Revista Cultura y Ocio

La literatura no termina nunca

Por Calvodemora
Hay veces en que uno sabe cómo debe caer. El arte consiste en premeditar esa caída, en exponerse de un modo dramatizado, en no dejar que alguien pueda pensar que hay una improvisación o que es el azar el que conduce las riendas de la trama. Los poemas de amor son en realidad caídas muy estilizadas, fotografías del cuerpo conforme va acercándose al suelo, instantáneas a las que solo pueden acercarse las metáforas. Incluso la forma en que el pianista aborda una pieza es una impostura, una imposición a la realidad que pudiera haberse evitado sin que el mundo hubiese dejado de girar o sin que nadie la hubiese echado en falta. El arte entero es una impostura. No se le llamó y no se esperaba que acudiese. Ahora mismo estoy evitando escribir un poema de amor o un poema de desamor. En este instante en que no estoy tocando Waltz for Debby, estoy haciéndole un favor al mundo. No estoy produciendo. No hay que producir: antes tenemos que  acabar con las existencias. No podemos seguir halagando al fantasma: hay que prenderle fuego, hay que arrojarlo al desagüe y verter agua hasta que no se oiga nada. Ni cómo baja cañería abajo ni cómo grita. La literatura es la gran cañería. Por ella circulan todos los argumentos. Son las criaturas que buscan desconsoladamente el lugar en el que tendrán que perderse, pero no se pierden. La literatura no termina nunca. Sigue avanzando siempre. Mientras haya quien se caiga. 

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