Revista Opinión

La larga sombra de los mercenarios en África

Publicado el 15 agosto 2019 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

La figura del mercenario está presente en la historia desde hace miles de años, aunque su importancia ha variado mucho dependiendo de la época y el contexto. Uno de los primeros casos documentados de presencia mercenaria es en las Guerras Médicas (492-478 a.C.), en las que el Imperio persa llegó a contratar a mercenarios griegos para la conquista de Esparta. Aunque se contrataban muchos mercenarios como soldados rasos, eran especialmente valorados por su capacidad de dirigir y asesorar a las tropas, llegando a ocupar puestos destacados en el alto mando militar o incluso como guardias personales de los dirigentes. También hubo mercenarios en las Guerras Púnicas entre Roma y Cartago, sobre todo en el ejército cartaginés, que contaba con un gran número de ellos venidos de todas las orillas del Mediterráneo, principalmente libios, íberos, galos y griegos. 

A lo largo de la Edad Media los mercenarios jugaron también un importante papel en las guerras entre los diferentes reinos. Surgen las primeras grandes compañías de mercenarios, compañías que en algunos casos eran superiores a los ejércitos de los reyes o señores feudales. En Italia, los condotieros —como la Compañía Blanca, liderada por el inglés John Hawkwood— fueron una herramienta militar fundamental para las guerras entre las ciudades-Estado italianas. En la península ibérica, el dominio árabe se basaría en parte en el poderío militar de la Guardia Negra, formada por soldados mercenarios y esclavos venidos del África central. Hasta Bizancio llegaría la Gran Compañía Catalana —liderada por el italo-alemán Roger de Flor— a luchar contra los otomanos, mismo destino que la Guardia Varega, formada por escandinavos descendientes del pueblo vikingo.

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Sancho VII de Navarra irrumpe a caballo sobre la Guardia Negra en la batalla de las Navas de Tolosa (1212). Fuente: Archivos Historia

Como puede verse, los mercenarios siempre se han distinguido por su movilidad internacional. Al igual que los mercenarios actuales, la gran mayoría prestaba sus servicios al mejor postor, sin importar si para ello tenían que pelear para el bando al que antes se enfrentaban. El Cid Campeador personifica este carácter ambivalente de los mercenarios, llegando a luchar tanto para los árabes como para los cristianos en la España del siglo XI. Luchara con arcos y flechas o con armas de última generación, para emperadores o para empresas privadas, la figura del mercenario ha sido esencialmente la misma a lo largo de la historia: el mercenario no lucha por razones éticas o morales, ni siquiera ideológicas, sino simplemente económicas.

Para ampliar: “La privatización de la defensa: compañías militares privadas y mercenarios”, Fernando Arancón en El Orden Mundial, 2014

Contratar mercenarios es una decisión que conlleva muchas ventajas, no solo en el terreno militar. Por un lado, permite reducir las inversiones de tiempo y dinero necesarias para entrenar a los soldados, ya que los mercenarios cuentan con formación militar especializada. Por otro, permite que los ciudadanos se centren en labores productivas y se generen más recursos en época de guerra, lo cual puede ser un elemento decisivo si la contienda se alarga. Sin embargo, el alto precio que cobran ha supuesto que en la mayoría de ocasiones los mercenarios lucharan a favor del bando más poderoso o con más recursos, lo que ha ayudado a perpetuar diferentes relaciones de dominación. Grosso modo, podría decirse que este ha sido su rol en la historia: posibilitar que un mayor poder económico se convierta también en mayor poder militar. Por ello, situaciones como las que se dan en la película Los siete samuráis (1954), en la que mercenarios samuráis luchan desinteresadamente por ayudar a un poblado campesino que se muere de hambre, no se han dado apenas fuera de la ficción.

La importancia de los mercenarios iría menguando gracias a la progresiva consolidación de los Estados-nación. Estos se basan en un principio de soberanía nacional que requería de la centralización del poder militar a manos del Estado y de la consolidación de un ejército nacional permanente, lo que chocaba con la figura de los mercenarios. Este proceso se acentúa con la Revolución francesa, tras la cual la mayoría de mercenarios pasarán a integrar los ejércitos nacionales. Esta figura nunca desaparecería del todo, pero no volverá a tener un papel relevante hasta los años de la Guerra Fría.

Durante la Guerra Fría, fueron muchas las colonias europeas que se levantaron en armas por la independencia política, pero también económica. Sin embargo, mientras que los Gobiernos europeos terminaron por aceptar la primera, la riqueza de los recursos de estas colonias —especialmente las africanas— provocó que fueran más reticentes a conceder la segunda. Además, en pleno conflicto mundial con la URSS, las élites occidentales no estaban dispuestas a ver cómo sus antiguas posesiones adoptaban Gobiernos socialistas que no solo perjudicarían enormemente sus intereses económicos, geopolíticos o militares, sino que también podían inclinar la balanza de la Guerra Fría hacia el lado soviético. 

Muchos, como el secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger, temían que la consolidación del socialismo en estos países desencadenara un “efecto dominó” en el resto de África. Para evitarlo se tomaron todas las medidas necesarias, incluida la contratación de mercenarios. Estos eran en su mayoría veteranos militares europeos que se habían quedado sin trabajo tras las declaraciones de independencia de los años 60 y 70, que supusieron el final de las guerras coloniales en África y Asia. Inmediatamente pasaron al punto de mira de los incipientes Gobiernos africanos, así como al de sus aliados y oponentes, quienes los veían como una gran herramienta para solventar los conflictos existentes y consolidar su poder. Al fin y al cabo, conocían el terreno y contaban con un equipamiento y formación muy superiores a los de muchos ejércitos locales.

Para ampliar: “El negocio de la seguridad en zonas de conflicto”, Clara Rodríguez en El Orden Mundial, 2017

El Congo belga

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Portada del libro autobiográfico Mercenario del Congo de Mad Mike, en el que relata toda su actividad en el Congo.

Son muchos los países que se vieron afectados por la acción de los mercenarios, pero hay uno que sobresale por encima de todos por su importancia y por el número de mercenarios involucrados: la República Democrática del Congo (RDC), antigua colonia belga. Tras la declaración de independencia en 1960, el Congo había visto cómo se establecía un Gobierno provisional de orientación comunista, dirigido por el primer ministro Patrice Lumumba. La Unión Minera del Alto Katanga (UMHK por sus siglas en francés), de propiedad belga, controlaba una gran proporción de las riquezas del país y temía perder sus propiedades especialmente en la región de Katanga, la más rica del Congo y uno de los mayores yacimientos de cobre, uranio —en ese momento—, radio y cobalto del mundo. Sin embargo, el Ejército belga había sido evacuado tras la independencia y había disuelto por el camino buena parte del Ejército congoleño, la ANC, por lo que la UMHK necesitaba buscar ayuda en otro sitio. 

Para proteger sus intereses, la UMHK planeó un intento de secesión de Katanga dos meses después de la independencia, liderado por el general Moise Tshombe, con el objetivo de preservar sus valiosas explotaciones. Para garantizar el éxito de la operación, la UMHK contrató a varias divisiones de mercenarios que apoyarían al general Tshombe, entre los que se encontraban algunos de los “soldados de fortuna” más famosos del siglo XX, como Bob Denard, Jean Schramme o Michael Mad Mike Hoare. Denard dirigía un destacamento de paracaidistas y mercenarios franceses, mientras que el irlandés Mad Mike comandaba a un buen número de mercenarios sudafricanos.

Su trabajo comenzó con el entrenamiento de soldados congoleños, para más tarde pasar a la acción contra aquellos grupos que se oponían a la secesión. A pesar de contar con poco más de 100 mercenarios y un par de miles de soldados congoleños, el ejército de Tshombe hizo uso de su mejor armamento y preparación para ir haciéndose poco a poco con el territorio. En aquel momento, la crueldad de las acciones de los mercenarios les sirvió para ganarse el apodo les affreux (“los terribles” en francés), un apodo que acompañaría a Denard toda su vida. 

Lumumba invocó varias veces a la ONU para que frenase la matanza, pero no fue hasta que decidió pedir ayuda a la URSS que la comunidad internacional se prestó a intervenir. Temiendo que el Congo se alinease definitivamente con el bando soviético, la CIA entró en escena y planeó el golpe de estado del general Mobutu Sese Seko, principal dirigente del Ejército congoleño, echando a Lumumba del poder. Los estadounidenses y los belgas compartían intereses en la zona desde finales del siglo XIX y no fue difícil acordar una alianza táctica —de hecho, la bomba de Hiroshima se fabricó con uranio de Katanga y la UMHK—. Después, en un intento por acercar posturas con los secesionistas, Mobutu enviaría a Lumumba a Katanga, donde el general Tshombe y sus aliados le fusilarían sin miramientos

El asesinato de Lumumba desató una rebelión por todo el país, conocida como la Rebelión de Simba, lo que supuso una ingente cantidad de trabajo para los mercenarios, quienes campaban a sus anchas por el país —especialmente el Comando 5 dirigido por “Mad Mike”, que se integró en el Ejército congoleño después de haber luchado contra él—. Tshombe llegaría a primer ministro en 1964 aunque solo conservó el cargo un año poco antes de que Mobutu se asegurara el poder. Sin embargo, los militares no eran los únicos que contaban con ayuda externa: los “simbas” recibieron un destacamento de soldados cubanos comandado por el mismísimo “Che” Guevara en persona. Aún así, el poder combinado de mercenarios y ejército fue demasiado para los rebeldes, que cedieron finalmente en 1967 ante el nuevo presidente. Mobutu echó a los mercenarios del Congo, cambió el nombre del país a Zaire, nacionalizó las propiedades de la UMHK y mantuvo el poder hasta 1997, lo que le permitió hacerse con una de las mayores fortunas del siglo XX y ser recordado como el prototipo de dictador africano.

Para ampliar: “La maldición del Zaire”, Fernando Rey en El Orden Mundial, 2019

Después del Congo, África

La larga sombra de los mercenarios en África
Bob Denard con la Guardia Presidencial de las Comoras. Fuente: Pinterest

Tras la guerra, el mercenario más activo fue el francés Bob Denard. Un antiguo oficial de inteligencia francés llegó a decir en su juicio que “cuando los servicios especiales son incapaces de realizar algunos tipos de operación encubierta, se utilizan estructuras paralelas. Este fue el caso con Bob Denard”. Pero los franceses no fueron los únicos que le contrataron: después del Congo, Denard luchó en Yemen junto a las tropas británicas para restaurar a la realeza yemení en el poder (1962-1967). También lucharía en países como Nigeria, Angola, Benín o Chad, pero donde sin duda dejaría una marca imborrable fue en las islas Comoras. Denard establecería las Comoras como su patio de recreo particular, llegando a dirigir hasta cuatro golpes de Estado y gobernando el país desde las sombras durante decenas de años. Finalmente, Denard moriría tranquilamente en 2007 en su casa de Burdeos, tras pasar únicamente 4 meses en la cárcel.

Para ampliar: “Las Comoras: perfumes y golpes de Estado en el Índico”, Luis Martínez en El Orden Mundial, 2018

Mad Mike se retiró tras la guerra del Congo. Sin embargo, volvería a la acción a finales de los 70 para protagonizar un fallido golpe de Estado en las Seychelles, promovido por el Gobierno sudafricano del apartheid. Después del golpe volvió a Sudáfrica, donde continúa viviendo tras cumplir 100 años este 2019. Mad Mike y Denard luchaban por dinero, al igual que la práctica totalidad de sus compañeros de oficio. Sin embargo, existe en el siglo XX una excepción a esta regla que merece la pena destacar.

La historia de Carlos el “Chacal”

Nacido con el nombre de Ilich Ramírez, este venezolano fue sin ninguna duda el mercenario más famoso del siglo XX. Algo comprensible, ya que su historia no es para menos. Estuvo especialmente activo entre la década de los 70 y 80, cuando fue responsable de múltiples atentados y secuestros. Lo particular de su historia es que el Chacal no se consideraba ni un mercenario ni un terrorista, sino un “revolucionario de profesión”. Hijo de un militante del Partido Comunista Venezolano, desde joven se sintió atraído por las luchas antiimperialistas de las antiguas colonias europeas, y muy especialmente por la lucha palestina. Estudió en Moscú, precisamente en la universidad Patrice Lumumba, y en 1970 se unió al brazo armado del Frente Popular por la Liberación de Palestina (FPLP) —organización marxista integrante de la Organización para la Liberación de Palestina junto con otras como Fatá—, para el cual cometería algunas acciones que han pasado a la historia por su temeridad e impacto.

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Carlos el Chacal, en una foto reciente. Actualmente cumple cadena perpetua en Francia. Fuente: IlichRamírez.blogspot.com

La más famosa de ellas fue el secuestro de una cumbre de la OPEP en Viena (1975), en la que el Chacal y cinco hombres más secuestraron a varios ministros de diversos países y personalidades importantes de la organización durante más de tres días. Este secuestro —organizado por el FPLP, el Gobierno libio de Gadafi y Fatá— no fue nada convencional, ya que los secuestradores consiguieron huir con los rehenes en un avión y fueron dejándolos, previo pago del rescate, en aeropuertos de países aliados con la causa palestina. Este y muchos otros raptos y atentados terroristas tenían la finalidad de financiar la organización y atacar objetivos estratégicos para presionar a los Gobiernos extranjeros a fin de que aceptasen las demandas del FPLP y sus aliados. Sin embargo, en 1976 el Chacal abandonaría el FPLP por las divisiones internas que sufría la organización y, junto con otras cinco personas, fundará la Organización de Revolucionarios Internacionalistas (ORI). Esta organización pretendía brindar apoyo militar a toda lucha que ellos considerasen revolucionaria, dando sus primeros pasos al colaborar con la Fracción del Ejército Rojo, un grupo terrorista alemán que llevó a cabo múltiples atentados en Alemania Occidental entre 1970 y 1990. La ORI era, por así decirlo, una brigada de mercenarios de “izquierdas”.

Esta organización no llegaría muy lejos debido a que el Chacal iría perdiendo el apoyo de sus antiguos aliados. Sintiendo el aliento de sus enemigos, Chacal desaparecerá durante un largo período de tiempo en países como Siria y Sudán, donde terminaría siendo detenido por las autoridades francesas en 1994. Aunque pueda parecer que los motivos de sus acciones eran principalmente ideológicos, lo cierto es que el Chacal tampoco las realizaba gratuitamente: recibió grandes sumas de dinero por ellas. El Chacal fue un mercenario, pero eso sí, uno muy peculiar y diferente al resto.

La actividad mercenaria de los años 70 y 80

La efectividad demostrada en la guerra del Congo elevó la cotización de los mercenarios, lo que llevó incluso al surgimiento de agencias especializadas en su contratación —germen de las actuales empresas militares de seguridad privada—, como la británica Security Advisory Services, que envió centenares de mercenarios a las guerras de Angola o Rhodesia. En Angola, los mercenarios tuvieron una gran importancia durante la fase inicial de la guerra. Tras la independencia en 1975, el poder de Angola se lo disputaron tres organizaciones que anteriormente habían estado unidas contra el invasor portugués: por un lado, el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA) de orientación marxista-leninista, y por el otro, la UNITA (siglas de Unidad Nacional por la Independencia Total de Angola) y el Frente Nacional de Liberación de Angola (FNLA), de ideología capitalista y anticomunista.

Cuando el MPLA tomó el poder, inmediatamente vio cómo las otras dos organizaciones se alzan en armas contra su Gobierno. El FNLA, apoyado por la CIA, se instalará en Zaire —cuyo presidente Mobutu debía devolver la ayuda recibida—, mientras que UNITA se asentará en el sur de Angola, dando comienzo a una guerra civil que durará casi 30 años (1975-2002). También contratado por la CIA, Bob Denard dirigirá un destacamento de mercenarios de UNITA, mientras que otro regimiento dirigido por el coronel Callan —mercenario británico de origen chipriota— apoyaría al FNLA. Callan sería detenido junto con otros 12 mercenarios y condenado a muerte en el llamado “juicio de Luanda”, que tuvo una gran repercusión internacional en el momento por ser uno de los primeros Gobiernos africanos que juzgaba mercenarios internacionales. El presidente de Angola Agostinho Neto —del MPLA— justificó la decisión alegando que lo hacían en beneficio de “de todos los pueblos del mundo contra los que el imperialismo prepara ya nuevas agresiones mercenarias”.

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Mercenarios portugueses con las guerrillas del FNLA en el norte de Angola en 1975. Fuente: Havanaluanda

Para ampliar: “La independencia del África lusófona: una revolución traicionada”, Luis Martínez en El Orden Mundial, 2017

Neto seguramente se refería a los conflictos presentes en Namibia —muy relacionado con la guerra de Angola—, Rhodesia del Sur —actual Zimbabue, y donde combatieron mercenarios famosos como el estadounidense Robert C. Mackenzie— o las intervenciones mercenarias en países como Benín, Uganda, Togo o Guinea Ecuatorial. La guerra de Biafra, en Nigeria (1967-1970) también debe parte de su altísima mortalidad —dos millones de muertos— a la gran cantidad de mercenarios que actuaron por el bando biafreño, muchos de ellos suministrados por Francia. Estas guerras dejaron una herida muy profunda en sus países, herida que en algunos casos continúa sin cicatrizar totalmente, y cambiaron para siempre su configuración política y económica. 

La figura de los mercenarios del siglo XX se halla rodeada de controversia y existe una cierta leyenda negra, aunque eso no debería impedir ver el papel tan determinante que jugaron. Los mercenarios fueron un instrumento fundamental para asegurar que el statu quo posterior a la independencia de las colonias fuera favorable a los intereses occidentales, lo que hoy conocemos como neocolonialismo. Incluso en los conflictos en los que no salieron victoriosos —como Angola o Zimbabue—, el desgaste y sacrificio que sufrieron sus enemigos provocó que no pudieran consolidar su dominio y tuvieran que ceder a muchas de las exigencias occidentales.

Este hecho tuvo consecuencias directas sobre la Guerra Fría, la cual no fue tan “fría” en África. Al impedir que ciertos países alcanzaran las aspiraciones socialistas que guiaban sus luchas independentistas, se evitó también que se alinearan en el bloque soviético. De haberlo hecho, la historia sería radicalmente distinta: quién sabe si la URSS hubiese contado con suficientes apoyos para resistir su eventual colapso en 1989, o incluso si hubiese contado con fuerzas suficientes para derrotar al bloque occidental. El papel estratégico de los mercenarios fue tal que, aún contándose por cientos, su presencia alteró para siempre el curso de la historia mundial.

La larga sombra de los mercenarios en África fue publicado en El Orden Mundial - EOM.


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