En 1167 Benjamín de Tudela, un rabino español, visitó Siria en su viaje de 13 años a través de Oriente Medio y Asia. Narró lo que probablemente sea el primer relato europeo de un grupo que provocaría horror y fascinación en Occidente: los hashshashin, o asesinos.
Benjamín describió una secta religiosa guerrera, que vivían en las montañas y obedecían a un misterioso líder conocido como el Viejo de la Montaña. Durante los siguientes dos siglos, los cruzados y viajeros que regresaban trajeron sus propias historias, agregando nuevos detalles sensacionales a la leyenda de los Asesinos. Se decía que eran expertos en el oficio del asesinato, entrenados desde la infancia para usar el sigilo y el engaño, y que eran tan devotos de su líder que sacrificaban sus vidas sin rechistar.
Su determinación fanática era el resultado de una combinación de consumo de drogas -hachís- y un proceso de lavado de cerebro en el que a los reclutas se les prometía un jardín paradisíaco repleto de placeres y mujeres hermosas. A raíz de esta leyendas la palabra “asesino” se importó a las lenguas europeas como un sustantivo común que significa “alguien que mata por política o dinero”.
Después de la Edad Media, la leyenda de los Asesinos continuó en Europa, donde las historias espeluznantes y estimulantes de Medio Oriente siempre fueron populares, y todavía aparecen en la cultura pop occidental de vez en cuando. Un ejemplo reciente notable es la serie de videojuegos Assassin’s Creed, que presenta un orden de asesinos sigilosos que escalan paredes y saltan entre los tejados para perseguir a sus enemigos.
¿Qué hay de verdad en los nizaríes?Como toda buena leyenda, una verdad a medias. La historia se basa en los nizaríes ismaelitas, un grupo separatista de la rama de Shia Islam, que ocuparon una serie de fortalezas en Siria e Irán desde finales del siglo XI hasta las conquistas mongolas a mediados del siglo XIII. Capturaron su primer castillo, Alamut, en el norte de Irán, del imperio selyúcida sunitaen 1090 bajo la dirección de Hassan-e Sabbah, un teólogo y misionero. Con la sede en Alamut, las fuerzas nizaríes se apoderaron de otros castillos, creando un pequeño estado geográficamente discontinuo.
Al ser mucho más débiles que sus principales adversarios en términos militares convencionales, los nizaríes se basaron en la guerra de guerrillas que incluía espionaje, infiltración en el territorio enemigo y asesinatos selectivos de líderes rivales. Una de sus víctimas más prominentes fue el visir selyúcida Nizam al-Mulk, que fue apuñalado por un asesino disfrazado de místico sufí en 1092. Cuando se difundió la amenaza invisible de los nizaríes, sus oponentes se vieron obligados a tomar medidas como viajar con guardaespaldas o usar cota de malla debajo de la ropa, a veces sin resultado. Los cruzados europeos también fueron atacados; Conrad de Monferrat fue asesinado por los nizaríes días antes de su consagración como rey del Reino de los cruzados de Jerusalén en 1192.
El Viejo de la Montaña, el jefe mencionado en la leyenda de los Asesinos, también era una figura real. Su nombre era Rashid al-Din Sinan, y dirigió a los nizaríes durante casi 30 años en el apogeo de su poder a fines del siglo XII.
Pero las historias que circularon en Europa tampoco fueron del todo precisas. Es importante recordar que la mayoría de la información sobre los nizaríes que llegó a Europa provino de dos fuentes hostiles, musulmanes y cruzados sunitas, y que los aspectos más extravagantes de las leyendas, como el uso de drogas, no son respaldados por fuentes ismaelitas. Incluso el nombre asesino, del árabe hashashi , era un término peyorativo y nunca fue utilizado por los propios nizaríes. Tampoco ellos eran únicos en el uso del asesinato político. Los sunitas y los cruzados en el Medio Oriente también lo practicaban. Y, por supuesto, los europeos eran perfectamente expertos en matar a sus rivales políticos mucho antes de que aparecieran los nizaríes.
Imagen: Pintura del siglo XIV, sobre el asesinato de Nizam al-Munk, De unknown painter - commons.wikimedia
© Una sección de Félix Casanova para Curiosón, 2018