La llegada al poder de Napoleón III supuso una transformación radical para la ciudad de París. La capital del Imperio debía ser transformada, arrasando sus barrios más populares para construir los amplios boulevares que son hoy la admiración de los turistas del mundo entero. Dicha metamorfosis urbanística iba a ser aprovechada por muchos especuladores sin escrúpulos para hacer dinero fácil especulando con las propiedades y terrenos que debían ser expropiados. Precisamente esta va a ser la obsesión de Aristide Saccard, uno de los protagonistas de La jauría, un vástago de la familia Rougon-Macquart, que ya conocimos en el primer libro de la saga, La fortuna de los Rougon, que se cambia de apellido para darse un porte más aristocrático. Gracias a la ayuda de su hermano, ya instalado en la capital cuando él llega, consigue un puesto en el Ayuntamiento. Sus labores en el Consistorio van a ser una auténtica escuela para Saccard, que con gran paciencia va trazando sus planes gracias a nuevas amistades y, sobre todo, a la información privilegiada que consigue gracias a su posición. Para él París es una especie de tablero de juego, una urbe enorme que puede ser desgajada en trozitos y de la que pueden sacarse millones. Intuyendo por donde van a pasar las nuevas y enormes avenidas, nada más sencillo que comprar propiedades que pronto van a subir de precio. Además, para asegurarse los importantes beneficios que le reportan estas operaciones, consigue formar parte de la Comisión de valoración del Ayuntamiento.
Pero la novela de Zola no trata solo acerca de la especulación inmobiliaria, el inmenso caudal de corrupción que conformó una capital de Francia tal y como hoy la conocemos. También pinta un elaborado fresco de una clase social ascendente, la de los burgueses y antigua nobleza que se aprovechan de la bonanza económica. El autor de La taberna coloca su lupa sobre Renée, joven esposa de Saccard, mujer frívola y hermosa, cuyos días están consagrados a procurarse una existencia lo más lujosa y placentera posible. A Renée no le importa gastarse miles de francos en vestuario, en perfumes, en decoración. No entiende bien de donde surge ese manantial de dinero que parece inagotable, pero acepta su suerte como algo tan natural que, cuando sus finanzas empiezan a torcerse, no entiende muy bien lo que está sucediendo, ya que ella cree que va a vivir eternamente en "una feliz esfera de goce e impunidad divinas".
Y lo que sucede es que su marido, un ser tan inteligente como intrigante, ha maniobrado para quedarse con su herencia. Porque aquí no existe ni mucho menos una idea de familia tradicional. Los tres miembros de la familia Saccard viven existencia totalmente libres, sin tener que dar cuenta a los demás de sus acciones. De ahí que, aburrida ya de una existencia sin límite a las experiencias y placeres, Renée acabe con los últimos rescoldos de moralidad que pudieran quedarle y, después de haber tenido numerosas aventuras amorosas, acabe encaprichándose de su propio hijastro, convirtiéndolo en su amante. El propio Saccard, obsesionado por sus negocios, apenas se preocupa por estos asuntos. Él también toma a las amantes que más le convienen, las que pueden reportarle en el futuro los mejores dividendos y también disfruta de la vida a su manera, aunque sea con la comezón de una permanente angustia que le insta a seguir llenando su bolsa hasta convertirse en uno de los hombres más ricos de París.
La jauría, a pesar de haber sido escrita hace más de cien años es una novela perfectamente actual, que trata del efecto que tiene en la sociedad el enriquecimiento especulativo (aunque en esta ocasión se retrate a las clases más favorecidas por el mismo, en otras de la misma serie Zola descenderá a la miseria de los perdedores) y el fenómeno de las fortunas que surgen a través de lo que hoy llamamos pelotazos urbanísticos. El mismo autor explica sus objetivos en el prefacio:
"He querido mostrar el agotamiento prematuro de una raza que vivió demasiado deprisa y que desembocó en el hombre-mujer de las sociedades podridas; la especulación furiosa de una época, encarnada en un temperamento sin escrúpulos, propenso a las aventuras; el desequilibrio nervioso de una mujer en quien un ambiente de lujo y de vergüenza centuplica los apetitos nativos. Y con estas tres monstruosidades sociales, he tratado de escribir una obra de arte y de ciencia que fuera al mismo tiempo una de las páginas más extrañas de nuestras costumbres."
El gusto por la descripción propio del naturalismo está muy latente en toda la narración: Zola es capaz de recrearse durante páginas enteras en los detalles de los ambientes por los que se mueven los personajes, en sus habitaciones, en sus objetos, en las ropas que visten... trazando así un cuadro hiperrealista de las costumbres de la clase social en la que ha centrado su novela. Además, como es propio de una gran novela decimonónica, la economía doméstica, esa que está repleta de grandes despilfarros, de pagarés, de deudas astronómicas y de pequeñas miserias que se codean con un lujo resplandenciente, tiene una importancia capital en la historia. Zola, como Balzac, Flaubert y otros autores de la época, jamás decepciona a quien quiere conocer los detalles más nimios de un tiempo en el que París empezó a ser la capital del mundo.