En el mismo día -igual que sol entre nubes- la alegría da paso a la tristeza y el dolor, en alguna de sus manifestaciones, anula nuestra capacidad de ser felices. Somos vulnerables, de ahí nace la dificultad para ser fuertes ante lo que nos desagrada o nos hace daño. Una película "La insoportable levedad del ser" que, antes, fue gran novela en la mente privilegiada de Milan Kundera, bastó a miles de personas para hacernos reflexionar sobre la vida personal en su doble vertiente: el difícil peso del día a día y el sabernos dolorosamente solos ante la levedad de nuestra existencia.
Este verano mi madre, que cuenta 91 años y cinco meses y mantiene la esperanza de seguir adelante con la cabeza despejada y el corazón dispuesto a la ternura de hijas, yernos, nietos y biznietos, me hizo volver al tiempo de la memoria azul, desnuda de silencio y temor. Conversábamos y, de pronto, quedó callada mientras añadía: !qué corta es la vida!...
Mamá, le dije: !ya me gustaría a mí llegar a tu edad!. Sus palabras me demostraron que ella, sin leer a Kundera, había llegado a la misma conclusión. Ambas nos miramos. Me levanté para abrazarla y sentí en su pecho una respiración entrecortada y adiviné en sus ojos lágrimas que no pedían permiso para salir a la luz. Arriba, el cielo se mostraba en todo su esplendor y una ligera brisa movía las hojas de los árboles. Cantaban las gallinas del vecino anunciando gozosas la puesta del huevo obligado, y los pájaros, alegres, que para eso picaban, no el sembrado del padre de san Antonio, sino manzanas, peras, y ciruelas, y los primeros higos que, por quedar muy arriba en el verde castillo de la higuera, ya no nos atrevemos a coger.
Nada hacía presagiar que la tristeza ganaba altura en nuestros sentimientos. Pero somos seres humanos, frágiles y vulnerables, expuestos a la inclemencia del miedo y de la duda, a la incertidumbre de un mañana que, tal vez, no veremos. Todo ello causa pena o dolor, y nos permite ser conscientes de que no podemos, al igual que le sucedía al caballero ante la llegada de su propia muerte, alargar un solo minuto nuestra corta vida.
Comprendí el desamparo de mi madre ante el futuro, siempre impredecible. Y la quise un poco más, aún.
Sentir de la palabra
Una idea de Carmen para Curiosón