
El lector pensativo | Mary Cassatt (1894)
Por encima de todo, quiero que mis hijos sean felices. Me encanta verlos reír, jugar, disfrutar, exprimir la vida como sólo un niño sabe hacer. Cada vez que uno de mis enanos consigue superar una meta y veo que eso le hace feliz, entonces el orgullo de madre se extiende hasta el infinito. Esta Semana Santa, mi pequeño-gran-hombre me sorprendió con una bonita sorpresa. Una noche cualquiera, como cada noche desde hace mucho mucho tiempo, estábamos leyendo unos cuantos cuentos antes de ir a dormir. Le cogió la manía de leer uno en concreto. Mamá, léelo otra vez. Así como cinco veces. A la sexta vez le propuse que lo leyera él sin pretender nada más que hacer una broma. Pero cual fue mi sorpresa cuando dijo. ¡Vale! Agarró el libro y lo abrió por la primera página. Entonces empezó a recitar las primeras frases como un loro. Vamos, vacilando porque después de oirlo tantas veces se lo había aprendido de memoria. Pero al llegar a las páginas siguientes, ya no recordaba tanto el texto y empezó a deletrear los sonidos de las palabras. Sonido a sonido, con paciencia e ilusión, fue componiendo cada una de las palabras hasta leer una frase entera. Me quedé alucinada. No tengo muchos recuerdos de mi infancia, pero esta manera de aprender a leer no me suena de nada. Aprendíamos palabras, frases, como loros pero los sonidos de cada letra para luego unirlos en palabras con las vocales, la verdad es que no lo recuerdo. En fin, que hemos alcanzado una nueva meta en el proceso evolutivo de mi Bebé Gigante. Y no podía ser menos, después de que se me cayera la baba, el orgullo de madre lo tengo que ir a buscar allá arriba a las nubes.
