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La izquierda frente a la reconstrucción del sujeto.

Publicado el 08 noviembre 2011 por Dcarril
Demasiado tiempo hemos celebrado, de forma inconsciente o acaso malévola, un horizonte en el que por fin todas las ilusiones filosóficas sobre el sujeto y su progresión histórica iban a ser sustituidas por un tiempo plano, sin proyección futura, en el que o bien por exceso de historicismo o por renuncia a él se había roto con una herencia histórica que fuese capaz de iluminar un futuro para el sujeto distinto de la destrucción misma de ese sujeto. En el debate del postmodernismo, se celebraba la llegada de una visión hedonista y dionisíaca, que acentuaba el centro del pensamiento en un discurso sobre el cuerpo y que destacaba la necesaria destrucción de todos los conceptos heredados desde la Ilustración y más allá, como si fuésemos capaces de pensar sin categorías y fuese acaso fácil bañarse en el barro del fenómeno sin necesidad del pensamiento.
Todo esto podía estar muy bien, pero hoy conocemos el precio de semejante perspectiva: en el pensamiento político, una derrota filosófica de la izquierda que no es capaz de pensarse sin rebuscar en la antigüedad del dogma o en la debilidad de un pensamiento sin sujeto, poco o nada efectivo; en la perspectiva de la emancipación del género humano de sus cadenas, un tiempo sin dimensiones, en el que todo proyecto era condenado por utópico o ridículo, en el que por fin el eterno retorno nietzscheano se había asumido sin la conciencia de la dimensión temporal del devenir. En fin, se trataba de la asunción de un tiempo fuera del tiempo, lo más parecido a un concepto malo de la eternidad.
La izquierda frente a la reconstrucción del sujeto.Pero junto a esta abstracción se encontraba la realidad fenoménica de ella, la manifestación explícita de su concepto que se ejecuta de manera inequívoca en el vulgar desarrollo del capitalismo. Un desarrollo que se aviene bien con esta renuncia al tiempo histórico, siempre forjado en tensión con las dimensiones propias que le subyacen y cuya expresión más adecuada es el concepto de proyecto. Ahora bien, todo proyecto necesita un sujeto, y es esto precisamente lo que se ha tratado de destruir.
El proyecto más urgente para una izquierda responsable tiene entonces que pasar por la reelaboración del sujeto y por su contenido propio. Este sujeto no puede ser, por supuesto, el del marxismo ortodoxo. La lucha de clases puede ser ciertamente importante en ese proyecto, pero no puede constituir el núcleo esencial del mismo en un mundo que ya no es el del capitalismo convencional. El pensamiento de este sujeto tiene que conciliar y armonizar los hallazgos del marxismo con la nueva sensibilidad política y cultural del siglo en el que vivimos, pero dicho esto, ello no es excusa para promocionar un pensamiento débil, como por ejemplo hace el profesor Vattimo. Porque un pensamiento débil es la mejor coartada para un neoliberalismo fuerte, crecido, cada vez más cínico, sin escrúpulos, y que si es dueño de una verdad: la verdad del capitalismo mundial, único sistema posible, y la verdad del deseo de poder y acrecentamiento del capital.
Junto con este replanteamiento de la categoría de sujeto, necesitamos también un replanteamiento de la categoría temporal. El tiempo no se ha detenido, los problemas cósmicos de la existencia subyacen y el género humano se encuentra en un momento clave que decidirá su existencia o su destrucción futuras. En un momento tal, hablar de pensamiento débil es aceptar la derrota y sucumbir a la eternidad del capitalismo, que es a la vez la tumba del mundo humano. No, necesitamos un pensamiento fuerte, que debe estructurarse sobre la base de la esperanza de la emancipación de un género humano sufriente que sigue teniendo como meta básica en la vida la felicidad.
La izquierda política tiene una tradición humanista y cultural muy rica, que solo un loco podría atreverse a arrojar por la borda. De Rousseau a Marx, de Hegel a Lukács, el pensamiento político de izquierdas puede darnos una serie de claves conceptuales que conecten a un género humano desterrado de la significación filosófica, existencial y metafísica, y lo lleven hacia el proyecto inacabado de nuestros antepasados ilustrados. Para ello tiene que hacer un gran trabajo de síntesis, eliminando los residuos imposibles de mantener- la identificación ilustrada entre ciencia y conocimiento, por ejemplo- y aportando y digiriendo las nuevas experiencias de nuestro siglo. Todo un reto dificilísimo, ante el que el pensamiento débil no puede sino alejarnos de la meta.

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