¡Cuán gritan esos malditos! ¡Pero mal rayo me parta si en concluyendo la carta no pagan caros sus gritos! La verdad es que sin llegar a ser el Tenorio me pasó por la cabeza esta inmortal frase de Don Juan al ver el escándalo que se armó por las calles cuando en la madrugada del sábado al domingo acabó el estado de alarma y entramos de nuevo en un terreno pantanoso en el que nada está claro y los jueces van a tener que hacer horas extras para intentar dar un poco de luz a la incertidumbre jurídica. Han tenido un año largo para preveer esto pero como siempre nos ha pillado el toro y nos va a tocar rezar para que no pase nada, ahora que no tenemos la espada de Damocles tan cerquita de la cabeza y vamos a volver a vivir una temporada a base de “inventos”. El panorama a la vista no resulta muy alentador, más aún después de ver a los que salieron a “ejercer la libertad de quinto y tapas” de Ayuso. No es buen fario, por lo menos para a los que nuestra estabilidad ya se resiente después de tantos meses de pandemia, de tanto océano de tragedia cruzado para llegar a este punto y pensar en la posibilidad de morir justo en la orilla. Al final, acaba el estado de alarma y lejos de causar alegría, provoca inquietud. Soy raro, ¿Verdad?
Igual soy un cobarde por asustarme al ver como saltó la gente a la calle por toda España para celebrar no sé yo muy bien que. La pandemia no ha acabado, sólo lo ha hecho el Estado de Alarma. El bicho sigue ahí y mucho me temo que tal y como estaba la carretera de la playa este domingo, a estas horas estará frotándose las manos al ver como se lo estamos poniendo en bandeja para que remonte y volvamos a las cifras intolerables. Si eso ocurriese, veremos con que cara miramos a los que se están dejando la piel por nosotros. Los mismos que ahora miran alucinados los botellones justo enfrente de los hospitales donde sigue muriendo gente.
Puede que si volvemos a los días duros entendamos que la libertad no consistía en hacer el cenutrio por la calle como si no hubiese un mañana (igual no lo hay gracias justamente a esos comportamientos). Pero bueno, así son las cosas. Se ha simplificado tanto el significado de los grandes valores a base de entretenimiento unineuronal, campañas electorales ñoñas, discursos vacíos y tonterías varias que ya nadie puede llegar a entender que la libertad es algo mucho más grandioso que tomar unas cañas o ponerse la mascarilla por montera. En estos tiempos en los que la happycracia lo ha invadido todo hemos olvidado que la libertad tiene una compañera inseparable que se llama responsabilidad. La libertad no puede consistir en salir a la calle a contagiar o contagiarse despreciando el esfuerzo y el sacrificio de tantos durante tanto tiempo. La libertad es algo que ha costado ríos de sangre a lo largo de la historia de la humanidad y que no puede resumirse en salir de botellón con la panda, lo siento.
Por lo visto resulta muy difícil meter en la cabeza de demasiados eso de que vivimos en una sociedad en la que todo está entrelazado y que existe una piedra angular que aguanta todo el edificio. Antes, los antiguos, la llamábamos respeto. Respeto al prójimo y a uno mismo, sin eso no podremos hacer nada, por mucho que Ayuso y compañía lo resuman todo en esa especie de barrio Sésamo que representan en cada una de sus apariciones para que cada vez seamos más y más simples para así podernos engañar mejor. No, la libertad no es salir de tapas.