En demasiadas ocasiones, un padre divorciado es un tipo aplastado por una tonaleda y media de etiquetas, descalificaciones e insultos que los demás, gente toda ella estupenda y justiciera, le van colgando, cargados de buenas razones y sin remordimiento alguno, porque ellos lo valen y se sienten con derecho, sí señor.
Un padre divorciado es un burro apaleado para dar ejemplo, un títere del escarnio público, un tipo al que no marcan con una estrella y lo mandan directamente a los hornos crematorios de Auschwitz, porque sencillamente no hace falta, que con las lindezas que de él se cuentan por ahí hay más que suficiente para despellejar su imagen pública y hundirlo en la miseria moral más absoluta.
Yo soy uno esos padres divorciados que aspira a hacerse con el Campeonato Mundial del Insultado, en la categoría de improperios pesados _de los de más de 100 kilos_, porque lo mío no es que me lluevan mamporros verbales por todos lados, sino que me llevo la palma en ser, de largo, uno de los tipos con más defectos del planeta Tierra. Aunque debe de ser algo genético, creo yo; algún tipo de tara que hace inferior a la raza de los padre divorciados, porque no es que unos pocos de ese tipo de individuos salgan más malos que el doctor Infierno, sino que todos, en su conjunto, formamos una masa pseudohumana, de la que sólo se puede aprovechar la pensión, la sangre hasta donde no le quede una gota, los dientes de oro _si los tienes_ y, cuando te quedas en plan esqueleto, hecho de calamidades y deudas, siempre se te puede usar como blanco para practicar el tiro al gilipollas con la escopeta verbal del desprecio más absoluto y de la mala hostia total.
Y debo de tener más sanbenitos que nadie, porque de todos los colores las he oído... El más común de los insultos que recibí y recibo es el de "abductor" y/o "encantador de serpientes", léase también "oportunista" e "interesado", porque, ya se sabe, siendo un nadie sin Don y un muerto de hambre, un apestado de los cojones, si consigues, con tu poder de seducción diabólico, que alguien te dirija la palabra o establezca algún tipo de relación contigo no es jamás por motivo honorable, imposible, sino por el interés te quiero Andrés, por sacarle la pasta al personal, ya que se supone que la pobreza te envilece y te vuelve un cerdo de cuidado.
Le siguen de cerca los epítetos relacionadas con el concepto de "falso" e "hipócrita" _de tener doble cara para no andarnos con rodeos_, ya que si antes eras un tipo más bien diplomático, sociable y supuestamente encantador, un doctor Jekyll de relumbrón, nadie comprende esa extraña y repentina metamorfosis tuya en míster Hyde, cambio de chaqueta que te lleva a aullar como el puto hombre lobo y pegar unas dentelladas de aquí te espero cada vez que alguien tiene los santos güevos de difamarte y juzgarte sin más, de manera que, lejos de callarte en aras de la concordia y el buen rollito social, de poner la otra mejilla, sacas la recortada de la indignación, dispuesto a acribillar al juez accidental de turno... Y de paso a su madre, que no tiene culpa, pero que algo habrá hecho...
Completan tu retrato robot de tipejo despreciable donde los haya, las lindezas que ponen en solfa tu hombría _ahí le duele a ese cabrón_, palabras tan chulas como "impotente" o "maricón" para que a nadie le quede duda de que, se te mire como se te mire, eras poco más que una mierda pinchada en un palo y no hay, básicamente, por donde cogerte.
Las calumnias, los insultos, las descalificaciones forman, en definitiva, parte de tu día a día, porque si no te enteras directamente, siempre habrá un alma caritativa y piadosa que venga a contarte que te andan jodiendo públicamente por ahí...
De esa marca constante de la bestia sólo puede librarte La lista de Shindler de Dios, que, por pura misericordia _ésa que nadie tiene contigo_ te arranque del horno crematorio de la infamia y el linchamiento social para llevarte al Elíseo, al único lugar donde nadie te tocará los cojones, un lugar donde nadie es mejor que nadie al que llaman "más allá".