Revista Cine
Ganadora del premio "Un Cierto Talento" otorgado a su juvenil reparto en la sección Una Cierta Mirada de Cannes 2013, La Jaula de Oro (México-España, 2013), opera prima del cineasta español Diego Quemada-Diez -con larga experiencia como operador y/o asistente de cámara en dos decenas de producciones internacionales- tiene la desventaja de explorar/explotar un tema que, por más pertinente que sea, empieza a resultar demasiado familiar: el trayecto de los migrantes centroamericanos por México montados en la tristemente célebre "Bestia". Sea en el terreno de la ficción (Sin Nombre/Fukunaga/2009), del documental -Lecciones para Zafirah (Rivas y Sarhandi, 2011)- y de la imprescindible cobertura periodística/televisiva sobre las innumerables tragedias que han ocurrido en el camino -¿remember San Fernando?-, las historias del paso de los indocumentados centroamericanos por nuestro país están limitadas temáticamente por la realidad misma: los abusos por el camino a manos de la migra mexicana o del crimen organizado, la mutilación o muerte de alguno de los viajantes, la llegada a la frontera norte para intentar el cruce, la alienada y difícil vida "al otro lado"... Quemada-Diez no rehuye ninguno de estos caminos. De hecho, la película sigue una ruta dramática más o menos previsible. Sin embargo, el cineasta debutante logra trascender con mucho estas limitaciones por una puesta en imágenes eficaz -fotografía de la ascendente María Secco-, por el argumento nada sentimental escrito por Quemada-Diez y adaptado por el propio cineasta en colaboración con Gibrán Portela y la siempre bienvenida Lucía Carreras, y por las notables interpretaciones que ha logrado de sus jóvenes actores no profesionales premiados en Cannes 2013. Tres muchachos guatemaltecos deciden irse al gabacho: el arisco Juan (Brandon López), su novia Sara (Karen Martínez) -que viaja como "Osvaldo", con el pelo recortado y vestido de hombre-, y el amable Samuel (Carlos Chajón). En cuanto cruzan el Suchiate, se les arrima el jovencito tzotzil Chauk (espléndido Rodolfo Domínguez), que no habla una sola palabra en español. A las primeras de cambio, después de una golpiza y un asalto en manos de unos policías mexicanos, Samuel desiste y prefiere quedarse en Guatemala. Juan, Sara y Chauk vuelven a cruzar la frontera con México, con crecientes tensiones entre los dos hombres, pues para Juan, Chauk -que ya se dio cuenta que "Osvaldo" es mujer- no es más que "un pinche indio". Líneas atrás apunté que la ruta dramática que sigue La Jaula de Oro es "más o menos previsible". ¿Qué tanto más, qué tanto menos? Me explico: aunque la tragedia acompañará a estros tres muchachos en su camino rumbo al norte, la forma en la que aparece -o no aparece- denota un esfuerzo por evitar caer en el lugar común. Por supuesto, hay violencia -pero de forma inesperada y relampagueante-; por supuesto, adivinamos el triste fin que algunos tendrán -pero no hay miserabilismo ni explotación morbosa de ningún tipo-; y, por supuesto, por el triángulo que forman los personajes, la historia de amor parece (y es) inevitable -y, sin embargo, también habrá forma de sacarle la vuelta. Hasta cierto leit-motiv visual -la caída de unos copos de nieve en una noche oscura-, que parece un mero capricho estilístico, tendrá en el desenlace un justo peso dramático, más después de saber el significado de cierta palabra en tzotzil ("taív") que, sospecho, no se podrá olvidar fácilmente. Como la propia película.