LA COLMENA
Al café de doña Rosa acudían siempre todas las criaturas que perfiló Camilo José Cela y luego recreó en la pantalla Mario Camus, y allí terminaban porque era su refugio, o lo más parecido a un hogar que podían encontrar. Quienes habitamos los institutos pasamos también parte de nuestro tiempo en sus cafeterías, porque acaban convirtiéndose en un lugar en el que repostar, charlar o simplemente cargar las baterías.
Puedo presumir de que mi centro, el IES Mediterráneo de Cartagena, tenía una de las mejores cantinas que he conocido, y digo tenía porque algún meainformes de la Consejería de Educación, Formación y Empleo de la Región de Murcia ha decidido que eso tenía que cambiar. Qué curioso que allí ni se eduque, ni se forme ni se respete el empleo, paradojas de la vida burocrática. Las mentes pensantes, mejor dicho, los diarreicos mentales que se empeñan en cosernos a informes a los profesores pero que luego nos dan la espalda cuando hay algún conflicto con alumnos o padres, esos tipos tan lucidos han logrado rizar el rizo.
No contentos con ningunearnos, hace unos meses se sacaron de la manga un “Procedimiento para la Contratación del Servicio de Cafetería de los Centros Docentes Públicos”, vamos, que quieren ser ellos, que en el mejor de los casos llevan años sin pisar un instituto, quienes decidan quién nos pondrá el café o les servirá bocadillos a los alumnos, todo para darle otra vuelta de tuerca a la poca autonomía de gestión que tienen los centros.
Debió de ser por la cercanía electoral, o porque la crisis también sacude a los amigotes, o porque algún asesor digital o subsecretario voltaico tiene un primo cuyo cuñado es íntimo amigo de la amante del dueño de una empresa de catering, y con este procedimiento pues igual se hace con la concesión de diez o doce cafeterías, qué sé yo. Después de la construcción, los trajes o las influencias, éste era un campo que tenían sin prevaricar, digo, sin explotar. Da igual que las aulas estén masificadas, que el absentismo crezca y crezca, que los alumnos no se involucren con el estudio, que las infraestructuras de los centros sigan huérfanas, eso no importa, lo verdaderamente importante es decidir quién se hace con las cantinas.
Tal vez yo sea un ignorante, pero lo que sí sé es que en mi centro, hace trece años que mantienen nuestra cafetería Luis Ñíguez y Santi Baeza, una pareja de trabajadores indesmayables y grandísimas personas, que conocen a cada alumno, saben lo que tomamos sin pedírselo, y siempre tienen una palabra amable. Lo que sí sé es que sus dos hijos, que estudian en el centro, en cada recreo no dudan en meterse tras la barra y echarles una mano. Lo que sí sé es que trabajan mañana y tarde, y que siempre han colaborado en cualquier actividad del centro. Eso sí lo sé.
Ignoro, en cambio, qué botarate político quiere acabar con un servicio magnífico dándoselo a una aséptica empresa que nunca podrá tratarnos como ellos, y lo que es peor, por qué desde esa Consejería no se tiene el más mínimo reparo en poner de patitas en la calle a una familia, cargándose de un plumazo su única fuente de ingresos. Lo que no sé es cómo no protestamos todos un poco más, o por qué seguimos manteniendo en sus cargos a esta panda de inútiles capaces de ignorar a los trabajadores de los centros de enseñanza, capaces de mangonear en la distancia. Desde luego, doña Rosa era una santa al lado de estos burócratas imbéciles.