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La literatura como el fútbol

Publicado el 14 junio 2013 por Rusta @RustaDevoradora
La literatura como el fútbol
Después de la literatura como reality-show, llega la literatura como el fútbol.
A menudo la literatura y el fútbol se consideran polos opuestos: mientras la primera es la quintaesencia de la cultura y la sabiduría, lo segundo se asocia con el pueblo llano que disfruta de algo tan ridículo en apariencia como un grupo de hombres corriendo en pantalón corto. Sin embargo, ¿de veras estos dos mundos son tan distintos?
Los grandes grupos editoriales son como el Barça y el Real Madrid: ganan las competiciones más importantes, tienen recursos para conseguir a los jugadores (escritores) más talentosos y llegan a un público potencial enorme. Esto también les hace cosechar críticas porque a veces ponen la comercialidad por delante de los principios (ejem, ejem), aunque de todos modos su poder de atracción es innegable. Siguiendo la misma regla, los sellos independientes ocupan el lugar del resto de equipos: sus aspiraciones son distintas, tienen otro tipo de política y, a pesar de no obtener los mismos beneficios que los grandes, de vez en cuando ven nacer una pequeña estrella que les permite seguir existiendo con cierta dignidad (y que tarde o temprano se pasa a las filas de un gran grupo).
Los escritores adoptan el papel de los futbolistas. Messi, Xavi y Casillas, jugadores famosos y de calidad, se pueden equiparar a nombres de autores consolidados y "serios", de reputación intachable. Cristiano Ronaldo, talentoso pero terriblemente antipático, podría ser uno de esos escritores controvertidos que de vez en cuando tienen salidas de tono, aunque aun así conservan un buen número de seguidores fieles. Por otro lado, los jugadores conocidos por su fama de brutos suelen generar más rechazo que agrado, como ocurre con ciertos escritores de best-sellers de escasa calidad. También hay jugadores como Sergio Busquets: importantes, pero tan discretos fuera del campo que quizá son poco valorados, como ocurre a tantos escritores. No me olvido de los Ronaldinhos que brillan durante un tiempo y luego se destrozan, comparables a autores que publicaron una gran novela y luego no recuperaron su nivel.
Además, tanto en el fútbol como en la literatura hay canteras e importaciones, el editor es el técnico que decide qué alineación presenta y qué fichajes son importantes; y todo el personal relativo al proceso editorial (traductores, correctores, maquetadores...) se equipara a los médicos, preparadores físicos y segundos entrenadores que se aseguran de que el resultado final esté en condiciones. También merecen una mención el agente y el scout, ojeadores de promesas. El director (del club, de la editorial), como siempre, es el que más gana y el que menos se ensucia las manos.
Por otro lado, al pensar en la selección nacional me viene a la mente lo que espera el lector al abrir una novela teniendo en cuenta la nacionalidad del autor: el misterio y los crímenes de la novela negra nórdica, los intentos de escribir la gran novela americana de los estadounidenses, el realismo mágico de los hispanoamericanos, las novelas sobre la guerra civil española... Por supuesto, siempre hay un margen para las sorpresas, para esos jugadores que parecen no encajar en el once pero, sorprendentemente, funcionan.
No obstante, es probable que el parecido más claro se encuentre en la reacción del público. Todo el mundo se considera un lector de gusto exquisito que busca la calidad y no se conforma con la "basura" comercial, pero luego Cincuenta sombras de Grey vende millones de ejemplares y casi nadie conoce a Irène Némirovsky o Anne Tyler. De una forma parecida, los amantes del deporte se quejan por la falta de apoyo a los clubes pequeños y a los equipos de mujeres, pero la realidad demuestra que se habla más de la última mourinhada que de las victorias de la selección femenina. Cosas de la cultura de masas y la falta generalizada de capacidad crítica, supongo.
En lo que fútbol y literatura no se parecen ni por asomo es en la atención que les dedica la prensa. Una lástima, ¿verdad?

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