Hembra de Sympetrum flaveolum sobre mi dedo
Era una fría mañana de verano y el sol aun no había subido lo suficiente para calentar los alrededores de la charca, pero había llegado el momento. Después de casi un año en el agua, después de pasar el invierno adormecida bajo una capa de hielo y nieve, la primavera la había despertado y en pocas semanas la comida apareció por todas partes en forma de insectos acuáticos y renacuajos.
En un par de meses cambió de traje varias veces porque le iba quedando pequeño, pero después del último cambio sintió el impulso de salir del agua para ver el mundo que había fuera. Se asomó a la superficie y trepó por una pequeña ramita de la orilla, se agarró fuertemente y su traje se empezó a rasgar. Poco a poco asomó el cuerpo de la pequeña libélula, pero aun tardó casí una hora en liberarse completamente para mirar el mundo con su traje y sus ojos nuevos. Aun tenía que estirar sus alas y para hacerlo subió un poco mas para buscar espacio libre, pero algo salió mal y se cayó al suelo.
Me la encontré sobre la hierba moviéndose torpemente, no le quedaba mucho tiempo, si durante los siguientes minutos no era capaz de estirar sus nuevas alas todo estaría perdido. Le puse mi dedo frente a ella y aceptó mi invitación . Levanté mi mano y dejé que el sol la calentara. Así estuvimos los dos unos minutos, después aleteó un poco y se levantó en aire para comenzar su nueva vida. Su primer vuelo fue corto, no mas de 6 o 7 metros, pero después de un rato despegó y ya no la volví a ver. Quizás me la encuentre el próximo día que suba, a lo mejor se acuerda de mi y me vuelve a dar la mano.
Muy cerca de donde encontré a mi amiga, otra hembra de su especie, probablemente una hermana suya, había tenido menos suerte. Algo había ocurrido y sus alas y su abdomen no se habían estirado correctamente, ya no había nada que hacer. La suerte ya estaba echada.