“Mire. Esta lista es el bien absoluto. Esta lista es la vida. Más allá de sus márgenes se halla el abismo.”
Me van a permitir que, después de tenerles tanto tiempo abandonados, en este primer post del año me ponga un poco sensiblera. Esta larga desaparición ha sido debida a un cierre temprano del nuevo suplemento de la revista que me da de comer (no dejen de buscarlo en sus quioscos a partir del día 18 de este mes, nos ha quedado re-bo-ni-co) que me ha tenido algo más ocupada de lo acostumbrado y que, a su vez, era el resultado directo de un plan de Nochevieja de lo más apetecible: pasar la última noche del año en Tokio.
Pero, lo primero es lo primero: ¿qué se me había perdido a mí en Tokio un 31 de diciembre para disgusto de la familia y envidia de mis amigos? Les cuento. Mi relación con la capital de Japón tiene nombre y apellidos: Andrés Sánchez Braun. En febrero hará tres años que mi señor esposo se desplazó a tierras niponas con motivo de la presentación del por aquel entonces nuevo juego del enorme Shinji Mikami, Vanquish. Y allí coincidió con este increíble caballero que, junto a Yuriko, su estupendísima señora, convirtieron su estancia en una experiencia inolvidable. ¿Y quiénes nos adoptaron y guiaron por Tokio durante nuestro viaje de novios unos meses después? Así que al conseguir al fin juntar unos días libres, no pudimos pensar en compañía mejor que la de Andrés y Yuri ni lugar más deseado que la capital nipona para pasar el fin de año.
Una advertencia: no esperen encontrar aquí un relato de las costumbres japonesas en estas fechas. Ni cenamos soba (unos fideos largos de trigo bien ricos), ni fuimos a escuchar las 108 campanadas que representan los pecados humanos para comenzar el año puros, y, cómo comprenderán, la resaca no nos permitió ir a templo ninguno a agradecer por lo bueno vivido y a rezar por lo que vendrá. Para conocer sobre todos estos asuntos y algunos otros más, pásense por este estupendo artículo de María Pérez Suárez para El Viajero de El País y su curiosidad será completamente satisfecha. Y en breve tendrán por mi parte un post sobre lugares que me pirran de esa ciudad de marcianos, lo prometo.
Y ahora, centrémonos: Tokio, 31 de diciembre de 2012. Andrés elaboró una lista con los nombres de todos los que esa noche íbamos a reunirnos para despedir el año siguiendo los cánones españoles, es decir, comiendo y bebiendo como animales. En la cuadriculada ciudad japonesa lo de “donde caben dos caben tres”, no se estila (señores de Ikea, ténganlo muy en cuenta) y es obligado reservar el número exacto de personas asistente a cualquier evento. Y a las 20:45, junto a la estatua de Hachikō, en Shibuya, Braun sacó esa lista compuesta por 21 nombres, algunos en japonés, la mayoría en español, y una a una todas esas personillas, muchas de las cuales no se conocían con anterioridad (aunque, a lo largo de la noche y para jolgorio del personal, descubrimos que entre los asistentes se encontraban un antiguo alumno y su profesora… ¡de Segovia!), fueron (fuimos) llegando al lugar de la cita, hasta que, como en Un año más, de Mecano, abogados, camareros, ilustradores, profesores, periodistas, comerciales, diseñadores, becados y demás, nos dispusimos a hacer todos juntos algo a la vez: decirle adiós al 2012 ocho horas antes que nuestros amigos y familiares en España.
Y en una izakaya (taberna típica japonesa) de cuyo nombre no puedo acordarme, pasamos la noche tan ricamente estos 21 curiosos personajes unidos por La Lista de Braun hablando, riendo, fumando (sí, en Japón se puede uno dar al vicio del fumeteo en los garitos, pero no en la calle) y bebiendo todo lo que quisimos (un apunte, allí la barra libre se llama Nomihodai, 飲み補題, y por 4.000 yenes, menos de 40 euros, disfrutamos de un menú cerrado y todo el alcohol que quisimos durante las tres horas que duró la cena), rodeados de ruido y japoneses a los que eso del fin de año se la traía al pairo y esperando con ansia la medianoche para comernos unas golosinas sabor moscatel la mar de apañadas que habíamos conseguido para sustituir a las tradicionales uvas, y que gracias a la perfecta retransmisión de María devoramos puntualmente.
Del resto de la noche les resumiré que tuvo todos los componentes que hacen buena a una película: acción, un malo muy malo, grandes escenarios, inmejorable música, y, cómo no, unos protagonistas increíbles, esos 21 de La Lista de Braun que paulatinamente fueron retornando a sus respectivos hogares. Los últimos valientes en pie decidimos cambiar el chocolate con churros típico de la fecha por un par de horas extra en un karaoke de Shibuya y un desayuno en el McDonald’s para acabar, gafas de sol en ristre, volviendo a casa en un taxi forrado en ganchillo de arriba a abajo, afónicos y felices.
Gracias por esa increíble noche, Andrés, Tomás, Javi, María, Juan, Ana, Rubén, Hiroko, David, Pablo, Carlos, Javier, Noemí, Javi, Miyuki, Guillermo, Tomomi, Chris, Sosuke y Jorge. Gracias por hacerme sentir como en casa a tantos kilómetros. Espero volver a veros pronto, muy pronto. Y quiero acordarme también de dos personas que no estaban en esa lista, pero sin las que esa noche no hubiera sido posible: Maribel (cedernos tu casa ha sido la mayor muestra de generosidad hacia un extraño que jamás haya vivido, ¡gracias!) y Yuriko (¡te echamos mucho de menos, preciosa!).
Así que, ya lo siento, queridas madre y suegra, pero el 31 de diciembre de 2013 no me esperéis a cenar, que voy a pasar la Nochevieja en Tokio.
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