Revista Opinión

La leyenda de la Reina de Saba e Hiram Abiff

Publicado el 24 julio 2019 por Habitalia

La leyenda masónica es voluminosa, circunstancial, vulgar y aún artificiosa y fantástica para el profano que no acierta a descubrir el importante significado subyacente en cada palabra; pero sólo expondremos los fragmentos relacionados con nuestro capital objeto y las explicaciones para enlazarlos.

Los sucesos que condujeron a la conspiración tramada contra el Gran Maestre Hiram Abiff y que culminó en su asesinato, comenzaron con la llegada de la reina de Saba, atraída a la corte de Salomón por referencias de la maravillosa sabiduría de este monarca y el esplendor del templo en cuya construcción estaba empeñado.

Dícese que llegó cargada de soberbios presentes y que desde un principio admiró en extremo la sabiduría de Salomón. La misma Biblia, escrita con arreglo al criterio de las Jerarquías Jehovísticas, insinúa que la reina vio en la corte de Salomón a otro más gallardo, aunque nada concreta sobre el particular.

El matrimonio de Salomón con la reina de Saba no llegó a consumarse, pues de lo contrario el nombre masón se hubiese desvanecido hace largo tiempo, y la humanidad en general fuera hoy hija sumisa de la iglesia dominante, sin opción ni albedrío ni prerrogativas.

Tampoco podía casarse con Hiram so pena de quedar quebrantada la religión.

Ha de esperar a desposarse con quien reúna las buenas cualidades de Salomón y de Irma y esté libre de sus flaquezas. Porque la reina de Saba simboliza la compleja alma de la humanidad, y al término de la obra de nuestra era o etapa evolutiva, el alma será la esposa; y Cristo, a quien San Pablo llama Sumo Sacerdote del orden de Melquisedec, desempeñará el doble oficio de cabeza espiritual y temporal, será sacerdote y rey, en beneficio eterno de la humanidad en general que está ahora esclavizada a la iglesia o al Estado, pero en consciente o inconsciente espera el día de la emancipación simbolizada en el milenio, cuando descienda del cielo la maravillosa ciudad de la paz, la Nueva Jerusalén.

Y cuanto más pronto se efectúe esta entrefusión, mejor será para el linaje humano.

Por lo tanto, ya se intentó esta entrefusión en la época y en el lugar donde según la leyenda ocurrió el episodio del amor de Salomón y de Hiram. Allí las dos Ordenes iniciáticas se concertaron con el intento de realizar una definitiva unión simbolizada en el Mar de Bronce. Por vez primera se intentó esta obra que no hubiera podido llevarse a cabo anteriormente, porque el hombre no estaba todavía lo bastante evolucionado; pero en este otro entonces parecía como si los combinados esfuerzos de los hijos de Seth y los hijos de Caín pudieran realizar la obra, y a no ser por el deseo que cada linaje tenía de quitarle al otro el afecto de la reina de Saba o alma de la humanidad, se hubiera conseguido una equitativa unión entre la Iglesia y el Estado y muy poderoso impulso recibiera con ello la evolución humana.

Sin embargo, tanto la Iglesia como el Estado estaban celosos de sus particulares prerrogativas.

La leyenda de la Reina de Saba e Hiram Abiff
+

La Iglesia sólo admitía la unión bajo circunstancia de que había de mantener todo su antiguo dominio sobre la humanidad y asumir además el poder temporal. El Estado tenía análogas exigencias egoístas, y la reina de Saba o humanidad en general permanece todavía célibe. La leyenda masónica relata en los siguientes términos la historia del intento y su fracaso.

Después que la reina de Saba hubo visto el suntuoso palacio de Salomón y hubo hecho sus exquisitos regalos de oro y obras de arte, quiso ver también el grandioso Templo, cuya construcción estaba, a punto de terminar.

Maravillóse mucho de la magnitud de la obra, pero le extrañó la aparente ausencia de operarios y el silencio reinante en aquel lugar, por lo que le suplicó a Salomón que llamara a los operarios para que ella pudiese ver a quienes habían labrado tal maravilla; pero aunque los palaciegos de Salomón obedecían el más leve deseo del monarca, y aunque el Dios Jehová había ordenado a Salomón que edificara el templo, los operarios no estaban sujetos a su autoridad, pues sólo obedecían a quien tenía La Palabra y El Signo.

Por lo tanto, nadie acudió al llamamiento de Salomón, y la reina de Saba no pudo menos inferir que tan maravillosa obra estaba construida por alguien superior a Salomón.

En consecuencia, insistió la reina en ver y conocer al Rey de las Artes y a sus admirables operarios, con mucho pesar de Salomón, quien sentía haber desmerecido en la estimación de la reina.

El templo de Salomón es nuestro sistema solar, que constituye la gran escuela de vida para nuestra evolucionante humanidad. Escritas están en las estrellas las líneas generales de su historia pasada, presente y futura, y todo normal entendimiento puede discernir su plan. En el esquema microcósmico, el templo de Salomón simboliza también el cuerpo humano donde el individualizado espíritu o ego evoluciona como evoluciona Dios en el universo.

La obra del verdadero templo se lleva a cabo por fuerzas invisibles que actúan silentemente y edifican el templo sin golpes de martillo. Así como el templo de Salomón fue visible en todo su esplendor a la reina de Saba, así también se percibe fácilmente el trabajo de dichas fuerzas invisibles, tanto en el universo como en el hombre, pero se mantienen en el trasfondo y actúan sin ostentación, ocultándose a todos los que no tienen el derecho de verlas ni de mandarlas.

La relación entre estas fuerzas naturales y la obra que realizan en el universo se comprenderá mejor con un ejemplo.

Supongamos que un albañil desea construir una casa para habitarla. Escoge el terreno, acumula allí los materiales y después con las herramientas de su oficio comienza a echar los cimientos. Poco a poco se levantan las paredes, se tienden las techumbres, se completa el interior y se acaba el edificio. Supongamos también que durante todo el tiempo que estuvo trabajando, un perro (que es un inteligente espíritu perteneciente a otra posterior oleada de vida evolucionante) vigilaba sus acciones y el procedimiento de construcción, viendo como iba edificando la casa hasta dejarla concluida. Pero el perro no comprende bien lo que el albañil está haciendo ni cual es su propósito.

Supongamos asimismo que el perro fuese incapaz de ver al albañil ni de oír el ruido del martillo y demás herramientas. En este caso se hallaría el perro respecto del albañil como la humanidad en general se halla con relación al Arquitecto del Universo y de las fuerzas que actúan bajo su mandato. El perro sólo podría ver entonces los materiales que uniéndose lentamente tomaban forma hasta terminar el edificio.

También la humanidad ve el silente crecimiento de la planta, del ave y del bruto, pero es incapaz de comprender las causas de este crecimiento material y los cambios que ocurren en el universo visible, porque no ve el innumerable ejército de invisibles operarios que sigilosamente actúan en profundo silencio para producir tales resultados. Tampoco responden los invisibles operarios al llamamiento de quien no posee el signo y la palabra de poder, por muy alta posición que ocupe en el mundo.

Los clérigos ponderan siempre la necesidad de la fe, mientras que los estadistas dan mayor importancia y ponen toda su confianza en las obras.

Pero la fe manifiesta en obras es el supremo ideal de expresión.

La humanidad puede y debe admirar la elevación de sentimientos y la brillantez de la oratoria; pero cuando un Lincoln quebranta las cadenas que aherrojaban a una esclavizada raza, o un Lutero se rebela a favor de los oprimido espíritus de la humanidad y les asegura la libertad religiosa, la manifiesta acción de estos emancipadores revela una belleza de alma que no se advierte en quienes se remontan a las nubes, pero temen mancharse las manos en la obra del templo de la humanidad. Estos no son verdaderos constructores de templos y serían incapaces de inspirarse en la contemplación del maravilloso templo que describe Manson en El Sirviente en la Casa.

El autor se llama Man-son, que puede significar que se considera Hijo del Hombre, aunque también puede significar "masón", porque el siervo en la casa era asimismo constructor de templos.

Maravillosa intuición denota el autor del drama al trazar la escena en que su siervo, el operario enamorado de su obra, le habla al mundano clérigo, henchido de bajezas y tan vil como un sepulcro blanqueado, del templo que había construido. Este concepto es una joya mística, y la exponemos para meditación del lector: "Me temo que no sea capaz de considerarlo en toda su esencial importancia. Se ha de examinar bajo cierto aspecto y en determinadas condiciones.

Algunos no lo echarán de ver jamás. Debes comprender que no es esto un montón de piedras muertas e insignificante maderamen, sino que es COSA VIVA.

"Cuando entres en él oirás un son como el del canto de un pujante poema".

Escucha detenidamente y si tienes oídos notarás que está formado por los latidos de humanos corazones, por la inefable música de las almas de los hombres. Si tienes ojos verás al punto la iglesia, un espectacular misterio de muchas tintas y formas que saltan enhiestas del suelo a la cúpula, como obra de extraordinarios constructores.

"Sus columnas se yerguen cual membrudos torsos de héroes, y la suave carne de hombres y mujeres está modelada en sus recios e inexpugnables baluartes. En cada piedra angular sonríen rostros infantiles; sus arcos y tramos son las juntadas manos de los compañeros; y en las alturas y espacios están escritos los innumerables ensueños de todos los soñadores".

"Se está todavía construyendo, y a veces la obra adelanta en profunda obscuridad y otras veces en deslumbrante luz, ora bajo el peso de indecible angustia, ora entre estrépito de ruidosas carcajadas y heroicas aclamaciones como estampido del trueno. A veces, en el silencio de la noche, se puede oír el tenue martilleo de los compañeros que trabajan en la cúpula. Son los compañeros que han llegado a las alturas".

Tal es el templo que está construyendo el masón místico, quien procura trabajar en el templo de la humanidad en general, pero como quiera que "cuando la rosa se engalana, ornamenta el jardín", también aspira a cultivar sus cualidades espirituales, simbolizadas en el mar de bronce.

Salomón había ya pedido la mano de la reina de Saba, quien se la había otorgado, por lo que presintiendo el rey que si ella encontraba a Hiram Abiff podía mudársele el afecto, intentó consumar el matrimonio antes de satisfacer el deseo que la reina tenía de ver al Gran Maestre. Pero la reina se obstinaba en verle desde luego, porque presentía la grandeza del magistral artífice cuya habilidad había construido el maravilloso templo, y se sentía instintivamente impelida hacia aquel hombre de acción, como nunca le había conmovido la sabiduría de Salomón, en quien sólo hallaba la verbosidad de floridos discursos y altos ideales que era incapaz de realizar.

Por lo tanto la resistencia mostrada por Salomón en facilitarle la entrevista con Hiram Abiff acrecentó los anhelos e importunaciones de la reina de Saba, hasta el punto de que Salomón no tuvo más remedio que satisfacerle el deseo, y sí fue que de mal grado mandó en busca del Gran Maestre.

Al presentarse Hiram Abiff, vio Salomón arder la llama del amor en los ojos de la reina y arraigaron en su corazón el odio y los celos; pero era demasiado sabio para delatar sus sentimientos.

Desde aquel momento se estrelló contra las rocas de la envidia y el egoísmo el plan de reconciliación de los hijos de Seth con los hijos de Caín, que habían trazado las divinas Jerarquías.

Según la leyenda masónica, la reina de Saba solicitó entonces de Hiram Abiff que le mostrara los operarios del templo. El gran Maestre golpeó con su martillo una roca cercana de modo que brotaron chispas, y al signo del fuego unido a la palabra de poder, los operarios del templo se agruparon en torno de su Maestro en innumerable multitud, todos dispuestos y anhelosos de obedecer sus ordenes. Tan profundamente impresionó a la reina de Saba aquel espectáculo detonador del maravilloso poder de aquel hombre que determinó desdeñar a Salomón y ganar el corazón de Hiram Abiff.

Esto significa que cuando la humanidad echa de ver la impotencia de los clérigos o hijos de Seth, que todo lo esperan del favor divino, y se da cuenta de la pujanza y poderío de los gobernantes temporales, se inclina hacia éstos y deja lo espiritual por lo material. Esto desde el punto de vista o aspecto microcósmico del asunto.

En cuanto al punto de vista o aspecto macrocósmico, ya dijimos que el templo de Salomón simboliza el universo solar, y el Gran Maestre Hiram Abiff es el Sol que recorre los doce signos del Zodíaco, representando el místico drama de la leyenda masónica.

En el equinoccio de primavera, el Sol deja el femenino, dócil y ácueo signo de Piscis, para entrar en el belicoso, marcial, enérgico e ígneo signo de Aries, el carnero o cordero, donde exalta su poderío. Llena el universo con un fuego creador del que inmediatamente se apoderan los millones de espíritus de la naturaleza que en bosques y marjales construyen el templo del adviniente año. Las fuerzas fecundantes aplicadas a las innumerables semillas que dormitan bajo el suelo, las germinan y llenan la tierra de lujuriosa vegetación, mientras otros espíritus aparean a las aves y cuadrúpedos para que crezcan y se multipliquen y mantengan en estado normal la fauna de nuestro planeta.

Según la leyenda masónica, Hiram Abiff, el Gran Maestre, empleaba un martillo para llamar a sus operarios, y es muy significativo que el símbolo del signo Aries, en donde comienza esta maravillosa actividad creadora tenga la figura de un doble cuerno de carnero, semejante a un martillo.

También merece mención que en la antigua mitología escandinava los vanires o deidades del agua son vencidos por los asires o deidades del fuego.

El martillo con que el escandinavo dios Thor arranca fuego del cielo tiene su analogía en el rayo de Júpiter. Los asires pertenecían como Hiram a la Jerarquía del Fuego, a los espíritus de Lucifer e Hijos de Caín que con su individual esfuerzo luchaban por lograr la maestría, y por lo tanto mantenían el ideal masculino, diametralmente opuesto al de la Jerarquía actuante en el plástico elemento Agua.

Hoy día, los templos de los hijos de Seth tienen junto a sus puertas el agua mágica, y todo el que entra ha de señalar con el letal líquido su frente, donde reside el espíritu. Su razón está ahogada en dogmas y sentencias y el ideal femenino está simbolizado en el culto de la Virgen María. La fe es el capital factor de su salvación y se fomenta la actitud de infantil y ciega obediencia.

Muy diferentes son los templos de los hijos de Caín, donde el candidato entra "pobre", "desnudo" y "ciego".

Se le pregunta qué busca y si responde que la Luz, deber del Maestro es darle lo que pide y hacerle francmasón o hijo de la Luz. También tiene el Maestro el deber de enseñarle a trabajar, y para emulación se le presenta el ejemplo de Hiram Abiff, del Maestro Artífice, como masculino ideal. Se le enseña a que siempre esté dispuesto a razonar su fe. Según aprovecha en la obra, asciende grado tras grado y en cada uno de ellos recibe más luz. En los Misterios Menores hay nueve grados (3×3), y cuando el candidato transpone el noveno Arco, entra en el Santo de los Santos que constituye el portal de salida a más dilatados campos allende el alcance de la Masonería (1)

En adelanto y ascenso en la Masonería mística no depende del favor ni pueden otorgarse hasta que el candidato lo merece por haber acumulado el poder de adelantar, de la propia suerte que no es posible disparar una pistola hasta que esté cargada.

La iniciación no es más que el movimiento del gatillo, y consiste en enseñarle al candidato la manera de emplear sus acumulados poderes.

Entre los obreros del Templo hubo algunos que se figuraron merecer el ascenso a un grado superior sin haber acumulado el necesario poder, y, por lo tanto, Hiram Abiff no pudo iniciarlos, y como ellos eran incapaces de ver que las deficiencias estaban en ellos, se resistieron contra Hiram.

Los operarios descontentos entraron en una conjuración para estropear el mar de bronce, la obra maestra de Hiram.


Volver a la Portada de Logo Paperblog