Hoy quiero contaros una historia con moraleja, que trata de la lucha de una persona, en este caso de un gran artista y un gran creador, por sus ideas, sus principios y su dignidad, y del enfrentamiento a todos sus fracasos hasta lograr la victoria final.
Permitidme hoy ser moralista y sentimental, pero la historia de Claude Monet merece la pena.
Monet nació en 1840, y hasta los veinte años pintó en un estilo realista tal como se debía hacer, y lo hacía muy bien. Pero hacia 1860 empezó a salirse del tiesto y a hacer disparates como aplicar los colores puros y de golpe, sin degradados, modelados, esfumados y demás, y a romper las formas con manchas discontinuas.
Con esta manía que le entró sus obras dejaron de gustar a la gente y no vendía un pimiento. Esto, naturalmente, se dejó sentir en su modo de vida, que se parecía cada vez más al de un mendigo y que no auguraba nada bueno.
¿Cambió Monet de actitud por ello? Noooo. Al revés: Se encabezonó cada vez más y siguió directo hacia el abismo.
En 1872 pintó un cuadro al que tituló Impression, soleil levant (Impresión, sol naciente), que era un verdadero despropósito: Se ven unas barcas en el mar, en un puerto en el que se adivinan grúas y chimeneas, y el disco solar se refleja en el agua. Todo está desdibujado. El cielo está hecho a base de brochazos inconexos, la textura del agua se quiere hacer con picotazos azules sin criterio, todo está deslavazado.
Pero, sobre todo, lo que quiere transmitir esta obra endemoniada es que un pintor puede ir a un sitio, con sus santos güevos, y pintar así, sin más, lo que ve y tal como lo ve. Y eso acaba con siglos, con milenios de arte. ¿Dónde quedan la composición, la preparación del tema? ¿Y para qué el oscuro y polvoriento estudio del pintor, lleno de escayolas y trapos? Nada. Venga, a pintar al exterior lo primero que uno vea. Todo espontáneo. Todo a lo loco.
Porque este cuadro se titula Impression... y es eso: una impresión, un aquítepillo aquítemato sin más, sin pretensiones sublimes, sin trascendencia, sin seriedad ni rigor. Este cuadro es un cachondeo intolerable.
Como en el prestigioso Salon de Paris sus obras no fueron admitidas, Monet expuso en 1874 en el Salon des Refusés (Salón de Rechazados) con unos amigos tan disparatados como él. Un crítico vio la exposición, le escandalizó su falta de decoro y, fijándose en el título del cuadro que acabamos de ver, llamó a todos estos pintores "impresionistas" y a su forma de pintar "impresionismo" a modo de burla. La burla fue muy bien acogida por ellos, que vieron que efectivamente se sentían mucho más atraídos por las impresiones de luz y color que por las formas, la composición y todas esas cosas rancias, y tomaron esa bandera del impresionismo porque eso era lo que querían con sus cuadros: plasmar la impresión visual, la impresión de vida, en vez de languidecer en el aburrimiento.
Monet lo pasó muy mal. Sabía pintar al gusto de la gente, y lo podría haber hecho para ganarse muy bien la vida y vivir con comodidad, pero sus ideales eran firmes y resistió heroicamente.
Llevó una vida muy dura, sin tener nunca dinero. Dejaba un montón de deudas por donde pasaba. Una vez, después de muchos esquinazos, le confesó a su casero que no podía pagarle el alquiler. Al dueño esa honrada declaración no le terminó de gustar. Monet, a modo de pago, le dio un gran lienzo (cuatro por seis metros) en el que había pintado Almuerzo sobre la hierba. El dueño lo tomó no porque le gustara, que no le gustaba ni pizca, sino para que el sinvergüenza no se fuera de rositas.
El lienzo enrollado y doblado acabó tirado en el sótano. Al cabo de los años Monet fue por fin con dinero para rescatarlo, pero la tela estaba podrida de moho y de humedad. El autor la recuperó y recortó tres fragmentos: lo único que se podía salvar. Hoy dos de ellos se conservan y se exponen en el Musée d'Orsay y el otro está perdido.
Vamos, que los cuadros de Monet no gustaban ni regalados. Si te regalaban un Monet te hacían una faena y lo tirabas por ahí.
Poco a poco la gente se fue acostumbrando a los impresionistas y sus obras fueron gustando algo más. Monet, como el resto de sus compañeros, consiguió vender algún cuadro, pero su situación económica no terminaba de ser buena.
Pero él luchaba, luchaba, luchaba. Hasta que al fin...
Sí, amigos. La lucha heroica merece la pena. Cuando se tienen una idea y unos principios sólidos hay que seguir, hay que perseverar sin desanimarse jamás, hay que ir hacia adelante contra todas las adversidades.
Y a Monet, finalmente... ¡LE TOCÓ LA LOTERÍA!
En 1891 le tocó la Lotería Nacional de Francia. Ganó cien mil francos.
Se compró todos los charcos con nenúfares (y con casa al lado) que le apetecieron y mirad qué bien se lo pasaba pintando con un traje blanco impoluto (qué tío) y con un perrito. Ni se mancha el traje ni le va el humo del cigarrillo a los ojos ni a la nariz. Qué artistazo. Me encanta. Cómo pinta. Qué claro lo tiene.
Así que, queridos lectores, sed como Claude Monet: Perseguid siempre vuestros sueños y vuestros ideales.