El territorio en el que hoy se ubica Georgia ha sido siempre una zona fronteriza y multiétnica que actuaba de tapón entre los grandes imperios y Estados situados más allá del Cáucaso: el otomano, el persa y el ruso. Aunque normalmente se encontraban situados bajo la esfera de influencia de los distintos imperios, a los que debían tributos y hombres para el servicio militar, los territorios georgianos conservaron cierta independencia, al menos de forma nominal, así como una marcada identidad cultural, lingüística y religiosa. La mayoría de los reinos en los que se dividía Georgia fueron vasallos de los emperadores persas hasta que en 1783 el rey Heraclio II, unificador de los reinos de Kartli y Kajetia, solicitó la protección rusa. Tras una serie de campañas militares que acabaron con la supremacía iraní en el Cáucaso, Georgia y las demás regiones del Cáucaso sur fueron incorporadas al Imperio ruso a principios del siglo XIX. La inestabilidad de la Primera Guerra Mundial y la revolución y posterior guerra civil rusas dieron la oportunidad tanto a Georgia como a Armenia y Azerbaiyán —los otros dos países transcaucásicos— de disfrutar de una breve independencia, primero como una república federal unitaria ―Transcaucasia― y después como Estados independientes. Georgia existió como una entidad independiente hasta que el Gobierno menchevique que la controlaba fue derrotado por el Ejército Rojo, que incorporó el país a la Unión Soviética.
Stalin y su lugarteniente Beria, dos de las principales figuras de la era soviética, eran georgianos. Sin embargo, no simpatizaban con el movimiento nacionalista georgiano, que consideraban burgués y reaccionario, y además contaban con más apoyos en Bakú ―Azerbaiyán― y en las regiones industriales que la rodeaban. Por un lado, Stalin aspiraba a diluir las particularidades étnicas y regionales y crear el “nuevo hombre soviético”, por lo que defendía el establecimiento de una república soviética transcaucásica. Por otro lado, expresó su preocupación por la posible discriminación que podían sufrir las minorías abjasia y ayariana en una república soviética georgiana. Finalmente, tras varios episodios de conflicto y un intento de insurrección armada por parte de los nacionalistas georgianos tras la muerte de Lenin, Georgia quedó incorporada a la República Soviética de Transcaucasia ―escindida en 1936 en las tres repúblicas soviéticas de Azerbaiyán, Georgia y Armenia— a la vez que se les asignaba un estatus especial a tres de sus territorios: las repúblicas autónomas de Abjasia y Ayaria y el distrito autónomo de Osetia del Sur. Tras la disolución de la URSS a principios de los 90, las tres regiones mantendrían un pulso contra el Gobierno central de Tiflis esencial para comprender las dinámicas internas del país.
Para ampliar: Edge of Empires: A history of Georgia, Donald Rayfield, 2012
El despertar de los nacionalismos
Al igual que en el vecino Azerbaiyán, durante la década de los 80 surgió en Georgia un movimiento nacionalista que, además de intentar recuperar el folclore y las tradiciones, abogaba por una mayor autonomía e incluso la independencia de la Unión Soviética. El movimiento fue tomando forma lentamente tras la muerte de Stalin, cuando los georgianos salieron a las calles de Tiflis en 1956 protestando contra la desestalinización y una percibida “rusificación”. Una nueva oleada de protestas tuvo lugar dos décadas más tarde, en 1978, cuando millares de manifestantes marcharon contra los planes de establecer el ruso como idioma oficial de la educación y la Administración georgianas. En las protestas se destacó Zviad Gamsajurdia, un filólogo y traductor que más tarde se vería obligado a humillarse y arrepentirse en la televisión nacional. En el lado opuesto se encontraba Eduard Shevardnadze, secretario general del Partido Comunista Georgiano, obligado a encontrar una solución de compromiso entre las presiones centralistas de Moscú, el movimiento nacionalista georgiano y los separatistas de Ayaria, que, asustados por el creciente nacionalismo georgiano, habían solicitado su incorporación a la Federación Rusa.
Tras la independencia de Georgia en 1991, Gamsajurdia y Shevardnadzde se convertirían en las dos figuras más importantes del país, el primero como líder del movimiento nacionalista, el segundo como representante de la vieja élite soviética. En las primeras elecciones, la coalición liderada por Gamsajurdia obtuvo la mayoría de los escaños con el lema “Georgia para los georgianos”. El problema era que Georgia nunca había sido un Estado cultural o étnicamente homogéneo. A las minorías territoriales abjasia, oseta y ayariana ―estos últimos étnicamente georgianos, pero de religión musulmana― se les sumaban comunidades tan dispares como azeríes, armenios, chechenos, yazidíes de lengua kurda, asirios y griegos pónticos, entre otros. Además, las tres regiones autónomas georgianas también albergaban proyectos nacionalistas y regionalistas. Dada su distinta composición étnica y las tendencias centralizadoras del movimiento nacionalista georgiano, el conflicto estaba servido.
Mapa de Georgia. Aparecen destacados los tres territorios especiales: Abjasia y Ayaria colindando al noroeste y suroeste con el mar Negro y Osetia del Sur al norte del centro de Georgia. Fuente: Nations OnlineLa primera región en rebelarse contra el centralismo nacionalista de Gamsajurdia fue Ayaria, que también fue la única región que votó mayoritariamente en contra de la independencia de Georgia. Los Abashidze, una familia aristocrática con una larga tradición en la zona, se hicieron con el poder gracias a la connivencia de las tropas soviéticas aún estacionadas allí y convirtieron Ayaria en una región independiente de facto, ya que se negaron a enviar reclutas al servicio militar o contribuciones fiscales hasta 2004. No obstante, en Ayaria no se produjo derramamiento de sangre.
Donde sí hubo muertos fue en Osetia del Sur, donde un recién establecido frente popular proclamó la independencia de la región respecto a Georgia, a lo que el Gobierno central respondió anulando la autonomía del distrito. Como el resto del país, Osetia no es una región étnicamente homogénea; paradójicamente, hay más osetios en el resto del país que en la región y los georgianos constituyen una amplia minoría en la zona. En 1992, tras unos meses de escaramuzas, el Gobierno ruso aseguró un alto el fuego administrado por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). El conflicto se mantuvo paralizado hasta 2008 y, mientras tanto, Osetia del Sur se convirtió en un paraíso para el contrabando y el lavado de dinero.
El desafío más serio para el centralismo georgiano tuvo lugar en Abjasia. La región había sufrido intentos de limpieza étnica durante las primeras décadas de la era soviética ―mediante la deportación forzosa de nativos abjasios y el asentamiento de rusos, armenios y georgianos―, especialmente durante el mandato de Lavrenti Beria, curiosamente originario de la región. En 1989 menos de un 17% de los habitantes de Abjasia eran étnicamente abjasios. No obstante, desde los años 60, numerosos oficiales soviéticos pasaban sus vacaciones en los balnearios y complejos situados en la región, lo que hizo que la élite local cultivara buenas relaciones con los militares soviéticos situados en la zona. En lugar de abrir un nuevo frente, Gamsajurdia decidió ser pragmático y llegar a pactos con los líderes locales aumentando el presupuesto destinado a la región, así como el número de representantes abjasios en el Parlamento y las fuerzas de seguridad. Sin embargo, este acuerdo no duraría mucho.
Las medidas autoritarias de Gamsajurdia, que había cerrado periódicos y ordenado a la policía disparar sobre manifestantes, hicieron que parte del Ejército se pusiera en su contra. A finales de 1991, tuvo que hacer frente a un intento de golpe de Estado que se transformaría en guerra civil. Si bien los golpistas se hicieron con el control de la capital, las fuerzas leales a Gamsajurdia resistieron en el resto de las regiones, especialmente en Mingrelia y Abjasia. Shevardnadze, el que fuera secretario general del Partido Comunista Georgiano durante los últimos años de la era soviética, se convirtió en el nuevo líder del país y llegó a un acuerdo con los Abashidze de Ayaria para reducir las zonas de conflicto. Al mismo tiempo, incrementó la presión sobre Abjasia, cuya autonomía fue suspendida, y varios grupos separatistas organizaron acciones armadas contra las fuerzas georgianas.
La década de los 90 fue caótica y violenta, salpicada de tensiones étnicas y luchas por el poder. Aunque la realidad fue mucho más compleja y caleidoscópica, se puede simplificar afirmando que hasta 1995 Shevardnadze tuvo el apoyo de Moscú y Ayaria, mientras que los seguidores de Gamsajurdia ―que murió en 1993 en circunstancias inciertas― cooperaron con los separatistas abjasios y recibieron la asistencia de guerrilleros chechenos y osetios. El desgaste de Rusia tras la transición a la economía de mercado y su incapacidad para someter a los insurgentes chechenos hicieron que Shevardnadze decidiera dar un giro en su diplomacia y estrechar sus lazos con la OTAN, aunque sin llegar a solicitar la admisión en la alianza. Entretanto, decenas de miles de refugiados georgianos pasaban frío y estrecheces y un sistema de manipulación electoral y corrupción institucionalizadas —en cierto modo parecido al de Azerbaiyán— se instauraba en el país.
Para ampliar: The Guns of August 2008: Russia’s War in Georgia, S. E. Cornell y S. F. Starr, 2009
De la Revolución de las rosas a la guerra con Rusia
El acercamiento de Shevardnadze a Occidente fue tímido y el ascenso en Rusia de un estadista habilidoso como Putin hizo que el presidente georgiano fuera más cauto y no quemase todos sus puentes con Moscú, aunque las relaciones comenzaron a deteriorarse gravemente en 1999 con el estallido de la guerra en Chechenia. Rusia comenzó a conceder pasaportes y visados a abjasios y surosetios, así como a hacer la vista gorda respecto al contrabando entre sus fronteras con las dos regiones autónomas y limitar las exportaciones de gas y petróleo a Georgia. La tensión seguiría aumentando durante la siguiente década.
Mientras tanto, las dificultades económicas derivadas de la mala gestión y la escasez de suministros energéticos desde Rusia hicieron que la base de poder del ya septuagenario Shevardnadze se tambaleara. En 2002 Georgia perdió el acceso a los préstamos del Fondo Monetario Internacional, lo que aumentó aún más la deuda del país, fomentó la corrupción entre los funcionarios de rango medio y bajo e incrementó las pérdidas en los negocios. Las elecciones parlamentarias de 2003 se auguraban interesantes. El principal líder de la oposición era Mijeíl Saakashvili, ministro de Justicia de Shevardnadze hasta que dimitió en 2001. Saakashvili estudió en Kiev durante los últimos años de la URSS y después recibió una beca del Departamento de Estado estadounidense. Contaba con el apoyo de parte de los medios de comunicación, de la Open Society de George Soros y de la organización estudiantil Kmara, que había estado organizando manifestaciones multitudinarias contra el presidente.
Las elecciones dieron como vencedor al partido del Gobierno con un 21% de los votos, a los que se sumaba el 18% de la formación de Aslán Abashidze, el presidente de la región autónoma ayariana. El Movimiento Nacional de Saakashvili obtuvo otro 18%. Sin embargo, estos últimos denunciaron un fraude electoral, posteriormente confirmado por la OSCE. Se sucedieron las manifestaciones y protestas en Tiflis y el resto del país, el Ejército se declaró neutral y, tras una marcha hacia la capital, Saakashvili y sus aliados tomaron el Parlamento y prometieron nuevas elecciones. La Revolución de terciopelo ―también llamada Revolución de las rosas porque se distribuyeron rosas entre los manifestantes― triunfaba sin derramamiento de sangre con la mediación del ministro de Exteriores ruso, Ígor Ivanov. Parte de la prensa extranjera describía a la oposición triunfante como “un grupo de políticos de derechas, pronorteamericanos, que se dicen demócratas, pero que tienen un componente nacionalista muy fuerte”
Cartel del Movimiento Nacional Unido: “Nuestra prioridad en política exterior es la integración en la OTAN”. Fuente: WikimediaSaakashvili fue elegido en las elecciones presidenciales de 2004 por un 96% de los votos. Su partido obtuvo también mayoría en el Parlamento. El nuevo presidente se rodeó de un equipo de ministros y asesores jóvenes y educados en Occidente y solicitó el ingreso de Georgia en la OTAN. El primer triunfo del presidente fue devolver el control de la región de Ayaria al Gobierno central y expulsar a Aslán Abashidze gracias a una combinación de intimidación armada ―con espectaculares maniobras militares― y la acción coordinada de manifestantes de la oposición ayariana, que simpatizaba con Saakashvili.
Esta acción aumentó la confianza del presidente, que comenzó a planear la posibilidad de recuperar Osetia del Sur. Las tensiones en la región aumentaron a medida que las relaciones con Rusia empeoraban. El primero en disparar fue Saakashvili, que en 2008 ordenó al Ejército georgiano que retomara el control de la provincia, lo que causó la huida de miles de personas hacia Rusia. Moscú intervino en ayuda de los rebeldes osetios y en tan solo cinco días expulsó a las tropas georgianas en una operación conocida como Guerra de los Cinco Días. Occidente apoyó tímidamente a Georgia, pero no ofreció ninguna asistencia militar. Meses después, la OTAN negaba el ingreso a Georgia, una cuestión todavía irresuelta.
Para ampliar: “Por qué no es una buena idea integrar a Georgia en la OTAN”, Fernando Arancón en El Orden Mundial, 2018
Margvelashvili y la nueva Constitución
A pesar de la derrota bélica, el régimen democrático georgiano pareció consolidarse cuando en 2012 el partido de Saakashvili perdió las elecciones parlamentarias frente a Sueño Georgiano, una coalición liderada por el adinerado empresario Bidzina Ivanishvili. Un año después, el candidato de Sueño Georgiano para las presidenciales, un académico sin un perfil político destacado llamado Giorgi Margvelashvili, se hizo con la victoria. Su proclamación como presidente coincidió con la entrada en vigor de la reforma constitucional acordada en 2010 por la que los poderes del presidente se veían limitados.
Margvelashvili y Sueño Georgiano no han tenido una relación armónica; los desacuerdos entre el presidente y su partido han sido constantes. Uno de los principales motivos de desavenencia era la forma de elegir al presidente: tras la reforma constitucional, Sueño Georgiano proponía que fuera elegido por el Parlamento, mientras que Margvelashvili prefería seguir con un presidente elegido por sufragio directo. Finalmente, el presidente dio su brazo a torcer y en 2018 se celebrarán las últimas elecciones presidenciales en Georgia. Las elecciones parlamentarias de 2016 fueron favorables para Sueño Georgiano, que tiene la mayoría absoluta en la cámara. No obstante, el partido no ha presentado candidato para las inminentes elecciones, aunque ha confirmado su apoyo a la candidata independiente Salomé Zurabishvili, que lidera las encuestas de opinión.
Zurabishvili tiene la doble nacionalidad georgiano-francesa y una larga trayectoria diplomática como ministra de Exteriores y embajadora. Obtuvo un escaño como independiente en las elecciones parlamentarias de 2016. Parece ser crítica con Rusia, aunque habría que ver si se trata de una estrategia electoral. Las últimas elecciones presidenciales de Georgia se celebrarán el 28 de octubre de 2018 y señalarán el final de una era marcada por presidentes directamente elegidos por el pueblo y con amplios poderes constitucionales. El presidente que salga tendrá menos poder que los anteriores y una mayor dependencia del Parlamento que lo designará.
La lenta democratización de Georgia fue publicado en El Orden Mundial - EOM.