Revista Filosofía

La leyenda del harisha

Por Occidental En Lucha @occidentaldecad

 

Hace algún tiempo me fue revelada una historia perdida de los Vedas. Uno de esos mitos con los que los hombres crecen. La costumbre y lo cotidiano terminan arrastrando esas grandes ideas fuera de nuestras mentes, como el aguacero que se produce en una tormenta:

 Krishna declara: «Siempre que la rectitud decae y aumenta la injusticia, yo me manifiesto; y para la protección de los virtuosos, la destrucción de los viciosos y el restablecimiento de la rectitud, yo encarno de era en era» (Bhagavad-guitá, capítulo IV, versos 7-8)

 

"La gracia perdida"

En una época ancestral hubo un hombre como cualquier otro. Conocía el arte de la agricultura y prosperó. Pagaba sus tributos y comerciaba con sus semejantes. Aquello que le sobraba se hizo riqueza  y tuvo una familia.

Nacieron  muchos hijos y no siempre la Naturaleza era tan generosa con su progenie.

El hombre sudaba en la tierra pero ella, ingrata y dura escama de Brahma, no le devolvía sus esfuerzos en frutos. Su mujer no era tan bella como antaño, sus hijos no trabajaban lo suficiente aun pequeños e inútiles. Parecía que los dioses le abandonaban y el Mahesha, su señor, le perseguía para cobrarle.

En la noche miraba al cielo buscando respuestas, signos, augurios. Su mujer le miraba inquieta, desconfiada, distante. Ya no era él, Manju, al que sus padres confiaron su dicha y confirieron la dote.

Sentía el calor de sus hijos hacinados con él. Una felicidad que se había convertido en una terrible carga. Una calidez tornada en infierno. Le quedaba un buey, una cabra, un caballo...y muchas semillas que no tenía donde plantar.

Al día siguiente estaba decidido. Se levantó con una esperanza.

  • - Mujer , no tenemos futuro y el futuro debe ser buscado para ser encontrado

Su esposa le miro de soslayo. Se temía que aquel hombre taciturno con el que yacía, antes sonriente y desprendido, audaz y brillante, la abandonase a ella y sus hijos.

  • - Mi padre, en apenas una nube en el recuerdo, me conto de mi abuelo que a su vez lo sabía del suyo. Que cuando vino con una piel y un hatillo solo a estas tierras, antes yermas y ahora fértiles, que trabajo con sus nobles manos, hablo de haber dejado miseria, pero también de abandonar una esperanza. El bosque guarda al Harisha-me dijo. Cuando las estrellas no aparezcan en el cielo para darte esperanza y los hombres no parezcan amigos sino enemigos, búscale en la profundidad del bosque. Él te dará respuestas igual que me las dio a mí. Igual que se las dio a Krishna, señor de hombres y ciudades.

Dirigió sus pasos a aquel agujero acrisolado de porcelanas, en el que guardo los enseres ancestrales de sus antepasados y recogió el hatillo, la piel de tigre y el bastón con la serpiente a los que su padre enseñó a respetar de manera reverencial.

  • - Que haces con esas reliquias. Lo viejo no nos dará de comer, ni a nosotros ni a nuestros hijos- susurró su mujer desde la entrada entre el miedo y la cólera en sus brillantes ojos oscuros.

La rabia en él paso por su rostro transformándose al instante en tristeza:

  • - Tierra de mi semilla... Madhu, ya no eres la bella mujer que conocí, que en mi confiaba. Solo guardas rencor al hombre que fui. Pero los tiempos cambian-exclamó Manju que continuo severo-esta noche, cuando me vaya, entra en el cobertizo. Debajo del sagrado Krishna de nuestros padres moja la tierra y cava con tus manos. Allí guardé sal y especias en un cofre con algo de oro. Esa fue tu dote. Mantén a nuestros hijos. Dalos leche para crezcan fuertes, carne de buey cada luna, conservada en frio o desecada, y espera.

Madhu asintió.

  • - Mi señor, acabada la dote ya no te guardare respeto ni a ti ni a mí. Buscaré otro hombre que quiera criada o seré mujer pública -le dijo cabizbaja

La cogió de la mano pero el frío de aquella mañana los separaba. Los niños se arremolinaban como pajarillos alrededor del nido.

No miró hacia atrás tras escuchar risas y ruegos. Se subió a su viejo caballo y partió.

 

"El Viaje a ninguna parte"

La llanura no era árida pero desconocía los árboles desde hacía tiempo. Cuando su abuelo aún vivía, Manju recordaba laderas con  grandes troncos, de fuertes raíces y enormes copas donde la sombra daba cobijo a los viajeros y peregrinos que se dirigían al Ganghes. De eso ya no quedaba nada. Todo eran tierras baldías, alguna vez cultivadas, ahora pasto del ganado o solaz de perros y bestias salvajes. Cabalgó durante horas hasta llegar a un cruce de caminos donde la senda se bifurcaba. La selva  se vislumbraba en el horizonte como una mancha de verde oscuro y marrón ambarino.

De pronto una piedra le dio en el hombro. Se giró y vio dos hombres de piel casi negra, sucios  y harapientos que salían agazapados de una hondonada.

¡Salud viajero¡- rio con una sonrisa de apenas dos dientes el primero, mientras ayudaba a salir del agujero a su fatigado compañero.

¡Me dais lo que no tenéis!  -respondió con cierta sorna Manju

Miro a su alrededor y se dio cuenta que estaba emboscado. No veía nada pero sentía más ojos  a parte de los cuatro que ahora le seguían.

Las miradas se volvieron torvas.

-Peor la puedes tener tú. Un hombre solo por este camino es presa fácil de embaucadores y salteadores.

Manju , hizo ademán de coger su bastón pero ya otros dos hombres estaban detrás suya.

El miedo se fue adueñando de sus entrañas aunque no lo dio pábulo en su rostro. De su padre, aun cazador, aprendió que no hay nada más apropiado para ser presa de las alimañas que excitarlas con el olor a miedo que exhalan las víctimas. Él sabía que tenía que pasar de buey  a león. Convertir su sumisión en fortaleza y su frustración en temeridad.

  • - ¿Podéis llegar a la felicidad alimentándoos del dolor de los demás?-les increpó

Los mendigos dudaron por un momento. No sabían con quién hablaban después de todo. Parecía un desgraciado haciendo un viaje de fortuna  a la ciudad. En esos momentos, distraídos, decidieron seguirle el juego para saber si llegaría a algún sitio o sería un espejismo de sabiduría.

  • - Y tú ¿a dónde vas? ¿te crees mejor que los demás? No eres más que un campesino piojoso del que podemos sacar algo de comer y que vender. Solo los buitres te tendrán aprecio -rezongó aquel hombre escupiendo en el suelo
  • - Yo ya no soy nadie pero aun busco a Vishnu ¿por qué no he de poder encontrarlo en vosotros o que me ayudéis a llegar a él?

Los acertijos e imágenes de Manju, que sus padres le ayudaron a tejer desde su infancia, dejaron pensativos a los bandidos. Alguien tiró de él por detrás y le arrojó al suelo en una nube de polvo y arena que le cegó los ojos y la nariz.

-No hagáis caso a este charlatán. Dejémoslo muerto a un lado del camino y hagamos carne con su caballo.

El mendigo que parecía llevar el poder en la palabra se echó la mano a la barba, como pensativo.

-Déjale hablar. No perdemos nada y él puede perderlo todo. Si su vida no vale nada, sus palabras serán aliento vacío. No estoy dispuesto a asumir menos de lo que ya tengo, así que acabaremos con él y será carne para los lobos.

Manju trastabilló e intento levantarse con lágrimas que le caían por el rostro, regueros de líneas de sal. Cuando pudo abrir los ojos miro firme a aquellos hombres.

  • - No lloro por mí sino por vosotros. Pensé que tenía dolor y que no tenía esperanza. Me creí el más triste de los hombres, en mi tierra con mi familia, sin futuro. Pero veros a vosotros hace que tenga más necesidad de terminar mi camino, mas pesar en mi corazón. Ya no soy nadie. Tampoco tengo nada que no queráis dejarme, solo vuestra desdicha. Si mi muerte os hace mejores hombres, no dudéis en quitarme la vida.

Aquel que tiró la piedra se acercó a él y le toco el hombro firme pero suavemente, mirándole primero con estupor y después con profunda melancolía. Inclinó la cabeza y comenzó a sollozar. Los hombres se derrumbaron en sus cuerpos como hojas que caen en otoño, maduras para un viaje a ninguna parte. Aquella noche, juntos, a la luz danzante de una fogata, cantaron canciones y contaron historias. Regaron con sus lágrimas esa tierra polvorienta, que dejo de ser tan seca, a la espera de la primavera.

"El bosque"

 Manju dejó su caballo a aquellos de los que aprendió a vivir de nuevo para que pudieran seguir viviendo. El ya no lo necesitaría en la selva neblinosa  a la que se dirigía. Solo llevaría su piel de tigre, su cayado con forma de serpiente enroscada, la yesca y el pedernal. Cuando le vieron vestido de aquella guisa rieron pero le admiraron a la vez.

  • - ¡Que Vishnu te ilumine Manju!

Los habitantes del camino conocían la leyenda del Harisha pero nunca la habían dado crédito. ¿Qué puede haber en la selva más que alimañas, monstruos y tesoros guardados por demonios de tiempos antiguos en los cuales el hombre vivía en los árboles? .Pensaron que estaba muy desesperado, tal vez más que ellos. Debía de estarlo para buscar respuestas más allá de la civilización. Sea como fuere, les unía un dolor compartido, una carencia que solo los hijos de Vishnu podían sentir, una falta de luz en cuya búsqueda ponían la felicidad. Una búsqueda de la felicidad que dejaron en sus manos.

  • - Esperaremos tu regreso sabiendo que tu vuelta no es segura. Solo tu locura será nuestra esperanza.

Las sandalias comenzaron a pisar el frescor del suelo virgen mientras las columnas arbóreas crecían a sus pies. El silencio atronador de las llanuras dejo paso al incesante ruido de la vida del bosque. La humedad empezó a ser pesada como la piedra del molino .Dejo solo  el cuero  encima de su piel con la cabeza de tigre sobre su frente.

La senda de los elefantes quedaba lejos,  aquella que seguían desde las praderas para morir en su cementerio en el  interior.

En la selva siempre más peligroso que lo que se ve es aquello que no se ve y Manju, que lo sabía bien, puso en guardia sus sentidos para evitar cualquier sorpresa que pudiera acontecer.

Para evitar las criaturas más pequeñas froto su piel con tierra y hojas verdes disimulando su olor.

No sabía muy bien a donde se dirigía .Sabía que había que perder contacto con la luz como punto de partida .En la frondosidad del bosque, donde oscurece aire y alma, donde la posibilidad de perderse o verse devorado es mayor, es precisamente donde podría encontrarse el santuario perdido, el lugar que todos deseaban descubrir pero nadie osaba perseguir.

"El tigre"

Manju estaba agotado. Tenía magulladuras en los pies y las piernas y encontró un pequeño claro. Se echó un rato a descansar. Abrió y entreabrió los ojos hasta que todo desapareció  con la suave caricia de la brisa que traspasaba el techo de ramas y hojas. Cuando volvió a abrirlos, otros ojos le miraban desde la oscuridad. No había encendido fuego y la noche se cernía sobre él. Un sudor frio le recorrió la espalda. Una sombra se acercó sigilosa y unos colmillos blancos surgieron de la oscuridad. Como por un resorte sus músculos se pusieron en tensión, el corazón le latía como para salírsele del pecho. Lentamente se incorporó a cuatro patas y bajó la cabeza. La sombra emitió un bufido y se quedó quieta, como en escayola negra. El brillo de los ojos en la oscuridad se volvió acuoso, un horroroso rugido, seco, estridente, le atravesó de lado a lado, como un espíritu airado, y la criatura salió despavorida. No hay nada más terrible para un carnicero que ver al carnero transformarse en lobo.

 

"El fuego y el agua"

Dos días pasaron sin llover. Los monos gemían en los árboles, los animales se arrastraban en la noche y se escuchaba su lamer en las charcas. Manju se tambaleaba con los labios agrietados, sangrantes, chupando con ansiedad los tallos jóvenes en busca del preciado líquido de la vida. Al fin la oscuridad que anticipa la lluvia inundo el bosque en tiempo de luz. Los pájaros volvían a trinar y los monos a cantar. Recogió ramas secas y hojas en un hatillo que hizo con una liana.  Busco un  lugar donde haría fuego y las criaturas no osaran molestarle durante algún tiempo. Doblo tallos jóvenes hasta hacerse un pequeño refugio, improvisado, cerca de un tronco muerto, todo él hueco, del cual los insectos y los animales habían vaciado su humedad y alimento. Comenzó a lloviznar y lo que era un dulce goteo se convirtió en cascada durante unos instantes. Puso las ramas y las hojas secas a cubierto en el agujero del tronco. El agua caía serpenteando  por los árboles y arrimo sus manos a las hojas, los tallos y los troncos para beber. Cuando acabo de saciarse, lo dispuso todo, preparo la hojarasca y las ramas secas para una pequeña hoguera que alumbró su oscuridad.

El fuego, encarnación de Agni, enviado del cielo en un rayo a los hombres para que se defendieran de la oscuridad y de las bestias. Seguridad y centro del hogar, inicio de la civilización. A través del fuego los fantasmas huían con la oscuridad que los traía. Los monstruos de los sueños se convertían en bromas para los niños y los hombres podían cantar mientras miraban las estrellas que les trajeron las primeras luces.

A veces Manju, en la soledad nocturna del bosque, se creía rodeado en la luz del fuego por seres nunca vistos, entes que deseaban conversar con él, comunicarle sus secretos a cambio del suyo: el fulgor y el brillo de la llama. Pensó si el Harisha podría espiarle riéndose de él en la penumbra. Sabía que el fuego solo era un truco mágico menor para el más sabio de los sabios: parte dios, parte bestia y parte hombre, el Padre de los Hombres.

En estos pensamientos y la protección invisible del espíritu del fuego, con el corazón en sus brasas, comenzó a soñar al alba de la noche.

"La serpiente"

La noche siempre tiene sus aliados. La pesadilla y el miedo son algunos, pero también la paz del vacío y el reparador sueño de la Razón. Manju aquella noche vio de nuevo a su esposa. Se sentía exultante de felicidad con aquella de sensación de bienestar y completitud al contemplarla, allí mismo viendo las estrellas. Recordó como un estallido de luz cuando se reunían a escondidas de sus padres celebrando su amor. En un instante se volvieron sus cabellos canos, su piel se secó como el cuero de un buey al sol, el fuego se apagó  y las estrellas cayeron dejando una terrible oscuridad. El sintió un frio que le recorrió los brazos y el cuello. Ella desapareció y al caer las estrellas, todo se volvió negro, como los profetas contaron de la creación del mundo, todo vacío. Surgieron dos brasas de las estrellas caídas, rojas e hipnotizantes. Ya no sabía si había abierto los ojos o permanecía aun soñando con ellos cerrados.

Le parecía escuchar, en la penumbra, a la luz de esos ojos, una voz siseante. Un susurro que hablaba una lengua que no conocía pero que, poco a poco, comenzaba a entender, como inspirado por un espíritu sabio y burlón.

  • - ¿Por qué me llevas contigo cuando todos huyen de mí? ¿Eres mi amigo?

 

  • - ¿Quién eres? No te conozco- interrogó Manju

 

  • - Reino en la oscuridad porque tengo ojos y no veo. Aprovecho los rescoldos, luz palpitante anaranjada, para sentir el calor que no tengo.

 

  • - Se lo que dices. También mendigo el calor del fuego, su energía hasta apagarlo. Sin embargo las brasas de tus ojos no son cálidas sino frías.

 

  • - Es el precio que pagamos las criaturas de la oscuridad. Ambicionamos el calor que dan las fuentes de luz, pero no disfrutamos de ella. Conquistamos la vida moribunda o damos sueño eterno al que duerme. Solo protegemos la vida de lo nuestro y de los nuestros y aun esta última a veces la escatimamos.

 

  • - No veo que puede darme tu amistad aparte de un escalofrío que cierre mi garganta.

 

  • - ¿Es acaso la amistad una medida para tu disfrute? ¿o la consecuencia de lazos inquebrantables entre seres afines por creación o destrucción? ¿Hay acaso mucha diferencia entre un amigo y un enemigo, un cazador y su presa, que no sea el modo en que sus vidas se entrelazan, se mezclan en arco iridiscente?
  • - Tu discurso me aterroriza. Me lleva por senderos profundos del bosque, que no me gusta hollar en soledad, por miedo a perderme y que nadie pueda encontrarme. Me siento como un niño cuyos padres abandonan en la selva y es engullido por una serpiente.
  • - ¿Quién te dice ahora no eres ese niño y yo la serpiente? Elige ser amigo o ser mi enemigo. En ambos casos yo estaré contigo pero el modo en que lo hare será diferente.
  • - ¡Temible Sarpá¡ Mi ignorancia me ha hecho presa de tus engaños. Soy un niño a los ojos de Vishnu pero también ante los tuyos.
  • - Así es ...!elige¡

Manju, se retorcía como un  genio en un vidrio, incapaz de aguantar en su propio cuerpo mientras el sueño se hacía cada vez más corpóreo, más real.

  • - No puedo pedir tu amistad pero puedo ayudarte siendo tu enemigo. Mi cayado te dará paz y compañía en tu soledad si tú dejas mi sueño y preparo mi vigilia. En agradecimiento te perdonare la vida cuando despierte. Así podremos seguir odiándonos con respeto hasta que Brahma decida tragar mis huesos.
  • - ¿Por qué debo dejar a Brahma tus despojos si puedo aprovecharlos yo? ¿ser objeto de tu misericordia cuando puedes ser satisfacción de mi voraz apetito?

Las brasas le miraban como estrellas enanas, frías y relucientes a la vez. Notaba cada vez más una presión en el pecho y el cuello. El siseo se hizo insoportable en su interior. Le costaba respirar .Pudo mover los dedos de las manos. Notó con cierto alivio que asían el cayado de su antepasados, pero no podía apenas deslizar las manos. Deshizo algo la presión apretando hacia sí, a sabiendas que, el daño que se hiciera así mismo, podría ser su salvación. Con un crujido empujo la cabeza de serpiente del bastón hacia su rostro, entre él y esas luces titilantes.

Lo que antes eran puntos de luz tibia, parecieron tornar en un rombo brillante color miel. El siseo se silenció. De repente se oyó de nuevo rápido e incesante. La presión y el dolor comenzaron a ceder. Sacó los brazos y arremetió con el báculo en aquella cabeza parecida a un puño ribeteado. De un salto salió del remolino reptante de carne, escamas y muerte que lo tragaba. La hipnotizadora quedo cautivada por su propia belleza representada hace muchas lunas por un hombre que la apreciaba. Le entrego lo que Manju la había prometido en un principio y ella, desesperada, se enroscó en  él.

En el momento de estrellar la piedra contra la cabeza de la serpiente, en un estertor de dolor que lo hizo desfallecer, fue testigo de la ilusoria felicidad de aquella criatura, que pensó, por un instante, haber encontrado en otra serpiente un destino que compartir.

"El mono sabio"

Se sintió desaparecer pero solo debieron ser instantes. Volvió estar en penumbra. Ahora no para recibir la siempre inquietante y abisal oscuridad de la noche, sino los primeros rayos de luz del alba, el amanecer.

Respiraba con dolor. La lucha le había dejado pleno de vida en los aledaños de la muerte. Nunca se había sentido tan vivo como ahora que podía morir. Abrió los ojos, de nuevo  como en un sueño. Observó, inmóvil, las estrellas, apenas visibles en la profundidad de la selva.

Escuchó un leve arrastrar de pasos que se acercaban. Temió por su vida pero pronto sintió que no había nada que temer. Todo lo que ocurriese a partir de ahora sería un regalo de los dioses. Un tiempo del que solo ahora era consciente después de años en el letargo del "debo" y el olvido del "puedo", incapaz de disfrutar como un niño de la pasión de la propia vida.

-¿Quién eres tú?- le dijo una voz grave, cavernosa, ancestral- me has hecho venir desde un lugar desconocido por vosotros, mis hijos, y que antes era vuestro patio de juegos. La caída de Sarpá ha tambaleado el mundo y quería saber cómo nombrar a aquel que ha sido buey, tigre, serpiente y niño.

- Harisha... ¿Padre?-barruntó a decir emocionado

- ¿Por qué me buscas si tú ya tienes todo lo que necesitas? Mi desesperación estaba en tu ignorancia, pero ahora sabes. Llevo toda vuestra existencia buscando a mis hijos. Tú eres el único que ha llegado hasta a mí... que he logrado encontrar.

- Harisha necesito las respuestas, no puedo morir aquí sin ellas- lloró Manju-tengo que llevarlas a mi casa. Que su luz alumbre la tierra de mis semillas, a mis pequeños retoños, como una hoguera imperecedera. Y que siga haciéndolo cuando desaparezca. Cuando Brahma me abrace y Vishnu  me reúna con mis padres y los padres de mis padres hasta ti. Esa debe ser mi herencia, no quiero la desgracia para los míos.

- Manju. Lo leo en tu mente. Así te llamas- sonrió el gran mono de al menos tres varas que apareció delante suyo. Lo arrastro hacia un árbol por una pierna y le apoyo la cabeza en su tronco, mientras daba unas cabriolas delante suyo-solo puedo bailar mientras lloras porque mueves a risa, como niño que llora al despertar creyéndose  antes, en su imaginación, un poderoso gigante. Renaciste, encontraste el tesoro y aun pides respuestas. Solo hay una respuesta, porque solo hay una pregunta. Y  esa respuesta  tú me la diste a mí antes de que yo haya podido susurrártela. ¡Ay¡ - gritó ente muecas mostrando su grandes dientes- ¡soy yo el que necesito de ti y no tú de mí¡.

Como fuera de su cuerpo contempló como el gran mono se golpeaba el pecho, saltaba y se agarraba a las ramas de los árboles yendo de unas a otras. Muchas caían bajo su peso que, al chocar contra el suelo, lo hacían temblar a su alrededor.

- ¿Qué puede significar todo esto?-pensó

- Como sabiendo lo que pasaba por su mente Harisha continuó hablando-serás mi enviado. A cambio de ello te mantendré a salvo en este claro, hasta que puedas moverte. Eso es lo que te ofrezco. Aplacaré tu dolor, te abrazare en el frio de la noche, bailaré para ti durante el día, te daré agua, bayas y podrás volver a tu casa. Es todo lo que necesito y a la vez todo lo que puedo darte, hijo mío.

Manju, se mostraba por un lado decepcionado y por otro absorto en los acertijos de ese ser que no movía la boca para algo que no fuera gesticular. Hablaba directamente a su alma sin pasar por sus oídos. Sin duda era un dios, burlón, pero dios al fin y al cabo.

-Se tú mismo Manju. Cuando la riqueza, que es amor, se busca en los demás, en el otro, solo eres un ladrón de algo que no te pertenece. Entender es amar. Todo esto ya lo sabes. Lo has aprendido en este viaje. Lo más difícil siempre viene cuando el viaje se acaba.

Con el eco de esas palabras en su mente, dulce letanía de un hechizo, un estado de plenitud le engulló y una luz se apoderó de él.

Nunca el sueño de un dios fue tan real como para cambiar la vida. Pero su recuerdo fue, hasta su muerte, rey de su corazón y voluntad de su alma.


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