Aquí no utilizado en sentido despectivo. Jerga: f. Conjunto de expresiones especiales y particulares de una profesión o clase social. En nuestro caso, algo “más”- si el más tiene aquí algún sentido- que la clase social o la profesión, pues que la “jerga” de la que hablamos coincide en su límite con la extensión total de la singularidad, que en efecto poco o nada puede distinguirse de su expresión. Jerga de la singularidad. Wittgenstein nos advirtió contra el peligro y sinsentido de un “lenguaje privado”; pero sería en exceso simplista reducir la comunicación a dos modos generales de darse el lenguaje, como “público” y como “privado”. Si el lenguaje privado es, en efecto, algo particular del yo, allí donde participen dos personas habrá lenguaje público, lo que dificulta y multiplica la consideración de la pluralidad de los lenguajes públicos, que estarán, dado el caso, en relación o no relación entre sí, postulando mundos interconectados sólo en cierto sentido, sólo en cierta dirección, o incluso mundos cerrados, que convertirían el lenguaje público en algo a su vez “privado”.
Hablar, por tanto, de un “lenguaje público” nos deja fuera del problema mismo y en realidad nada soluciona, en la medida en que un lenguaje público puede exhibir comportamientos privados y viceversa. El gran lenguaje público por excelencia de nuestro tiempo tiene nombres y características tan singulares y concretas que resultaría inútil señalarlas. La resistencia contra este gran lenguaje es la jerga de la singularidad, que se produce necesariamente en los límites, en el margen del gran lenguaje. Aclarar el sentido de los lenguajes públicos que se comportan como centros restringidos de acceso comunicativo provoca grandes malentendidos. Y con ello llegamos a los límites mismos de la ética y de la moral. Pero es deber del filósofo no preocuparse por estos límites, sino lanzar el ancla allí donde más hondo pueda tocar.
¿Qué sucede cuando un amante mata a su amada por celos? ¿Estamos preparados para describir el sentido de una situación semejante? El gran lenguaje nos impele a condenar de inmediato esta acción, aún cuando ignora por completo el dominio del sentido que interpela a los dos actores implicados. El amante responde: “ella no sería nada sin mí”. Nosotros respondemos de inmediato: “la locura le llevó a ello; es un criminal: a lo sumo, un hombre desgraciado”. Desde luego, nadie en su sano juicio cree que el sujeto implicado y víctima, la amada, podría desde luego corroborar la “tesis” del amante. Pero aquí erramos en el juicio, pues no hemos entendido absolutamente nada del problema. No porque seamos unos románticos que creemos en la justificación absoluta del amor, etc, sino porque definitivamente somos los actores externos de un juego de lenguaje absolutamente incomprensible para nosotros: se jugaba en privado, se jugaba al margen del gran lenguaje.
Y al margen del gran lenguaje se juegan en realidad los juegos de lenguaje más importantes de nuestra vida. Estos conforman una “jerga”, una difícil comunicación establecida más allá de los signos y de los conceptos, en una dimensión probablemente inaccesible a nuestro actual pensamiento y que trabaja con densidades difícilmente describibles en términos conceptuales. La jerga de la singularidad, que explota a menudo en forma accidental, tiene aquí su cabida y su revolución contra el gran lenguaje que por público condena a la privacidad a los sujetos que se encuentran bajo su necesaria influencia. Aquí ya no hay nada público que no sea la abstracción consumada de la publicidad, o el efecto exterior de la singularización exacerbada de los usos lingüísticos. Ya no estamos en condiciones de entender los caminos- indescriptibles- por los cuales el sentido se conjuga en la realización de actos lingüísticos, que a menudo estallan como violación explícita de los usos y normas del gran lenguaje, obviando la gran presión a la que se enfrentan los juegos públicos devenidos privados. Esta privacidad es también la evidencia de la presión exterior del gran lenguaje. Y la jerga aparece aquí como el camino sinuoso o el límite en el que lo privado deviene público, estallando contra el significado. En este límite, la jerga ya no es meramente expresión de algo otro, sino propiamente la singularidad exponiéndose a sí misma. “Existencia”, para decirlo con las palabras de Jean-Luc Nancy.