Revista Espiritualidad

La llama de vida

Por Tara


      LA LLAMA DE VIDA   Cuando alzamos los ojos hacia las cumbres de la vida interior, cuando silenciosamente nos recogemos y nos distanciamos del rumor del mundo, podemos reconocer la proximidad de la presencia del guardián de la llama de Vida. Esa presencia, es, por naturaleza, inmanente y trascendente: está en el interior de todos los hombres y al mismo tiempo ninguno de ellos puede abarcarla por completo.Les asegura la posibilidad de liberarse de aquello que impide la manifestación de su esencia. Al estar viva en su interior, alimenta en el planeta la certeza de que hay un nuevo mundo por ser descubierto, un mundo sublime, que distribuye sus dádivas a los que lo alcanzan, y los estimula a tornarlas legado de la humanidad.   No se puede despertar artificialmente en un ser la percepción de cuán necesario es llevar el corazón leve, puro e inundado de amor que, como un néctar vivificante, pueda llegar a los que tienen sed y carencia de impulsos superiores.   La Jerarquía exhorta a todos a que se coloquen en un estado de armonía y de receptividad a la energía interna, pues esta es una época en la cual cada ser que tenga en sus manos al menos un pequeño lucero será llamado a iluminar rincones oscuros de la superficie de la Tierra. Si no hubiere en él apego por tareas, lugares, personas y, especialmente, por sí mismo, para él será viable la adhesión a las indicaciones acerca de dónde será mejor utilizada su energía.   Como una hoja que, al desprenderse del árbol, sabe que ya está definido el lugar donde se posará y así se deja llevar por el viento, cada individuo despierto debe tener fe en lo que le reserva su propio ser interior y dejarse conducir libremente por sus orientaciones.   Cuando a la consciencia le es dado erguirse más allá de sí misma, sin querer nada, excepto estar más próxima a la luz y entregarse a ella, es capaz de percibir la gran necesidad de que haya referencias superiores, patrones de conducta elevados y claros que estén siendo vividos en este planeta. Es capaz de percibir también cuán necesario es abdicar de expectativas, de preferencias y de todo lo que centralice la energía sobre la propia persona.   Una llama de amor despierta hoy en lo íntimo de cada ser. Nutrirla y fortalecerla significa compartirla con la vida cósmica, significa también llevarla adonde su expresión esté debilitada, donarla sin siquiera esperar recompensa, cultivarla en nombre de algo que no se ve, que no se sabe describir, que no se puede tocar, pero cuya presencia todo lo colma y acalla cualquier necesidad, incluso la de los cuerpos materiales pues, en su magnanimidad, la energía de la vida provee tanto al espíritu como a la materia, si esta tiene como meta servir a la Luz.   Cuando un ser tiene proyectos materiales, cuando todavía anhela realizaciones humanas, el camino espiritual se le muestra arduo, duro, y parece exigirle una continua renuncia. Pero, cuando aprende a vivir como las flores del campo, siempre dispuestas a seguir el ritmo de los vientos, a vestirse con los trajes tejidos por los espíritus de la creación, brota en él una sagrada alegría, un contentamiento que en nada procura justificarse, un estado de gracia donde todo lo que ocurre es prontamente reconocido como dádiva para que la manifestación de la luz pueda expandirse en gloria y resplandecencia. Y así, él deja de usufructuar del maná celestial para ser un colaborador de éste.   Fuente: A los que Despiertan, de Trigueirinho


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