UNA SERIE DE LORENZO SILVA PARA LA HISTORIA DE LA LITERATURA
En 'La llama de Focea' Bevilacqua se muestra cada vez más sosegado, ducho en lo profesional pero sobre todo en lo humano, y ahí es donde verdaderamente Lorenzo Silva está ganando la batalla en las últimas entregas de una serie que se ha hecho ya inolvidable para nuestra literatura.
Calibrar la supervivencia de una serie en la novela negra depende de algunos factores que el buen lector debe ser capaz de reconocer. Una especie de cuota que debe cumplirse y que se articula en torno a tres o cuatro razones fundamentales: atracción del protagonista, dominio de lo procedimental, una voz narrativa solvente y un especial ojo, o un oído, llámenlo como quieran, para lo sociológico. Si a esos cuatro elementos le añadimos el quinto y demoledor que supone moverse entre el paso del tiempo, veremos que la existencia de una serie queda bien asegurada.Doce son las entregas de Bevilacqua y Chamorro que Lorenzo Silva ha regalado a nuestra literatura, antes de esta ‘llama de Focea’, en un camino que dura ya más de veinte años, y el lector, cuando inicia cada novela, siente un viento de familiaridad, de algo conocido, que le deja ya interesado en la nueva trama de turno. Es como entrar en el hogar del que llevásemos fuera unos meses, o unos años, los que Lorenzo hubiera empleado en finalizar la siguiente entrega.
El hogar de Bevilacqua
Y en ese hogar nos aguarda Rubén Bevilacqua, o sea, un personaje atractivo, que ha vivido lo suyo, que tiene sus códigos éticos y morales, como cualquiera de nosotros, y que ha subido en el escalafón benemérito casi más –diría él- por el premio de los años que por sus victorias contra esos malos que su trabajo en la picolicie le pone delante. Sus anclajes actuales: una madre por la que el tiempo vuela, un hijo que sigue los pasos del padre, una juez que de cuando en cuando le picotea el corazón, y Chamorro, la compañera siempre fiel, el binomio que lleva todos estos años a su lado.
Vila tiene tirón por su manera de actuar, por sus contenciosos con los que tienen más poder, por la forma de proteger a los suyos, vistan o no de verde, y porque de alguna forma nos quiere demostrar que, pese a los desconchones del mundo, aún puede haber esperanza para el ser humano. En esas andan también Chamorro, Salgado, Arnau y hasta algún superior suyo como Pereira, y si me apuran incluso la memoria del extinto Robles.
Para los escépticos de los héroes –antihéroes más bien-, llega el segundo pilar de la serie: los aspectos procedimentales. Todas las novelas, incluida esta, son muy respetuosas con las técnicas de investigación, porque la Guardia Civil no solo debe ser profesional, sino también parecerlo, como buena esposa del césar que hoy es el estado. Y ahí Lorenzo no se permite errores, se nota el conocimiento del mundillo y de los procedimientos, porque todo ello le da a la novela el más adecuado barniz de realidad.
Crítica social
Hay quien creerá que la tercera persona narrativa puede ser más objetiva en este tipo de novelas, pero porque no conoce bien a Rubén Bevilacqua, y es que ninguna de las entregas, y esta última mucho menos, sería igual sin la guía que realiza el propio subteniente, sus ojos son para nosotros, sus palabras también, y con ellos nos va metiendo de lleno en el caso de una joven asesinada en el Camino de Santiago, catalana de noble cuna y exindependentista repentina, hija de un padre con algunos secretos.
De la sociología, en cambio, no podemos responsabilizar en exclusiva al subteniente, ahí es Lorenzo quien le acompaña, en esta ocasión hablando del procès y sus secuelas, del ambiente que se respiró en la ciudad tras el referéndum, tras el juicio y la sentencia, y hablando hasta de un fomento ideológico que pondrá en boca del padre de la víctima, quien quizá crea que se expresa por boca de millones de catalanes.
En otras ocasiones hemos visto a la pareja moverse entre conspiraciones corruptas, medios de comunicación, malos tratos de género, venganzas, mafias o situaciones que encajan con más facilidad en lo que los mortales tenemos por delictivo. Esta vez, y no es la primera, intentarán explicarse, o que nosotros entendamos, qué puede llevar a un país a renegar de los que han formado parte de su ser, o a querer excluir a quien no piense como manda la autoridad. Nada baladí, como se puede ver.
La huella personal
Nos queda aún el paso del tiempo, y es que Lorenzo Silva en ningún momento le da la espalda, al contrario, y si ha sido capaz de bromear con los achaques que el calendario le puede ir tirando encima a su criatura, también ha tenido valor como para hacerle volver, una vez más, la vista al pasado, e insertar en sus últimas entregas el recuerdo de sus dos vivencias profesionales más intensas: la Euskadi de los años del plomo y la Barcelona del 92.
En el caso que nos ocupa, además, el recuerdo se baña de una pátina personal, porque en aquella ciudad preolímpica que tanto asombraría al mundo Vila vio nacer a su hijo, se percató de cómo su matrimonio hacía aguas y se prendó también de una mujer a la que ni las décadas han logrado desalojar de su memoria. Es decir, que junto a lo profesional, Bevilacqua tuvo que hacer frente a una conmoción vital, esas que no suelen dejar a nadie ileso, y él no iba a ser una excepción.
La alternancia de los planos temporales y geográficos son valores añadidos de una novela que se lee con sumo gusto, con aires de confidencia, como vemos en los recuerdos de Vila o en los diálogos con Chamorro. Recojan la invitación para acercarse a ella, no se arrepentirán ni por lo procedimental ni por lo humano, que es donde Bevilacqua está ganando, de largo, la batalla en las últimas entregas de una serie que ya es inolvidable.
‘LA LLAMA DE FOCEA’. LORENZO SILVA
Ediciones Destino. 552 páginas.
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