Revista Sociedad

La llamada

Publicado el 12 mayo 2010 por Eko
La llamadaCada noche, desde hacía diez años, atendía una línea del “teléfono de la esperanza”. Elegí expresamente el turno de noche, porque siempre me sentí atraído por la magia que encierran las horas en que las calles pierden su locura y bullicio diurno, para convertirse en desiertos dentro del casco urbano. El silencio y la soledad, se adueñan entonces de la ciudad, para convertirse en afilados cuchillos que hieren el alma de aquellos seres que tienen verdaderos motivos para sentirse desgraciados.
Mi posición junto a una ventana, sumado al hecho de que estuviéramos en la onceava planta de un edificio de oficinas, me hacía sentir una persona privilegiada, pues a vista de pájaro disponía de una inmejorable posición para observar aquel gran amasijo de cemento, metales y carne, que llaman ciudad. En el tiempo que pasaba esperando a que mi teléfono me avisara de la entrada de una llamada en mi línea, me entretenía mirando las calles vacías, donde reinaban las trémulas luces de las farolas y algún esporádico haz lumínico de los pocos vehículos que pudieran circular.
Durante los años que colaboré en el “teléfono de la esperanza”, había escuchado todo cuanto se pueda uno imaginar. Los vacíos, miedos y frustraciones humanas, no son más que los hirientes avisos de la vida, de cuanto hemos equivocado su significado. He de reconocer, que en la mayoría de los casos me sentía incompetente y hasta veces hipócrita por dar consejos, que tal vez yo, en la misma situación, no seguiría. Pero la experiencia que acompaña a los años me enseñaron que, en el fondo, la gente no llamaba para recibir consejos, sino lo hacia únicamente para oír la voz de un semejante y sentir, a su vez, que alguien daba en ofrenda el alto valor de su tiempo para escucharlos. Confieso que ese era el único y verdadero bien que les podía ofrecer.
Aquella noche no desdibujaba la realidad de otras muchas, salvo porque tal vez fuera más tranquila de lo habitual. Restaban un par de horas para que acabara mi turno y una gran luna llena me espiaba tras los cristales, iluminando mi mesa con una cálida y plateada luz que se sobreponía misteriosamente a la artificialidad de los fluorescentes. Aún recuerdo, como al inicio de mi etapa en el teléfono, lo más veteranos me advertían de las noches de luna llena como las más conflictivas; y así fue al principio, pero no se bien en que preciso momento, eso empezó a cambiar, y la luna fue dejando de tener aquel influjo en los trastornos emocionales de nuestros usuarios. Aquella noche estaba siendo fiel ejemplo de lo que digo, hasta que una pequeña luz roja me avisó de la entrada de una llamada en mi línea. Descolgué y respondí con el protocolo específico para todas las llamadas, identificando donde estaba telefoneando la persona del otro lado de la línea y diciendo el nombre del colaborador que le iba a atender, que en ese caso era el mío. Mi presentación fue precedida por unos segundos de incertidumbre, como si mi interlocutor no se decidiese a hablar. No era la primera vez que sucedía algo así, más cuando quien realizaba la llamada era la primera vez que lo hacía. Supongo, que pese al anonimato con que nos reviste el teléfono, no es fácil abrir la puerta de nuestros más profundos miedos y penas a un extraño, para con ello dejar expuesta ante él la herida de nuestras debilidades. Quise respetar esos segundos de dudas con el más solemne de mis silencios. Presentía a la persona, creía notar hasta los nervios de quien se aventura en lo desconocido, cuando de repente, un extraño escalofrío recorrió mi espalda, como si una negra premonición empezara a aposentarse sobre mis hombros. Sumido en aquel insólito presentimiento, empezaba a olvidar que esperaba una respuesta, cuando un -Buenas noches- al otro lado del auricular, me arrancó bruscamente de las manos de mi introspección. La voz sonó metálica, ambigua, como si llegara desde algún lugar de la propia sala donde me hallaba a la par que por el auricular del teléfono. Instintivamente miré alrededor mío, aún a sabiendas que las mamparas que separaban una mesa de otra, para crear un ambiente de intimidad, me iban a impedir ver más allá de sus límites. Dándome cuenta de la inutilidad de mi gesto, volví a centrarme en la llamada.
-Buenas noches- respondí -¿puedo ayudarle?-
Por alguna razón desconocida, temí la respuesta. La misteriosa naturaleza de aquel tono, y el efecto que causó en mí, me sitúo en un plano mental fuera de esta realidad, como si cualquier cosa pudiera tener cabida en este mundo regido por primigenias y eternas leyes físicas. No pude distinguir si de hombre o de mujer, ni la edad en la que podría oscilar la voz que se dirigía a mí, pero constaté una angustiosa sensación de familiaridad.
Su respuesta fue más bien una advertencia: -Mi tiempo se ha acabado, os quedáis solos-. No pude articular respuesta alguna. Mi extraño interlocutor parecía haberse hecho dueño de mis silencios y los nombró amos sobre mis palabras. Mi sensatez se batía en retirada ante las miles de especulaciones que invadieron mi cerebro, cuando la voz prosiguió con su monólogo: -La expresión lunático carece ya de significado, habéis creado vuestra propia fuente de locura, os alimentáis y recreáis en ella con cada noticia de desgracias, asesinatos o desastres naturales. Ya no soñáis ante mi visión, preferís hacerlo ante cualquier anuncio de publicidad…-
Tan absorto me hallaba ante aquella situación, que no me había dado cuenta hasta ese preciso momento, que una sombra, que ni la luz de los fluorescentes que se hallaban sobre mí podía iluminar, empezaba a devorar la superficie de mi mesa. Sacudido por un acto reflejo, miré hacia el exterior de la ventana buscando el motivo de aquel hecho, y pude ver como esa misma sombra iba haciéndose dueña de la circunferencia lunar, al mismo ritmo que de la superficie de mi mesa. No recordaba que ningún medio de comunicación hubiese informado sobre aquel eclipse lunar, por lo que un ancestral temor a lo desconocido me sobrecogió. La voz, ajena a todo lo que estaba pasando dentro de mí, continuaba con su soliloquio: -Os habéis dejado de buscar y perdéis la oportunidad, día tras día, de llegar hasta donde habita vuestra verdadera esencia. Habéis rendido todo lo que sois a una falsa imagen y vuestra alma se pudre en lo más profundo, asfixiada por la anestesia del quirófano, el sudor del gimnasio o las costosas colonias y cremas con la que tratáis de disimular el hedor a muerto que brota por vuestros poros…-
Las palabras iban encajando en mi interior como piezas de un puzzle, rellenando huecos de antiguos vacíos a los que no conseguía dar explicación. No me reponía del espanto de ver como se descubría ante mí la verdadera naturaleza de la sociedad en la que vivía y de la que era participe, cuando nuevas palabras asaltaban estancias de mi mente, que por temor a descubrir su realidad, habían permanecido siempre cerradas: -Vuestra sociedad se escandaliza ante los monstruos que crea y alimenta, para llenar primeras planas en los telediarios y poder sentirse así paladines de lo moralmente correcto, para posteriormente, seguir alimentando al monstruo que les asegura un buen índice de audiencia. No puede enseñar el camino correcto quien se encuentra perdido, y de ahí que vuestros hijos malvivan en un presente sin aliciente alguno, rodeado de todo cuanto quieren y solicitan, pero vacíos de lo que realmente su espíritu necesita…-
Debí haber puesto fin a aquella llamada, haber intentado refutar alguno de sus comentarios, pero me hallaba como hipnotizado ante aquella voz y sabia que cualquier intento de cortar su discurso hubiese sido inútil. Así, que no se por cuanto tiempo más seguí escuchando todo cuanto quiso decirme y asistiendo al horror de descubrir de que estamos en realidad hechos, del vacío que nos aflige y cuan equivocados estamos respecto al concepto de “estado del bienestar”.
-¿Quién quiere hablar conmigo cada noche?- Continuó diciendo la voz, pero cada vez más debilitada y como hasta rendida ante sus propias exposiciones: -¿Quién se sienta a contarme sus deseos o secretos? ¿Quién encuentra la inspiración en mi reflejo? ¿Quién simplemente me mira? ¿Quién simplemente me recuerda? (…)-
Tras esas últimas preguntas lanzadas al aire, sin que yo encontrara respuesta ni fuerzas para responder, se hizo el silencio. El silencio, y la oscuridad, ya que coincidió con el hecho de que mi mesa, y hasta yo mismo, fuimos devorados por la sombra, y un eclipse total de luna se completó en el más negro de los cielos. De eso hace nueve meses y hasta el día de hoy la luna no ha mutado su situación. Cada noche es ahora noche de luna nueva, pero de una oscuridad tal, que el gasto en iluminación y energía eléctrica en las ciudades se ha multiplicado, pues esa oscuridad parece ser capaz de hasta absorber la luz del alumbrado público.
Desde entonces los más agoreros han profetizado el fin del mundo; los científicos han buscado sin éxito, con locas y absurdas teorías, el motivo del perenne eclipse lunar; los más religiosos creen que es un castigo de Dios, y que pronto caerá sobre nosotros su ira, multiplicando la asistencia de fieles a las iglesias, mezquitas y sinagogas. Ha habido quien, sin escrúpulo alguno, se ha enriquecido a causa del miedo y la ignorancia de las gentes. Cientos de libros, de especialistas que han salido hasta de debajo de las piedras, han llenado las estanterías de las librerías, echando más confusión al asunto. Los medios de comunicación tampoco han dejado de sacar tajada del tema y alimentaron sus programaciones y páginas con la misteriosa desaparición de la luna, creando más incertidumbre y, hasta en algunos casos, temor enfermizo, en las personas. Como no podía faltar, algunos creyeron interpretar lo ocurrido en una de las profecías de Nostradamus. Pero como siempre ocurre en esta “era de la comunicación” en que vivimos, todo tiene el interés y la importancia que los medios le quieran dar, y estos, a los varios meses empezaron a cansarse del asunto y no tuvieron mucho más que añadir. Una vez desapareció de las primeras planas de los periódicos y de las cabeceras de los telediarios, la gente empezó a olvidarse del misterio de la luna, porque ya se sabe que si no aparece en los medios, es porque no esta ocurriendo o no ha ocurrido jamás. Nueve meses después nadie ha dejado nada claro, nadie ha aprendido nada, y hasta parece que la gente se enfada cuando sacas el tema, replicando que están hartos ya del asunto. .
En estos últimos meses me ha dado por pensar y darle vueltas a aquella extraña llamada. Desde entonces me ha sido imposible volver al “teléfono de la esperanza”, temiendo, y al escribirlo soy yo el que me siento un loco, que el sol se fuera también a apagar. Tenía extraños sueños en los que me veía caminando por la superficie lunar e intentando buscar, sin éxito, la Tierra en el oscuro cielo de una eterna noche. Entonces la angustia empezaba a apoderarse de mí creyéndome solo ante el vasto y frío Universo. Corría desesperadamente gritando, dando vueltas y más vueltas, pero era incapaz de hallar a alguien que pudiera confirmar mi existencia con mi reflejo en su mirada. Me despertaba envuelto en sudores y con el corazón latiendo como si hubiese corrido una maratón.
Deben perdonarme si con ello demuestro mi ignorancia, pero no sé si de no mirar algo que siempre ha estado ahí e ignorarlo por completo, ese algo llega a desaparecer. Empiezo, cada día que pasa, a entender que ocurrió verdaderamente aquella noche. No fue la luna, antaño musa de soñadores poetas y artistas, quien se quedó sin esperanza para no volver a bañar con su argentada luz a unos seres que se mueven porque se creen vivos, sino más bien fue un grito de la humanidad que agoniza ante su rápida e inexorable deshumanización. No se rindió la luna, sino que han sido las personas quienes lo han hecho y han dejado de buscar su verdadero “yo”, al verdadero Ser que habita su cuerpo. Ya no sueñan, si no es con el coche de aquel anuncio tan repetido en televisión, o con la lujosa y gran casa que podrían comprar si pasaran un par de horas más al día trabajando, aun a riesgo de ver apenas a sus familias y privándose de los maravillosos momentos de ocio compartidos. Hasta se convencen a si mismos diciéndose que lo hacen incluso por el bienestar de ellos. Ya no piensan en que esta bien o esta mal, sino que dependerá del diario que lean esa mañana, articulando sus opiniones y puntos de vista, desde el lado que el periódico, o telediario de la cadena de turno, quiera que lo vean. En una sociedad en que todo, hasta los sueños, los deseos y las voluntades, se han estereotipado, queda poco margen para la libertad; y el libre albedrío, que caracterizó un día a la humanidad, adormece en el cuarto trastero de la memoria de todos los que no lo hayan subastado ya por Internet como un objeto “retro” para coleccionistas.
Nunca hablé con nadie de aquella llamada, lo oculté porque hasta hace bien poco tiempo, me negaba a mí mismo que aquello tuviera algo que ver con lo acontecido después, e incluso dudaba que hubiese sido real y hubiese sido simplemente un mal sueño. No quería pensar que pudiera haber hecho algo para evitarlo y no lo hice. Ahora, transcurrido ya un tiempo considerable y después de haber pasado por mi particular y surrealista calvario, me veo en la obligación de compartirlo y hacer participes a todos de la culpa. Nadie parece, a día de hoy, preguntarse el motivo de tan extraño fenómeno, todos lo han asimilado como lo hacen ante cualquier desgracia en el mundo que no les afecta directamente. Sólo se cuestionaron algo y acudieron a sus dioses o lideres, ya fueran celestiales o terrenales, en cuanto se sintieron en la cuerda floja. Decidieron creer finalmente lo que algún medio de comunicación, científico o autor de libros, les quiso vender, y se volvieron a unir al rebaño de potenciales consumidores en que nos ha convertido esta sociedad que hemos creado. Deben pensar que no es necesario cuestionarse aquello en lo que todos creen y en lo que las fuerzas vivas de nuestras sociedades modernas no crean necesario se deba indagar. Además, se ha demostrado que la luna sigue estando físicamente en el lugar que le corresponde, pues sigue lanzando su lazo mágico sobre las mareas. Tan sólo es que ya no se ve, ya no refleja la luz solar que incide sobre su superficie, abocándonos a un eclipse total por el resto de la eternidad.
Yo por mi parte decidí abandonar la gran ciudad y puse mi residencia en un pequeño pueblo, de esos, que el nombre es más largo que el censo de habitantes. No veo la televisión ni leo periódicos desde hace meses. Trabajo lo justo para poder vivir, sin lujos superfluos, por no distraerme de lo que verdaderamente considero ahora que es importante, que es vivir mi vida según crea yo que deba hacerlo y llegar a conocer realmente el motivo de mi existencia. No pierdo horas, del tan escaso bien que es el tiempo, en atascos de circulación interminables y diarios. Cuando la soledad me duele busco con quien conversar o simplemente me paseo por el pueblo. Quienes me han conocido desde entonces, se habrán formado las más variadas opiniones, y seguramente pocas personas me catalogaran de “normal”, pero a pesar de todo, cada día que paso en mi nueva vida me descubro algo nuevo que antes no pensaba que existiese. Intento disfrutar de las pequeñas cosas que son las que más abundan en nuestra vida y las que más fácilmente pasan desapercibidas. La manera de vivir que he elegido es la que nace desde mi más profundo Ser, la que verdaderamente deseo. Hago lo que creo conveniente para convertirme en el hombre que espero de mi mismo y no en el que los demás esperan que sea.
Alguien dijo una vez, que en el arte de vivir, deberíamos hacer de nuestra vida nuestra mayor obra, pero: ¿Cuántos sabemos como deseamos vivir en realidad? ¿Cuántos tenemos el valor para hacerlo? ¿Cuántos no nos regimos por la alienación de pensamiento a la que somos sometidos? ¿Cuántos conseguimos escapar de las garras del consumismo feroz?, o simplemente, ¿Cuántos hemos comprobado últimamente que la luna esta en el cielo?
EPÍLOGO
Esta noche, el cuarto creciente de una hermosa luna se hace cómplice de mis sueños y deseos.
(Eko - 2005)

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