Era enérgico y era extraño, era lóbrego como un agujero de gusano; a veces éramos tres y otras parecía que fuéramos cuatro. Pero nadie socorría y, en ocasiones, resultaba esforzado abarcar tanta curvatura y tanto espacio. Sorprendentemente, todo cuanto en la proximidad comparecía esquivo o convulso, en la distancia se manifestaba dócil y sosegado. Una vez más, nos pareció estar a salvo, pero entonces la salamandra mordió el hocico de la bestia y la línea de Kàrmán confundió su equilibrio. Fuimos arrastrados hacia un porvenir incierto y, el destino, nos alcanzó sin compasión.