Por Ileana Almeida
Fuentes: Rebelión – Imagen: «Las Llamas del Sol», parque arqueológico de Choquequirao, llacta quechua gemela de Machu Pichu.
Dicen que la Yacana -o Vía Láctea- es la sombra negra en forma de llama que pasea por un río que cubre todo el cielo. Baja hasta la Tierra por la noche para beber agua. La vemos venir toda oscura y cuando llega camina por debajo de los ríos. Dicen que la Yacana bajó un día, por la noche, cuando nadie la observaba, a beber de un manantial y cayó sobre un hombre que quedó cubierto con su lana. Cuando amaneció, el hombre miró la lana: era azul, blanca, negra, amarilla, tenía todos los colores juntos. El hombre reverenció a la llama en el mismo sitio donde había caído, vendió la lana y compró una llama hembra y una llama macho; con esta pareja logró obtener dos y hasta tres mil llamas. Dicen también que la llama bebió del agua del mar y que por eso la humanidad se libró de morir ahogada. (Mito quechua recogido por el presbítero Francisco de Ávila en ¿1598?, y traducido al castellano por José María Arguedas, en 1955, incluido en Dioses y Hombres de Huaruchiri)
El mito de la llama Yacana, muestra aspectos del árbol del mundo, imagen característica de la conciencia mitológica: el cielo como parte esencial del cosmos, las oposiciones de la estructura del espacio: arriba-abajo, cielo-tierra-reino subterráneo.
Por otro lado, la llama desempeña el rol de héroe cultural que evita una catástrofe que amenaza aniquilar a todas las formas de vida en la Tierra, regulando la cantidad del agua necesaria para la vida. Un testimonio al respecto encontramos en el texto que el cronista Bernabé Cobo recogió en la puna de Andamarca, cerca del Cusco: “Dícese que dos meses antes del Diluvio, notaron los pastores que las llamas estaban poseídas de una gran tristeza”.
La imagen de la llama evidencia en el mito, asimismo, su pertenencia al mundo astral; llega a la Tierra de un modo milagroso trayendo consigo, en términos de la cosmogonía, los colores del kiuchi, o arco iris; revela también la importancia de la fuerza creadora de la llama, relacionada con la fertilidad, el agua y la prosperidad social.
La llama cumplió, y cumple hasta ahora, un rol de suma importancia en la vida de los pueblos andinos. Proporciona lo necesario para la subsistencia: lana, para la vestimenta, carne para la alimentación, cuero para el calzado y la confección de correas, es animal de carga y, en recuas, lleva mercancías para el comercio a lo largo de los caminos imperiales y de estrechos chaquiñanes; el excremento sirve como combustible y abono. El gran aprecio que se tiene a las llamas se refleja a nivel simbólico y ritual.
Las llamas se distinguen por su docilidad, mansedumbre y comportamiento amigable con las personas. Caminan junto a los turistas en Machu Pichu y en el Cusco, posan para las fotos. Se integran a los pastores de la puna como un miembro más de la familia.
A propósito, Guamán Poma de Ayala, en su Nueva Crónica y Buen Gobierno (1615), describiendo el calendario religioso de los incas dice: “en Abril se sacrifican carneros pintados” (llamas de varios colores). En algunos de los subtítulos de sus dibujos alusivos a los camélidos escribe: “Fiesta en plaza pública con el Inca, canto de los carneros: puca llama y de los ríos, (aquel sonido que hace)” (1615: 243)
En otro capítulo de su Crónica, acompaña al texto un dibujo en el que los personajes centrales son el soberano y una hermosa y alta llama. Escoltan al Inca algunos nobles y la Coya. El soberano y la llama (según el gráfico), emiten el mismo sonido corto y agudo del camélido; el dibujo tiene este subtítulo: “El inca canta en dúo con su llama colorada”. (1615: 318)
La docilidad, mansedumbre y candidez de la llama fueron cualidades que propiciaron su sacrificio ritual. La imagen de la ofrenda aparece por lo regular, al dios Inti (el Sol) y a otras divinidades. En el Cusco, las ceremonias se realizaban en la plaza de Huacaypata, la más importante en la cuidad; allá acudía toda la población. Los colores del animal formaban un código propio: indicaban a qué dios estaba destinada la ofrenda. La llama devino también en objeto para predecir acontecimientos importantes; se sacrificaba una llama negra para adivinar la suerte de los incas en la guerra.
Las ofrendas de las llamas eran parte de las muchas celebraciones y fiestas en todo el territorio del Tahuantinsuyo, se las dedicaban a las paqarinas, es decir, a los sitios donde se creía que se habían originado los ancestros de los ayllus; tales espacios estaban relacionados con el inframundo: lagunas, manantiales, cuevas.
Dice el cronista Polo de Ondegardo, “que el sacrificio al Sol entre los incas eran llamas de color blanco raso. El dedicado al rayo lo era de llamas pintadas y el huanaco se inmolaba en honor a Viracocha. La llama destinada al Sol era vestida con túnica roja, al mismo tiempo, se quemaban cestillos de coca o villca ronco. Al tiempo de las ofrendas y sacrificios cantaban en coro y tañían trompetas, fístulas, cornetas y bocinas. Los pueblos con tierras fértiles y abundante ganado y comida sacrificaban también llamas al Sol, pero los sacrificios que se hacían entre gente menos favorecidas, eran poco o nulos, se conforman solo con palabras y meneos del cuerpo.”
Una tradición mitológica sobre el origen de las llamas dice que aparecieron al mismo tiempo que Manco Capac y Mama Ocllo, ancestros míticos de los soberanos cuzqueños que surgieron desde el lago Titicaca: de ahí, la alta consideración de los camélidos en la jerarquía de los valores mito-poéticos quechuas.
No había operación o empresa que para comenzar no requiriese de ofrendas y sacrificios. Llamas momificadas sacrificadas, con frecuencia para obtener fertilidad para los rebaños, han sido encontradas con los adornos que se les colocaban durante la inmolación.
En el pasado, los incas raramente sacrificaron también a niños; cuando lo hacían, primero los drogaban y, luego de la ceremonia, los depositaban en las cumbres de los nevados. Sin embargo, como declara el Jesuita Anónimo, Atahualpa testimonió en Cajamarca que “los súbditos no adoran a los Incas ni a hombre alguno y que son llamas las sacrificadas y no seres humanos.” Es posible que antes de la época del último inca ya hubiesen cesado los sacrificios humanos.
Figura de una llama, oro, Inca, Perú (1400-1532). British Museum.No siempre se inmolaban las llamas vivas, en el cerro de Manturcaya, dice el cronista Bernabé Cobo, que luego de la danza Cayo se quemaban en honor a Viracocha dos figuras de llamas con sus crías, hechas en piedra. Los restos carbonizados eran arrojados a un llano, donde no podía entrar persona alguna. Los que realizaban el sacrificio retornaban a la ciudad por un camino ornado de coca, flores y plumas de colores.
La gente se esmeraba en las ofrendas que se hacían con las llamas o sus representaciones. En las alturas de la cordillera andina se encontrado ofrendas al espíritu de las montañas: figuritas de llamas hechas en aleaciones de oro, cobre y plata, de significado ceremonial para los habitantes del Cusco y otras zonas altas. Las figuras, a veces, están acompañadas con imágenes femeninas en miniatura, vestidas con finas telas: eran ofrendas a los montes como reciprocidad por atraer las lluvias.
El arqueólogo Max Uhle (1906), relata que un indígena del valle de Vilcanota le contó que las pequeñas representaciones de llamas que se hacían en piedra y con una concavidad en el lomo para contener sustancias sagradas: chicha, alcohol, coca, etc.; se trataba de agradecer a la Pacha Mama por el pasto que alimenta a las llamas; se las enterraba cavando un agujero y cada año se renovaba el ritual.
Hace dos años (2022), arqueólogos de la Universidad Libre de Bruselas, buceando en el lago Titicaca, encontraron a cinco metros de profundidad, una caja de piedra totalmente sellada. Abierta la tapa vieron una llamita muy pequeña hecha de concha spondylus, junto a una diminuta lámina de oro enrollada. Se ha opinado que el rollito de oro es parte de los brazaletes que los soberanos incas llevaban en el brazo derecho. La caja fue depositada con cuidado en el fondo del lago hace 500 años. Se considera que fue una ofrenda al lago como suplica para que el Titicaca no desapareciera y siguiera fertilizando la tierra. También, como hipótesis, se plantea que fueron los incas-quechuas quienes, respondiendo al mito del Sol emergido de esas aguas, quisieron adorar el origen de la divinidad.
Otra manera de representar la llama surgió en la época tardía del Tahuantinsuyo, la vemos en el parque arqueológico de Choquequirao, llacta quechua gemela de Machu Pichu. A manera de una escenografía, los andenes de cultivo descienden por la montaña y desembocan en la plaza principal de la llacta. Cada escalón de los andenes está adornado con dos o tres figuras del camélido, trabajadas en piezas de piedra blanca, que contrasta con los sillares acerados y pulidos que estructuran los muros.
Las nombradas “Llamas del Sol”, responden al mito de la fertilidad: en los andenes se cultivaba maíz destinado al Inca. Las gráciles siluetas de los animales sorprenden por el manejo del contraste cromático, la estilización del diseño y el movimiento diferenciado de cada figura.
Según el historiador peruano Manuel Burga, la llacta inca Choquequirao, estuvo destinada a ser residencia de Huayna Capac y su familia, aunque nunca la ocuparon.
Choquequirao fue ya visitada por Hiram Bingham en 1909, pero es poco frecuentada por el difícil acceso al sitio. Las Llamas del Sol fueron redescubiertas por los arqueólogos peruanos T. Echevarría y Z. Valencia, recién en el año 2004, mientras se trazaban los límites del Parque Arqueológico.
Las Llamas del Sol son una comprobación del adelanto del pensamiento de la sociedad inca-quechua; están configuradas con trazos icónicos singulares demostrativos de las múltiples posibilidades de representación del espacio, las posturas y, en general, las formas.
Las 24 figuras zoomorfas y una de forma humana, conforman un “rebaño y su pastor”. Los animales no son iguales en sus dimensiones, pero todos miran hacia el norte, hacia la montaña Qoriwayrachina, donde nace el agua que luego fluye por las fuentes y cascadas de la llacta.
El significado ritual de la llama no fue exclusivo de los incas-quechuas: en culturas anteriores -Mochica, Paracas, Nazca, Wari- la figura de la llama ya jugó un papel importante en la composición de los muros de piedra. En el santuario de Tihuanacu (1500 a.c.-1000 d. c.) inspiró significados mágico-religiosos profundos. Según Elisa Cont, de la universidad de Barcelona, los camélidos fueron motivo de pinturas, grabados y tejidos como se ven en el museo de sitio del santuario. Para los pastores de este territorio altiplánico los hombres y las llamas tuvieron las mismas paqarinas, es decir, el mismo origen. Según la autora, en la cima y las bases de la pirámide de Acapana, sitio arqueológico tihuanacota que simula una montaña sagrada, se encontraron restos de llamas, y para la autora, es lógico pensar que la pirámide estuviera dedicada a los camélidos, en tanto símbolos del líquido vital y de productividad, ya que en la cima se encuentran los rastros de un estanque con forma de la cruz andina que se llena con agua de lluvia.
Entre los pastores aymaras de la puna de Perú, Bolivia y Chile hay la costumbre, que se mantiene hasta ahora, de adornar a las llamas con flores y pompones de colores, lo que se conoce como “florear”, y en aimara como k´illpha. A su vez, a los pastores se les cubre con pieles de llamas. Estas ceremonias de reciprocidad quizás tengan que ver con el animal totémico, antepasado mítico de los pastores de la puna. Por cierto, la llama aparece en petroglifos prehistóricos andinos. Para algunos autores, el “floreo” tiene que ver con la costumbre de comparar a la llama con las flores, lo que resulta una metáfora.
El 1º agosto de cada año, cuando concluye la primera etapa agrícola andina en Bolivia, la gente asciende desde La Paz hasta la Cumbre, a 4.700 metros de altitud, paso entre la ciudad y la selva amazónica; lo hacen portando los objetos necesarios para que los achachilas (tutores ceremoniales) armen las ”mesas”, especie de altares, que contienen coca, lana y fetos de llama, dulces, y en algunos casos monedas de plata, para ofrendar a la Pacha Mama en agradecimiento por su generosidad con los seres humanos, y para pedirle que no los olvide.
El motivo de la llama se vuelve histórico y se lo aplica en creaciones artísticas como el cine, la pintura, la escultura, el diseño, la literatura.
Wiñaypacha es una película peruana muy celebrada internacionalmente; fue candidata a los premios Oscar; está hablada totalmente en aimara y realizada por Oscar Catacora, cineasta puneño. Cuenta como una pareja de ancianos olvidada por su único hijo, sobrevive en medio de la bruma, acompañada solo de una llama a la que los viejos consideran como su otro hijo.
La llama ha despertado la creatividad de artistas reconocidos: la obra de Agustín Rivera Eyzaguirre en el Paseo de Héroes Navales, de Lima “Las llamas” (1935), es una escultura urbana en bronce de gran expresividad y naturalismo. Son algunos igualmente los pintores que han logrado plasmar la imagen del camélido con rigurosidad estética y emotiva. La emoción que despierta el camélido en el ser humano, está expresada en la pintura por Mary Carmen Diez, argentina, con su cuadro “La llama y su ama” (2007). Por su parte, José Sabogal, peruano, tiene un cuadro muy logrado estéticamente “Llama colorada y llama negra” (1910). Djamel Eddine, de Argelia, tiene un hermoso cuadro con la figura de llama “floreada” (2022). Por su parte, el reconocido fotógrafo norteamericano Bernad Best, plasma en una fotografía conmovedora, “Susurro de llama” (2019), las imágenes bellas y tiernas de una niña con una llama.
«Floreo» en la comunidad aymara de Chulluncane en Tarapacá (Chile). El ritual, de origen prehispánico, se hace dos veces al año y consiste en «marcar» el ganado (llamas y alpacas)con flores, pompones y amarras de coloridas lanas que cuelgan de orejas y lomo.Debemos mencionar igualmente, a Gregorio Raymondo, poeta boliviano que en su libro El Cofre de Psiquis (1918) describe en un momento, el paisaje agreste de la puna boliviana y en medio de ella la estoica llama resistiendo la crudeza de la naturaleza.
Sin ser creaciones únicas, los tapice andinos con la imagen de camélidos son muy apreciados por sus coloridos bocetos y armonía de imágenes. Igualmente, lo son los refinados diseños en joyas, monedas, sellos de correo, juguetes, afiches letreros. En Bolivia como símbolo de la nación boliviana, el escudo exhibe la imagen de una llama blanca. Hasta en el campeonato de fútbol de América Latina 2024, como icono de los hinchas argentinos, para apoyar a su equipo, asomó una cabeza de llama sostenida por uno de los espectadores.
No es posible que, en el territorio de Ecuador, dado las constantes migraciones y los intercambios comerciales, no hayan existido camélidos. Se han encontrado rastros de huesos y hasta de textiles, pero no hay pruebas de la idea de la llama divinizada, ni de la llama como animal de sacrificio. Se asegura que la causa está en que la llama fue desplazada por animales exógenos, se ha opinado, asimismo, que la llama no fue consentida por la iglesia católica por inspirar rituales sacrificiales y que así se perdió la tradición cultural en la memoria colectiva.
En los últimos años por fin, “las llamas han regresado y traen vida a los páramos andinos” como dice en su tesis Alessio Barili, pero faltan investigaciones para tener claro si hubo una tradición mitopoética del camélido. Karen Olson, antropóloga y arqueóloga norteamericana en su investigación “Vestimenta en el Ecuador Precolombino” presenta copiosos e importantes datos sobre la vestimenta de los antiguos pobladores de las zonas del actual Ecuador. De acuerdo a su investigación, sabemos que, en la costa, hilaron y trabajaron el algodón para confeccionar taparrabos para hombres y faldas femeninas y que en zonas altas se confeccionaron textiles de fibras de camélidos, muy anteriores a la llegada de los incas.
El estudio llevado a cabo sobre los camélidos en Ecuador realizados por M. Freire, A. Posligua y A. Sánchez, arqueólogas de la Escuela Politécnicas del Litoral, muestran constataciones de huesos de camélidos en el sitio de Putushio, en Sayausí, provincia de Asuay, que se remontan a épocas pre incásicas.
El museo de Inga Pirka, guarda una colección de fragmentos de textiles que han sido estudiados por los especialistas españoles Lidia Santelices e Ignacio Retuerto. Al parecer, juzgando por los diseños de los fragmentos no son incas sino cañaris.
Por lo pronto hay un avance de investigación hecha por Miguel Ángel Novillo Verduga. “Presencia de camélidos en el austro ecuatoriano”, esto revela las pruebas arqueológicas de textilería en la meseta de Pacha Mama entre las provincias de Azuay y Cañar. Trata sobre la presencia arqueológica de textiles al sur del país, pone como ejemplos fusayolas, cerámicas, además de corrales para auquénidos.
No hay estudios sobre la existencia de llamas en el litoral ecuatoriano, sin embargo, si los camélidos habitaron en costas peruanas: Moche, Nazca, Paracas, no sería difícil, dadas las amplias migraciones de la época, que también culturas costeras del actual Ecuador las tuvieran.
Más bien el camino de las llamas hacia el Sur está evidenciado con varios hechos, los traslados de camélidos desde tiempos muy anteriores a la presencia de los colonizadores españoles desde los territorios de la puna a las tierras bajas y cálidas están ampliamente testimoniados. El río Pillcomayu, que nace en las altas montañas andinas, y cambia su nombre con el de Paraná en las tierras bajas del Chocó, ha cumplido la función de conservar la memoria de la tradición y el ritual culturales alrededor de las llamas.
En el litoral argentino y uruguayo, Silvia Elena Cornero, profesora e investigadora de la Universidad del Rosario, Argentina, ha realizado sus investigaciones publicadas en el libro El Camino de las Llamas en la Arqueología del Río Paraná, ella analiza crónicas coloniales y fragmentos de cerámica de formas de simple figura o de significados simbólicos para explicar los vínculos interregionales a lo largo de los ríos.
De acuerdo a los diferentes contextos históricos y distintas geografías, hemos señalado la amplia inspiración que la llama ha motivado en el pensamiento mitológico y simbólico, en el arte y en la vida cotidiana. Hemos querido mostrar su poderosa fuerza para preservar los códigos de culturas tan extaordinarias como la quechua y la aymara.
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