Revista Arquitectura

La lección de Aldo Rossi

Por Arquitectamos
A finales de los años setenta y hasta mediados de los años ochenta del siglo veinte (justo el período en el que estudié arquitectura en la ETSAM), el Movimiento Moderno era ya criticado sin tapujos. En la escuela se hablaba de los modernos y, en general, todavía se les admiraba, pero ya se les había perdido el respeto reverencial y se comentaban abiertamente sus debilidades.Además de eso, en una serie de silogismos ilógicos, se había llegado más o menos a la conclusión de que si la arquitectura moderna no había logrado la felicidad de la humanidad, entonces era culpable de su infelicidad; si no había conseguido la paz en el mundo, entonces era culpable de las guerras, y si no había obtenido alimentos para todos era la causa de la hambruna en el planeta.Obviamente, la arquitectura moderna no había resuelto el problema de la ciudad, ni el de la convivencia social, ni ninguno de tipo económico, político o social. ¿Es que era esa su misión? Por supuesto que no, pero los arquitectos modernos se habían ofrecido ingenuamente a ello y habían fracasado.  Ahora cualquiera se atrevía a decir que El Corbu era un bocazas, un propagandista que no había respetado el entorno, la naturaleza, la ecología. Que Wright era un tío pagado de sí mismo, que había logrado un par de formas espectaculares, pero completamente efectistas y pintorescas, que no servían para nada ni resolvían los verdaderos problemas de planificación y desarrollo del territorio. Que Mies era un artista ensimismado, que solo hacía paralelepípedos perfectos, alejados de la realidad... Vale. De acuerdo. Tenían buena parte de razón. Los arquitectos modernos no eran dioses. ¿Y? ¿Qué íbamos a hacer a partir de entonces? ¿A quién íbamos a seguir?Y se produjo un fenómeno curiosísimo. Los mismos que habían sido tan acerados críticos, tan penetrantes inquisidores, tan hábiles dialécticos para detectar el mal, a la hora de proponer una solución mostraron esto:¡Cooñó! ¡Pues sí que! Este glorioso truño era la respuesta al fracaso de los arquitectos modernos. Esta era la solución a todos los problemas. ¡Válgame!Aldo Rossi estaba aquí para salvarnos. Era un teórico, un pensador, un profesor que reflexionaba sobre la trascendencia ética de la arquitectura. Había escrito La Arquitectura de la Ciudad, en donde se mostraba la sagrada misión de la arquitectura integrada en la ciudad, del territorio, de...Bueno, no sé muy bien de qué iba el libro porque fui incapaz de pasar de la primera página. Yo leo. Soy un lector todoterreno, y no me asusta ningún tocho, pero es que este libro era infumable. Muy mal escrito. Y muy triste. Era un libro sin espíritu, sin garra, sin nada. No pude con él.Pero había que leerlo. Los profesores de la escuela (de todas las escuelas del mundo) estaban encantados con él. Habían visto la luz y al final sabían la verdad absoluta de la arquitectura. Qué bendición que este gran hombre hubiera escrito una obra tan imprescindible. Este libro era la solución a todo, el ensalmo de la vida.El mundo entero reaccionó, y exigió al ínclito Aldo Rossi que construyera, que nutriera al mundo de edificios que portaran sus ideales y salvaran (ahora sí) a la humanidad.Y Aldo complació (o complugo) al mundo con estas maravillas:¡Dios mío! ¡Qué cosa más triste!Algunos profesores de la ETSAM se resistían, nadaban contra una corriente mundial y llevaban las de perder. Se hablaba de esto por los pasillos, por todas partes. Yo mismo, entonces con muy poco criterio, me empollé su cementerio para un ejercicio de Elementos de Composición (que era una asignatura previa a Proyectos). Incluso, ay, intenté dibujar como Rossi.Hasta Oíza, arquitecto genial y brillantísimo, pero demasiado pendiente de las modas, tuvo una lamentable época rossiana. Nadie se resistía a ello.Esa era la guía de la arquitectura contemporánea. Los muros de ladrillo con ventanas cuadraditas, los arcos tendidos y rebajados, los prismas puros... La ciudad metafísica de De Chirico pero traída al mundo real. Ahí parece ser que queríamos vivir todos.El tristísimo Aldo Rossi (la vida como culpa, la arquitectura como castigo) sucumbió finalmente a su éxito y se soltó (un poco) el pelo:No hay cosa más triste que un soso contando un chiste. Si no tienes gracia, tío. Qué grima. (En aquella época el mejor regalo que se le podía hacer a un arquitecto que se casaba era el juego de cafeteras de Rossi, carísimo, pero salvador del espíritu y garante de la verdad).En el año 1984 se cumplía el título de la novela de George Orwell, y a todo el mundo le dio por leerla. Para mí fue un grito contra Rossi y lo que representaba.Se decía (parece mentira) que Corbu, Wright, Mies, Aalto, Scharoun, Oud, Rietveld, etc, etc, etc, habían sido simples, toscos, unidimensionales, reduccionistas, fachas, etc, etc, etc, y se decía (hay que tener valor) que la solución era esta mamarrachada impotente y desvaída. Increíble.Era como decir que Maradona era una mierda y que quien de verdad valía era Pizo Gómez. ¿Alguien se acuerda de Pizo Gómez?¿Alguien se acuerda de Aldo Rossi?El pensador Rossi, el profesor, a mí me deja una sola lección, una lección fundamental: "No sigas las modas". "No hagas caso a los falsos profetas". "Aprende a pensar por ti mismo". "Abre los ojos y mira". "Acostúmbrate a valorar". "No escuches a los videntes, a los cantamañanas ni a los tristes".

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