Kant
Hace unos días, no sé por qué, sentí la necesidad de profundizar todo lo que me fuera posible en los conceptos de izquierda y derecha y comencé a hacerlo, pero, como me ocurre siempre, cuando me dí cuenta estaba escribiendo sobre mí mismo y si yo era realmente un tipo de izquierdas y tristemente llegué a la conclusión de que no.
Comenzaba recordando que los términos izquierda y derecha nacieron en la Asamblea Nacional Francesa para designar los lugares en los que se sentaban los grupos más y menos revolucionarios de entonces.
No sé si es por algún oscuro mimetismo, en nuestro Congreso, también se sientan a la derecha los reaccionarios y a la izquierda los que se supone más progresistas.
Pero no hay tal. Progresistas, lo que se dice progresistas, en nuestras Cortes, no hay sino esos minúsculos grupitos que ocupan los escaños del centro del famoso hemiciclo.
Hay quienes recurren a un método excluyente, que yo me atrevo también a llamar elusivo, para designar a estas dos grandes facciones de la política mundial: izquierda es todo lo que no es derecha y viceversa.
Para mí, la izquierda está constituida por todos esos que no sólo piensan y sienten sino que también lo sostienen con todos los medios a su alcance que todos los hombres somos iguales y que esta igualdad no sólo debe inscribirse en esos panfletos que son las Constituciones de los diversos Estados, sino que éstos no tienen otra misión que propugnar y garantizar dicha igualdad.
Y todos somos y debemos ser iguales porque estamos constituidos de la misma carne y de la misma sangre y nos han arrojado a este asqueroso mundo sin que lo hayamos pedido.
Ya sé, ya sé que famosos izquierdistas, como Felipe González, abjuraron del marxismo precisamente por eso, porque consideraban que la mayor igualdad es la suprema injusticia porque no hay injusticia mayor que hacer iguales al que se pasa toda su puñetera vida trabajando como un negro y al que no da puto golpe en toda su puñetera vida, también.
Como diría un jodido Ortega cualquiera: “no es eso, no es eso”.
Se trata, ni más ni menos, de que todos, absolutamente todos tengan realmente la igualdad de oportunidades.
Si uno es una fiera insaciable y se lee y asimila todas las bibliotecas del mundo, hagamos de él, el director de la instrucción pública del país, y otorguemosle el status social suficiente para que viva y muera como lo que es, el más sabio de todos los ciudadanos.
Pero ello no implica, como quiere el ministrol Wert, siguiendo la directrices de su maestro, Aznar, que el menos voluntarioso de los hombres no tiene derecho a vivir y por lo tanto hay que matarlo de cualquier manera, preferentemente de hambre.
Hay gente que ha venido a este mundo, como otros muchos vegetales y animales no para ser los reyes del mambo sino sólo para seguir alentando, sólo para sobrevivir, dejémosles que lo hagan y no les pisemos el cuello hasta ahogarlos.
A mí me hubiera gustado mucho ser uno de éstos últimos. Que me hubieran dado un modestísimo puesto del último de los jardineros o agricultores de mi pueblo y que me hubieran permitido seguir viviendo regando los árboles y las plantas y podando de ver en cuando sus ramas.
No me lo permitieron. Me hicieron leer y escribir como un burro y ahora no puedo vivir sin unos enormes remordimientos de conciencia porque creo que mi pueblo y mi país han desperdiciado todo lo que emplearon en mi instrucción, porque no soy capaz de hacer nada realmente útil.
Y este sentimiento de estafa hacia los demás es lo que creo que, a pesar de todo, me cualifica de izquierdas porque responde a la máxima marxista de dar a la sociedad todo lo que seamos capaces y obtener de ella sólo lo necesario para sobre vivir.
Imperativo marxista que yo considero superiora al imperativo categórico kantiano: obra de tal manera que siempre puedas aspirar a que tu norma de conducta sea universal.