud en su cabeza la desintegraría?»
En una ciudad sucede también Regresión. La adolescente que lo protagoniza explora los límites de su infancia, de la amistad y de su ciudad. «Iba con mucho miedo; estaba segura de que se encontraría a alguien dentro. Alguien que la esperaba sólo a ella. Pero eso no la impidió avanzar», como tampoco a mí la sospecha de lo que me iba a encontrar en este libro me ha impedido avanzar por él y, al igual que esa chiquilla, «en no pocas ocasiones había seguido a alguien con la esperanza de que su deambular por las callejas escuetas le descubriera algo que no estaba a su alcance».
Esa misma sensación de que «existía algo, y la enfermedad podía ser la excusa, la tapadera de otra vida que su hermano llevaba a hurtadillas de todos, quizás incluso de sí mismo» la experimenta también el protagonista de Notas para una arquitectura del infierno, un joven que admira a su hermano mayor y que nos muestra «su gusto por la soledad y el extrañamiento, por todo lo que no comprendía, las sensaciones raras de angustia e irrealidad que surgían con la caída de la tarde, la amenaza».
Los relatos de Elvira Navarro son como ventanas entreabiertas a lo extraño por las que se cuelan destellos de reconocimiento. Pero son también como los posts de esa cuenta de Facebook que intriga y perturba a la protagonista de otro de estos relatos, Memorial, pues «esas voces y esas imágenes eran pedazos de su memoria. [...] Únicamente en su interior existía tal registro de recuerdos». Como nos confiesa la narradora de Encía: «Si imagino fantasmas, estos no son nunca de desconocidos. Son de quienes más amo».
Se acerca el final de esta reseña y ya que la he empezado con el primero de los relatos de este libro supongo que lo más acertado sería terminarla con el último. Se trata de La adivina, en el que una mujer que recibe sms premonitorios busca y crea sucesos en su propia vida que los confirmen, como si fuera cierto que «los mensajes de la vidente que le llegaban con regularidad a su móvil manifestaban su propia sombra». Lo suyo, pues, sería terminar esta entrada con el último párrafo de este relato y por tanto de este libro. Pero ya os he dicho que las decisiones por más que aparenten banales nunca son tal y a mí me apetece regalaros lo que se me antoja otro microrrelato dentro de un relato. Es una visión pero no de la vidente si bien pertenece al relato en el que esta interviene. Tampoco es relativa al futuro sino que echa la vista al pasado. Pero quién necesita pronósticos extraños y misteriosos. Nadie puede tener una visión más certera de nuestro futuro que los mejores conocedores de nuestro pasado que somos nosotros mismos.
«Veía entonces el salón de su infancia en penumbra, una televisión que llevaba horas puesta, un tedio narcótico, violento. Dos personas marchitándose frente a una pantalla. Luego, el lunes por la mañana, tras la exasperante quietud, esas dos personas se iban a sus trabajos y regresaban con aire fresco y otros ensimismamientos que los lanzaban lejos del abismo y hacían que la estancia en ese sofá frente al televisor de diez a doce de la noche fuese un simple descanso, una parada antes de volver a proyectarse. Algunos fines de semana evitaban el sofá. Se metían en el Volkswagen Passat y peregrinaban por otras provincias, y ésa era una forma amable de alejarse, de mantenerse en la contemplación de otras realidades. Ella, la hija, iba en el asiento trasero con un walkman. También en sus propios parajes».

La isla de los conejos - Elvira Navarro

Some shells, fotografía de Alexander Fink


Ficha del libro:
Título: La isla de los conejos
Autora: Elvira Navarro
Editorial: Literatura Random House
Año de publicación: 2019
Nº de páginas: 160
ISBN: 978-84-397-3482-6
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