Adriano de Souza y Jadson Andre, amigos y competidores / ASP
El surf es un deporte único, carece de reglas y de árbitros, sólo los que se encuentran en el pico están legitimados para dictar las sentencias y anunciar los juicios. Algunos lo llaman soberanía popular y otros anarquía; pero, para nosotros, se trata de libertad.
Quizá sea esta independencia la que convierte al surf en un deporte tan íntimo y personal. La percepción de esta forma de vida es tan subjetiva que existen tantas versiones de ella como personas que la siguen y practican. Y eso me encanta.
Mi abuela solía decir que puedes conocer partes de una persona sólo con ver sus movimientos y reacciones sobre el agua y quizá no le falte razón. Conocí a mis amigos en el mar, charlando en el pico entre tanda y tanda, disculpándome por mis saltadas y torpezas (involuntarias, ojo), compartiendo trucos y consejos, y, después, entre cervezas, comentando la sesión del día.
Sin embargo, existen decenas de personas con las que me codeo en el mar día a día y comparto estilo de vida, hobbie y diversión; personas cuya identidad desconozco pero tampoco necesito saber. Me inclino ante la perseverancia del chico de neopreno gris y evolutiva azul que no cesa en su intento de conseguir domar la espuma; aplaudo cada una de las maniobras del genio del surf que marca la diferencia con su All Merrick 6.2; y, por qué negarlo, babeo con el rubio que llega a la playa con su opel blanco y se viste con neopreno de Rip Curl negro para bajar a la caleta con la Pukas 6.5 de grip amarilo, azul y negro bajo el brazo (pero casi ni le miro eh?).
En fin, el surf no sólo me ha concedido la eterna satisfacción de conseguir andar sobre el agua, también me ha dado amigos sobre los que apoyarme y conocidos que, por su devenir con las olas, ya merecen mi respeto. Quizá sea que la libertad tampoco es tan mala ¿no creéis?