– Espera, espera. Repíte otra vez, creo que no escuche bien – dijo Karen al otro lado del teléfono.
– Que no tengo su número, pero él, sí tiene el mío y ya me llamará si quiere saber de mí – Hanna estaba preparando su almuerzo, una ensalada.
– No no, esto tienes que contármelo en persona. Estoy cerca de tu casa ya voy para allá.
Soltó la risa y se quedo viendo el teléfono. Ya nada de lo que hacía Karen la sorprendía.
Siguió picando tomates y haciendo jugo de limón. Diez minutos después escuchó el timbre y abrió la puerta.
– Cuéntamelo todo – Karen pasó y se lanzó en uno de los muebles de la pequeña sala y subió los zapatos a la mesita de centro.
– ¿Ya almorzaste? hice ensalada – le preguntó Hanna entrando a la cocina, Karen se fue detrás de ella.
– Sabes que nunca me llenaría comiendo hojas – hizo una mueca – no puede ser, es en serio que no tienes comida de verdad aquí – dijo mientras revisaba la nevera.
– Me gusta comer sano, además estás en mí casa. No critiques.
– ¿Sano? pues yo creo que comer hojas, más bien es una tortura.
Hanna empezó a comer su ensalada. No le hizo caso, siempre le decía lo mismo. La vio mientras sacaba una caja de cereales de la alacena y agarraba una taza.
– Ya cuentame, en que quedaste con ese fulano – preguntó Karen y casi ni se le entendió porque tenía la boca llena. Hanna se la quedó mirando.
-¡¡¿Qué?!! esto fue lo más decente que conseguí – levantó la taza con leche y cereal que tenía en una mano y en la otra un paquete de galletas de avena y miel.
– Solo eso, quedamos en que él me llamaría – puso los ojos en blanco ignorando unas migas de galletas que tenía Karen en la comisura de la boca y otras que habían caído en su blusa. Comía como una niña desde que la conocía.
– Pero tu tienes su tarjeta, ¡¡llámalo!!
– Estas loca, no voy a hacer eso.
Hanna no recordaba que tenía la tarjeta de Rodrigo pero igual nunca se atrevería a llamarlo. No, eso ni pensarlo. Termino de comer y se puso a lavar los platos.
– Y tú… ¿como vas con Jesús?
– No sé, creo que bien – respondió revolviendose su largo cabello negro.
– “No sé, creo que bien” – Hanna repitió sus palabras – eso no es una respuesta. Estas bien o estas mal. Así de simple.
Jesús era el “casi novio” de Karen, salian desde hace 6 meses y aún no le ponian nombre a lo que tenian. Según ella porque era mejor no ponerse etiquetas, pero en el fondo era lo que más quería.
– La verdad es que estamos mal, ya casi no nos vemos y no me llama para darme los buenos dias como antes. Lastima que no tienes chocolate.
– Y eso qué tiene que ver – preguntó Hanna frunciendo el ceño.
– Cuando como chocolate se me olvida todo. Hasta se me olvida que engorda – empezó a reírse – pero aquí en tú casa es imposible olvidar y engordar – siguió riendo con sonoras carcajadas.
– No puedes hablar en serio por un momento, ¿verdad?.
– Para qué amargarse Hanna, la vida es corta. Si lo que tengo con Jesús no resulta ya vendrá otro, igual o peor que él – dijo alzando las cejas mientras se comía la ultima galleta del paquete.
Karen tenía la suerte de encontrarse con hombres que al final del día no querían ningún tipo de compromiso, eso pensaba Hanna y no como decía ella, de que no tenía suerte con los hombres. En ese momento el teléfono de Hanna sonó y deslizo la flecha verde para contestar. Se llevó el teléfono al oído y volvió a escuchar esa voz.
– No quiero parecer ansioso pero…estoy ansioso de verte. ¿Aceptas salir conmigo a tomar algo esta noche?.
Hanna abrió mucho los ojos mientras miraba a Karen y le señalaba el teléfono articulando el nombre de Rodrigo.