"Londres. Una semana después de iniciado el Trinity Term. Clima implacable de junio. Fiona Maye, magistrada del Tribunal Superior de Justicia, tumbada de espaldas una noche de domingo en un diván de su domicilio, miraba por encima de sus pies, enfundados en unas medias, hacia el fondo de la habitación, hacia unas estanterías empotradas, parcialmente visibles junto a la chimenea y, a un costado, al lado de una ventana alta, a una litografía de Renoir de una bañista, comprada treinta años antes por cincuenta libras. Probablemente falsa."
Todos los lectores tenemos una serie de autores fijos. Son esos a los que volvemos con la seguridad de acertar incluso antes de haber abierto el libro. En mi caso, McEwan pertenece a esa categoría. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, La ley del menor.
Conocemos a Fiona Maye, una magistrada del Tribunal Superior, cuando está cerca de cumplir los sesenta años. Con una vida gris, firmemente afincada en rutinas, poco se espera que su marido Jack llegue a proponerle tras 35 años de matrimonio, tener una pareja abierta en una suerte de ultimatum. Y sin embargo esta decisión será el menor de sus dilemas, ya que tiene delante del caso de un joven al que faltan 3 meses para cumplir los dieciocho años, Adam. Padece leucemia en un estadío muy serio y es Testigo de Jehová, lo que provoca que se niegue a recibir el tratamiento que le salvaría la vida. El hospital, al recibir la negativa del paciente y sus padres, ha acudido a los tribunales, y ahora es ella quien tiene que tomar una decisión.
McEwan en este libro parte de lo general a lo específico. Con una protagonista gris, en un matrimonio gris y con una vida gris que va reflejando perfectamente en las descripciones del entorno más que de sus horarios, pronto consigue que el lector se sienta cómodo en la situación. Y es entonces cuando deja caer la nota discordante, el dilema, en este caso dos. Por un lado el personal, y lo hace evitando escenas y tragedias, porque el autor es un adulto que ha cumplido también años y sabe que las cosas del corazón también pasan por la cabeza una vez que ya tenemos una vida a nuestras espaldas. No busca el escándalo, busca la reflexión, el mal mayor y el menor, la observación, la duda. Y mientras nos recuperamos de esta primera sacudida, decide soltar el eje del argumento de la novela presentándonos a Adam.
Adam es el personaje que no nos deja soltar el libro, el dilema, la convulsión, el resquicio de escándalo que le sigue quedando al autor: la fe. Un menor consciente, menor por apenas unas semanas, que decide sobre su vida y también sobre su muerte amparándose en la religión. Y la razón: el hospital que vela por su salud y acude a la justicia para que la proteja por encima de los deseos del paciente y sus familiares. McEwan se mete de lleno en un tema espinoso, casi tabú, y lo hace con pulso firme y letra de caballero. No pierde de vista a sus protagonistas para así no dejar de contar al lector ni una sola de sus reacciones, sabiendo que con cada reacción, desencadena un pensamiento, que las ideas del lector irán buscando afianzarse en aquellas reacciones que le san afines y que acabaremos juzgando si la decisión tomada por su jueza, nos parece acertada. La historia de McEwan se convierte en la historia del lector, que no puede dejar de leer, realmente interesado por todas las aristas personales y morales que tiene el tema. Y entonces McEwan decide, y se explica, y la historia avanza de una forma si cabe más humana hacia un final que no se nos antoja extraño, porque lo esperamos, aunque no del todo, como la vida misma. Pero la sombra de su historia, de sus personajes, permanecerá durante mucho más tiempo en la mente del lector.
La ley del menor es una novela corta que se hace grande durante su lectura. Con unos personajes complejos, sólidos, y una trama realmente absorvente, McEwan deja clara su solvencia desde las primeras páginas. Leer a McEwan es disfrutar del placer de la lectura, con todo lo que ello implica. Eso sí, no esperéis salir ilesos de esta lectura.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias
"Cuando un tribunal se pronuncia sobre cualquier cuestión relativa a [...] la educación de un niño [...] el bienestar del menor será la consideración primordial del juez."
Sección I (a), Ley del Menor (1989)