Revista Cultura y Ocio

La libertad, el amor y el castigo

Por Daniel Vicente Carrillo


La libertad, el amor y el castigo
Entiendo las reservas filosóficas contra el dogma de la eternidad de las penas. Yo mismo las he compartido en algún momento, por lo que creo conveniente explicar a qué solución llegué para abandonarlas.
Desde una perspectiva humana es difícil entender que seres que gozan de albedrío, como los demonios y el resto de criaturas condenadas, se mantengan durante toda la eternidad en una obstinación que es irrazonable y que los perjudica. Además, si Dios nos profesa un amor infinito, ¿por qué no ama a los condenados del mismo modo que nos pide a nosotros que amemos al pecador?
Se responde a la primera duda del siguiente modo. La libertad puede entenderse en dos sentidos, extensivo e intensivo. La libertad en sentido extensivo es aquella que aumenta en proporción al número de posibilidades de elección contempladas por el individuo. Por el contrario, la libertad en sentido intensivo es mayor en la medida en que sus fines son perfeccionados por la actividad que les es propia. Así, un magistrado, sujeto a determinadas funciones y actos debidos según su dignidad, tiene menos libertad extensiva que un simple ciudadano, ya que deberá guardarse de ciertas actitudes en su vida pública; no obstante, su libertad intensiva es mayor, puesto que posee un poder del que el común de hombres carece. Del mismo modo, un bachiller dispone antes de elegir licenciatura de infinidad de opciones de futuro, pero conforme avanza por una de ellas decrece la probabilidad de que pueda completar las demás alternativas.
Luego, cuanto mayor es la libertad intensiva, menor es la extensiva, y viceversa. La libertad en sentido extensivo se vincula a la indeterminación y a la condición menesterosa de un ser en germen y sin atributos concretos. Ahora bien, la libertad en sentido intensivo consiste en llevar hasta las últimas consecuencias la propia naturaleza, plasmada en actos libres realizados desde un comienzo. En Dios, el ser más libre y más perfecto, sólo hay un acto posible: Él mismo, el acto puro. Análogamente, lo que una naturaleza angélica o demoniaca decida puede comprometerla para siempre, dado que la intensidad del decidir restringe la amplitud de la decisión; y hay que pensar de manera semejante para con la naturalezas resucitadas.
A la segunda duda se responde así. El amor, no menos que la libertad, puede entenderse extensiva o intensivamente. Es amor extensivo en grado máximo o infinito aquel que se despliega sobre el mayor número de criaturas en un mayor número de casos. Es intensivo en grado sumo, en cambio, el que sacia por completo la aspiración de amor en la criatura, no dejándole nada que desear. El amor intensivo, a diferencia del extensivo, no puede ser infinito, ya que se mide según la capacidad de quien lo recibe, que es siempre finita en las criaturas. Cuenta además con límites lógicos, pues no es posible amar a la vez la virtud y el vicio, esto es, una cosa y su contraria. Por ello, ni Dios puede amar a los seres viciosos en tanto que viciosos, ni éstos poseen la capacidad de recibir su amor, habida cuenta de que no lo desean. De donde se infiere que, mientras se mantengan en la maldad, las criaturas son extrañas a la gracia y al perdón de Dios. Se ama al malvado por lo que puede llegar a ser, no por lo que es. Ahora bien, si éste ya ha llegado a ser todo lo que es, pues no hay en ningún individuo finito una potencia de ser infinita, no es posible amarlo jamás.


Volver a la Portada de Logo Paperblog