http://www.muchcine.com/2014/10/la-isla-minima-la-obra-maestra-de.html
Sinopsis: 1980. En un pequeño pueblo de las marismas del Guadalquivir, olvidado y
detenido en el tiempo, dos adolescentes son encontradas muertas. Desde Madrid
envían a dos detectives de homicidios, Pedro y Juan, de perfiles y métodos muy
diferentes que, por distintos motivos, no atraviesan su mejor momento en el
cuerpo policial. Nada es lo que parece en una comunidad aislada, opaca y
plegada sobre sí misma. Las pesquisas de los detectives parecen no llevar a
ningún lado. En este difícil proceso, Juan y Pedro deberán enfrentarse a sus
propios miedos, a su pasado y a su futuro. Su relación se irá estrechando y sus
métodos se harán parecidos. Lo único importante es dar con el asesino.
Ficha Técnica:
Título original: La isla mínima
Dirección: Alberto Rodríguez
País: España
Año: 2014
Duración: 105 min
Género: Thriller, policiaco
Interpretación: Raúl
Arévalo (Pedro), Javier Gutiérrez (Juan), Antonio de la Torre (Rodrigo), Nerea
Barros (Rocío), Jesús Castro (Quini), Salva Reina (Jesús), Manolo Solo
(periodista), Jesús Carroza
Guión: Rafael Cobos y Alberto Rodríguez
Producción: Mercedes Gamero, José Antonio Félez, Mikel Lejarza, José Sánchez
Montes y Mercedes Cantero
Música: Julio de la Rosa
Fotografía: Alex Catalán
Montaje: José M.G. Moyano
Vestuario: Fernando García
Crítica
“El traje”, “7
vírgenes”, “Grupo 7”… a base de acento y calor del sur, de plasmar como pocos
la lucha de diferentes generaciones por salir adelante, Alberto Rodríguez ha
ido construyendo la que quizá sea la filmografía patria más coherente de los
últimos tiempos. Una carrera que tiene en “La isla mínima” su particular obra maestra, una isla que más
que mínima es inmensa, un thriller policiaco sureño sin fisuras, nada maniqueo
ni consecuente con el espectador, que como ya hiciera en su anterior trabajo
viene a deconstruir una época de la historia de España, la Transición, podrida
y sórdida bajo ingentes capas de falso optimismo por romper definitivamente con
el pasado.
“La isla mínima” reboza
clasicismo y maestría en cada fotograma. No inventa nada nuevo para el género,
pero maneja sus mecanismos con presteza y cerebro. Tras la cámara, Rodríguez
muestra la madurez de un genio en el uso de la iluminación, la banda sonora, en
la dirección de sus actores. Pero es un guión digno de análisis, repleto de
sublecturas a esta España nuestra, el que mantiene todo el engranaje en
perfecto funcionamiento. Es capaz de manejar hasta tres tramas policiales
paralelas manteniendo el interés y suspense en cada una de ellas, entretejiendo
una red de mentiras de caminos tan sinuosos como los de esas marismas del
Guadalquivir presentadas en plano cenital.
Consigue además dos
objetivos importantes. En primera instancia, soluciona uno de los grandes
escollos de su anterior película, perfilar hasta el más mínimo detalle unos
personajes inolvidables, a los que da vida un reparto ejemplar en el que Raúl
Arévalo vuelve a demostrar que es uno de los mejores actores jóvenes de nuestro
país, en el que Javier Gutiérrez compone el mejor rol de toda la película y de
toda su extensa trayectoria ante las cámaras, y en el que Nerea Barros nos
regala algunas de las miradas más grandilocuentes del cine reciente. Y en
segundo lugar, su desarrollo y resolución, tanto de la trama principal como del
destino de sus protagonistas, trata con respeto a un espectador al que se le
dan varios cabos sueltos que atar. Sin darlo todo masticado, apelando a la
inteligencia del público.
Rodríguez convierte los
parajes andaluces en su propio Luisiana –y que haya quien aún la compare con
“True Detective”-, y sitúa en ellos a las dos Españas, la de los que miran al
futuro –los jóvenes que desean abandonar el pueblo, el poli demócrata que
apuesta por el cambio- y la de los que no pueden evitar echar la vista atrás
–esa clase acomodada que vive por encima de la ley-, y más que lograr
enmarcarse en el grupo de las grandes cintas policíacas patrias, consigue
dibujar un retrato tan certero de esa España negra y profunda que no es más que
el reflejo de los males del país como el que trazaran maestros como Pilar Miró
en “El crimen de Cuenca” o más recientemente Carlos Saura en la imprescindible
“El séptimo día”. Porque lo más descorazonador es saber que, aunque la historia
se ambiente treinta años atrás, seguimos viviendo inmersos en el mismo fango.
NOTA: 8 sobre 10
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Publicado por
Gerardo Medina Pérez