La Isla, el primer cómic de la pacense Mayte Alvarado, tiene la cadencia de un poema marinero; por lo que cuenta y por cómo lo cuenta, con ese preciosismo pictórico que atrapa la vista entre colores serpenteantes y masas cromáticas de cálida solidez.
El color ausente de líneas inunda con intenciones simbólicas una historia casi silente basada en sugerencias y presagios, un cuento trágico que, como sucede en muchas narraciones populares, parece esconder un recorrido circular y una deriva alegórica, en la que la naturaleza (identificada y personificada en el mar, en este caso) adquiere una naturaleza mágico-demiúrgica. Sus personajes (la joven, el loco, el perro, los amantes, el mar...) funcionan como abstracciones arquetípicas al servicio de ese formulismo de la cuentística tradicional. Su presentación paulatina (acompañada de un título) ayuda a estructurar el relato y a dirigir la atención del lector más allá de sus poderosas imágenes.
Porque la gran fuerza de La isla reside en su apartado gráfico y en sus numerosas metáforas visuales. Cuadros secuenciados (o secuencias pictóricas, como queramos verlo) que, con su expresionismo colorista, desbordan el hecho narrativo para tejer una cadencia poética en una red de referencias cruzadas y asociaciones connotativas. El pincel de Alvarado se mueve con libertad entre la secuenciación tradicional en viñetas y otras composiciones simbólicas cercanas a la abstracción que parecen desbordar la página en un flujo centrífugo.
La isla es un debut luminoso, un ejercicio de estilo que, en su afortunada combinación de lenguajes (el pictórico, el poético, el narrativo-secuencial), propone una lectura cargada de lirismo, al mismo tiempo que invita a numerosas relecturas desde el puro disfrute visual.