Decía no sé quién que no hay nada nuevo bajo el sol, "nihil novum sub sole", yo lo transformo un poco y digo que no hay nada puro bajo el sol.
Y lo afirmo porque quiero escribir hoy sobre la izquierda y la derecha.
En un principio fueron de izquierda aquello elementos superrevolucionarios que se sentaron a la izquierda en la Asamblea Nacional que surgió de la Revolución francesa, cámara en la que se suponía que todos eran revolucionarios.
Tan revolucionarios eran que, cuando se dieron cuenta, se estaban matando unos a otros, lo que ciertamente fue el colmo de la revolución.
No sé si es por esto que, para mí, los conceptos de izquierda y revolucionario son idénticos.
Yo me niego rotundamente a admitir que un tío que está de acuerdo con el actual estado de cosas en el mundo sea de izquierdas.
Para ser de izquierdas hay que pretender sinceramente dar la vuelta a la situación institucional, de la misma manera que ser de derechas es hacer todo lo posible para que todo siga igual, es por eso que ellos, los de derechas se denominan a sí mismos, conservadores.
Por eso decía yo antes que para mí los conceptos de izquierda y revolucionario son sinónimos.
Por supuesto que soy plenamente consciente de que, con esto, adelgazo el número de los auténticamente izquierdistas hasta un extremo que los hace casi inexistentes.
Para ser de izquierdas no se puede estar de acuerdo con el actual estado de cosas, en el momento en que consientas que algo de lo que actualmente existe está bien, es como debería de ser, eres un jodido conservador y, por tanto, un tío de derechas.
Un tío de izquierda se rebela contra todo, comenzando contra sí mismo.
Yo, por ejemplo, no estoy de acuerdo no ya sólo con nada de lo que hago sino tampoco con lo que soy.
Soy un asqueroso y pestilente individualista-lo esencialmente contrario a socialista en el sentido marxiano de la palabra-que sólo se preocupa de sí mismo, hasta el extremo que cuando lo hago también de los otros es porque eso, en el fondo, acaba revertiendo también en mí.
O sea que, ahora, cuando me ocupo y preocupo tanto de mi mujer es porque ello es lo que más me satisface en el mundo.
No hay pues nada altruista ni revolucionario en que yo, ahora, viva por y para mi mujer.
Sí que lo sería si yo lo hiciera por todo los que se hallan en la misma situación que ella.
Es el concepto primigenio de sociedad, aquél del que escribía Aristóteles cuando decía que el hombre es un zoon politikon, un animal social de tal manera que todo aquel que no lo es o es un dios o una bestia.
Lo que empequeñece, lo que no hace mi actitud respecto a mi mujer ni social ni revolucionaria, es decir, lo que impide que la conceptuemos de izquierda es el profundo egoísmo existencialista que domina mis sentimientos.
En cambio, hay otras personas que han constituido una sociedad que se denomina de "familiares de enfermos de alzhéimer" que sí que están actuando como auténticos revolucionarios izquierdistas en tanto en cuanto se mueven en orden a revolver no ya la situación de absoluto abandono de los pacientes de este enfermedad y de sus familiares, sino la casi total desconexión e independencia de todos los que de un modo u otro sufren por causa de esta terrible enfermedad.
O sea que es posible ser absolutamente revolucionario y, por lo tanto, izquierdista si intentamos que todo lo que hacemos no sólo nos beneficie a nosotros y a los nuestros sino que ensanchamos el campo de nuestra preocupación y de nuestro trabajo a todos los que se hallan en la misma situación.