En medio del avance y del progreso más afortunado que ha conocido el ser humano, aún es común que te miren de arriba a abajo en ciertos círculos si no vas con traje y mocasín. Te miran, arquean una ceja y mueven la cabeza a los lados en un gesto de desaprobación como si tus vaqueros y tus deportivas representasen la evidencia de tu analfabetismo, tu suciedad o tu falta de clase. Ni hables. No te van a escuchar mientras no cambies de look. Y ese hecho está tan vacío de valores como repleto de ignorancia.
Desgraciadamente la apariencia prima de una manera flagrante en ambientes de todo tipo, aunque se acentúa en aquellos en los que la falta de mayor contenido hace necesaria una planta imponente, como es el caso de la política.
Las pasadas elecciones fueron un reflejo de la pluralidad de nuestra sociedad (con una mayoría de abstenciones que refleja la voluntad de los españoles: un domingo cualquiera preferimos echarnos una siesta a bajar a la calle a votar). Podemos sacó un escaño por Tenerife y no saben la cantidad de improperios que leí en redes sociales contra el muchacho elegido. No sé si lo hará bien o no. Lo que sé es que le han escrito que se bañe, que se peine, que se despioje,… lo más suave era “¿y cuál es el currículum de este tío?”, pregunta de lo más lícita, sin embargo el mensaje que hay detrás es el de “compensar” su pinta con un currículum brillante, como si los puntos se repartieran equitativamente entre aspecto y formación. No se ve tanta curiosidad por Pablo Matos (por ejemplo), ¿será que ya conocen su trayectoria o que su aspecto de “señor” no precisa preguntas?
Como decía mi amigo Manu, a los españoles no nos molesta que nos roben, mientras nos roben los de la corbata. Lo que no aceptamos es que vaya a cobrar un sueldo público alguien con pinta de “pobre”. Pa’ eso que me lo den a mí, así de cutres somos. Así de superficiales. Así de hombres, así de mujeres… y viceversa.
Lo que nos cuesta es aceptarlo.