Título: El Pilar de Zoth (I)
Autor: Federico H. Bravo
Portada: Santiago Caruso
Publicado en: Noviembre 2016
Descubrid el Pilar de Zoth, la representación vivida del tormento eterno que le espera a quien osa desafiar a los Dioses Exteriores...
«Escucho el Caos que se arrastra llamando desde más allá de las estrellas.
Y Ellos crearon a Nyarlathotep para ser mensajero, Ellos lo vistieron con el Caos para que su forma pudiese permanecer siempre oculta entre los estrellas.
¿Quién conocerá el misterio de Nyarlathotep? Porque Él es la máscara y la voluntad de Aquellos que eran cuando el tiempo no existía. El sacerdote del Éter, El Morador del Aire y tiene tantas caras que ninguna se recordará.
Las olas se hielen ante Ellos. Los Dioses temen su llamada. En los sueños de los hombres Él habla en voz baja, aunque ¿quién conoce Su forma?».
Abdul Alhazred. El Necronomicón, traducción de John Dee.I
Ciudad de Arkham.
Noche.
Mitchell entró en la oscura tienda de arte con la esperanza de encontrar algo que cautivara su vana y superflua existencia. Era joven y bello, y podía tener a la mujer que quisiese, más nada de eso tenia el más mínimo sentido para él.
Era dueño de un nigth club y a los ojos de todos vivía con un excelente pasar económico.
Pero todo esto no bastaba. Su alma anhelaba conocer más cosas… otros placeres, otras experiencias. Si hubiese podido, le habría encantado conocer otras esferas de la existencia.
Él no lo sabia, pero estaba de suerte.
Los Dioses del Destino tenían una forma tan retorcida de hacer las cosas…
Mitchell caminó un rato por la tienda solitaria, aburrido. Hasta ahora nada que le llamara la atención. Nada que deseara comprar.
Ya se daba por vencido cuando algo en el fondo del negocio reclamó su interés. Se acercó, con el corazón latiéndole a mil en el pecho.
Irguiéndose allí, un inmenso pilar de piedra se dejaba ver con toda su obscenidad. Estaba lleno de figuras en relieve que representaban monstruos semi-humanos, de vago perfil antropomórfico.
Mitchell lo estudió, fascinado. También tenía caras talladas en la roca. Acarició con mórbido placer el único rostro bello, pero cruelmente torturado que había. Era la cara de un hombre joven, congelada en un rictus de terrible agonía.
El artista de aquella obra tenía que ser un genio o un demente. La forma en la que estaba labrada la escultura representaba tan perfectamente el sufrimiento y la desolación que hasta un corazón frívolo y vano como el suyo brincaba de la emoción.
Alguien le tocó el hombro. Mitchell se volvió. Un hombre vestido de traje negro y un semblante que delataba a las claras su origen egipcio lo miraba con unos ojos profundos.
-¿Cuánto cuesta? – señaló al pilar – Lo quiero.
El hombre (el dueño de la tienda, sin duda) esbozó una media sonrisa. Un brillo especial pareció refulgir en aquellos ojos suyos.
-Ah… el Pilar de Zoth – dijo, con la voz grave – La representación vivida del tormento eterno que le espera a quien osa desafiar a los Dioses Exteriores. Es una maravilla, única en el mundo.
-No me importa – lo cortó Mitchell – Lo quiero. ¿Cuánto?
El hombre estudió detenidamente al impetuoso joven.
-¿Lo deseas? – preguntó.
Mitchell enarcó una ceja. ¿De que iba todo aquello? El tipo hablaba y actuaba como Boris Karloff en “La Momia”. Si estaba intentando asustarle para que no se llevara el pilar, no le funcionaria.
-¿Cuánto? – insistió.
El hombre de negro no respondió. Siguió mirándolo con ese gesto tan extraño en el rostro.
-¿Lo deseas? – repitió.
-¿No cree que si le pregunto cuanto cuesta es porque lo quiero llevar?
Silencio, tenso como una cuerda de piano.
Finalmente, el hombre de negro sonrió abiertamente. Dijo su precio.
Mitchell pensó que se trataba de una broma.
No pasó mucho hasta que el Pilar de Zoth fue embalado cuidadosamente en un cajón de madera y metido dentro de un camión de mudanzas.
Su destino era la ciudad de Nueva York.
El dueño de la tienda, el hombre de negro, vio cómo se lo llevaban. Sonrió de nuevo, mientras sus ojos se volvieron oscuros como el ébano, y regresó al interior lóbrego de su negocio.
II Nueva York. Tiempo después.
La jornada terminaba difícil para la doctora Rowan Mayfair. A los habituales heridos por balas en medio de los tiroteos entre pandillas, y a los moribundos por culpa de imprudentes maniobras de transito, había que sumarle ahora otro desastre. De hecho, ese desastre acababa de entrar a Terapia Intensiva hacía un rato, que era de donde Rowan salía, agotada.
El sujeto había llegado acompañado de una mujer. Presentaba un cuadro de anemia extrema, sumada a una palidez mórbida y un degeneramiento corporal imposible.
Si Rowan no fuera una médica racional y pragmática, creería que al tipo lo atacó un vampiro.
Era bizarro, pero presentaba los mismos síntomas que se mostraban en las películas. Solo que aquí no había marcas de mordeduras de colmillos, ni mordeduras de ningún tipo en general.
Extraño, muy extraño.
Rowan encontró a la mujer en el vestíbulo del hospital. Estaba sentada en un banco y se agarraba la cabeza con ambas manos. Era la viva imagen de la desesperación.
-Disculpe. ¿Usted vino con el paciente que ingresó a Terapia, verdad? – preguntó.
La mujer levantó la vista y la miró. Tenía los ojos rojos de haber estado llorando. Se trataba de una chica joven. Rowan se preguntó cuantos tendría. ¿Veintisiete?
-¿Cómo está? – preguntó a su vez ella.
-Estable, pero no voy a mentirte… su condición física es deplorable.
Se produjo el silencio. La franqueza de la doctora sorprendió un poco a la chica. No podía saber que ese era un rasgo distintivo de Rowan: cuando algo malo sucedía, lo decía. No se andaba con vueltas.
Algunos pacientes y familiares lo agradecían, otros no.
Finalmente, suspiró y tomó asiento al lado de la joven.
-¿Cómo te llamas? – quiso saber.
-Paula… Paula Marshall.
-Paula. ¿Qué pasó?
Silencio. La chica parecía nerviosa.
-Puedes confiar en mí – le aseguró Rowan – Cuéntamelo.
Paula dudó. Amagó con hablar pero se calló. Negó con la cabeza.
-No me creerá – dijo y bajó la vista.
-Pruébame. Te aseguro que soy mas accesible que los otros médicos – sonrió, afable – Me llamo Rowan – le tendió la mano. Paula se la estrechó, vacilante – Te diré qué, Paula. Te invitó a tomar un café. Creo que te vendría bien.
Paula aceptó la invitación de la extraña pero amable doctora. Ambas mujeres estaban sentadas delante de una mesa en la cafetería del hospital. Era tarde por la noche y las emergencias parecieron hacer una concesión para que Rowan descansara un poco.
La chica se fue soltando lentamente. Había un aire en la mirada de la médica, casi maternal, que hizo que Paula decidiera confiar en ella. Terminó por contarle el episodio que había provocado el atroz cuadro clínico de Eddy, su novio… el paciente en la sala de Terapia.
-Todo es culpa de ese pilar. Estoy segura.
-¿Pilar? Explícame, Paula…
La chica exhaló una bocanada de aire. Le habría encantado un cigarrillo en ese momento.
-Eddy y yo trabajamos en un club nocturno – explicó – La Caldera.
-Nunca oí de él.
-No tendrías por que. Está dentro del circuito under.
-Muy bien. Continua.
-Pues el dueño del local es… es amigo nuestro. Mitchell Braverman, se llama. Es un tipo un tanto… - Paula no encontraba la palabra.
-¿Excéntrico? – la ayudó Rowan.
-Algo así. Sucede que no hace mucho anduvo de visita por la ciudad de Arkham y se compró en una tienda de arte una especie de escultura de piedra. Un pilar horrible, lleno de figuras retorcidas y como sufriendo. Pues bien… sucede que lo colocó en el club, para que todos lo vieran. Pidió a Eddy una opinión acerca del objeto y cuando él le dijo que era una mierda, Mitch… bueno, es propenso a… exasperarse con facilidad si le llevan la contra. ¿Me entiendes?
-Un grandísimo cabrón – Rowan asintió – Menudo jefe tienes.
Paula se encogió de hombros.
-La paga es buena.
-Ya. Pero eso no significa complacer a todos los caprichos ilógicos del jefe y menos, si el tipo es un cabronazo.
-La cuestión es que Ed dijo a Mitch que la estatua era una mierda, espantosa, y Mitch… bueno, perdió un poco la cabeza.
-¿Discutieron?
-Se fueron a las manos.
-Genial – obviamente, Rowan quería sonar sarcástica. Lo logró.
-Pero el asunto es que… que en medio de la pelea, Mitch empujó a Ed contra aquel pilar grotesco y…
Paula calló. Se enojó consigo misma y maldijo en voz alta.
-¡No vas a creerme! Te repito que no lo vas a hacer…
-Y yo te reitero que sí lo haré. Continua. ¿Qué pasó cuando Mitch tiró a Ed contra ese pilar?
-Pues que le chupó la sangre – Paula la miró, seria – Casi lo deja seco de no haberlo apartado yo de él. Pero era tarde… quedó muy mal. Llamamos a la ambulancia y nos trajeron aquí. Es todo.
Paula se echó a llorar. Rowan no podía culparla; el estado de Ed en la sala de Terapia era calamitoso.
…Pero de ahí a creer que un pilar de piedra, una estatua, le chupara la sangre…
Por primera vez, Rowan se preguntó si Paula no tendría problemas mentales. O peor, si quizás no tomaría drogas.
La chica se dio cuenta del escepticismo de la doctora y tomó una resolución.
-Ven a verlo – dijo.
-¿Perdón?
-El pilar. Ven a verlo. En el club. Ahí está. Todos lo pueden ver. Ven y fíjate que es verdad. ¡Es horrible! ¡Te da escalofríos!
-Pero de ahí a pensar que le chupó la sangre a tu novio…
-Dijiste que me creerías – Paula sonó desilusionada. Y desolada. Rowan se apuró a enmendar su error.
-Y lo hago, pero… compréndeme, es… difícil pensar en que cosas como esas sucedan.
-¿Sabes qué? Creo que todo esto fue un error. Un grave error – Paula se puso de pie. Se marchaba.
-¡Espera! ¡No te vayas!
La chica vaciló. Volvió y escribió con una lapicera que Rowan tenía sobresaliendo del bolsillo de su bata médica una dirección en una servilleta de papel.
-Esta es la dirección del club – dijo, secamente – Si necesitas creer, ven y míralo tú misma.
Se marchó. Rowan observó el papel escrito.
¿Por qué demonios se mezclaba con esto?
¿Lo necesitaba?
Sabia Dios que tenia demasiados problemas en su vida personal, como para lidiar con este otro, que además, era ajeno a ella.
Así que, ¿realmente necesitaba hacer el papel de investigadora policial? ¿Seria tan osada como para ir y meterse en este asunto?
Conocía de antemano la respuesta.
Sabia que Paula le hacia recordar a Abby.
Rowan sonrió, lacónicamente. Hacía tanto que no veía a su hija…
Madre e hija necesitaban una charla urgente, alguno de estos días. Había muchas cosas para considerar.
Por lo pronto, Rowan se guardó la servilleta con la dirección del club.
Iría en cuanto tuviera su día libre.
III
Mitchell sabia que aquél pilar era especial.
Había visto lo que le hizo a Eddy cuando lo empujó contra él. De no haber intervenido la imbécil de Paula, lo habría matado, sin duda.
En el momento presente, La Caldera estaba vacía de gente. Tan solo estaban Mitch y el pilar.
Mientras bebía un vaso de Whisky, estudió detenidamente las obscenas figuras talladas en la piedra. Se veían más vividas de lo que recordaba… sobre todo, aquella cara del joven bello y torturado.
En especial, ese rostro.
Mitch lo acarició suavemente.
El pilar produjo una descarga eléctrica.
Retrocedió, espantado cuando la figura de piedra cobró vida. El rostro del joven en la roca se movió y abrió los ojos. Lo miró inquisitivamente y una sonrisa se delineó en sus labios grises.
-Bien… esto es curioso – dijo la estatua - ¿Cómo te llamas?
Mitch no respondió. Temblaba. Miraba al rostro sin pestañear siquiera.
-Te pregunté tu nombre – insistió la estatua.
-¡Esto no puede estar pasando!
-Oh, te aseguro que sí sucede. ¿Vas a decirme cómo te llamas o voy a tener que adivinarlo?
Silencio. Mitchell se llevó una mano a la cabeza, mareado. Se sentó en un taburete delante de la barra y depositó el vaso de Whisky en ella.
-Esto no puede ser verdad – declaró – Estoy soñando.
La estatua suspiró.
-Esto no es un sueño y es real – dijo - ¿Vas a darme tu jodido nombre?
-Mitchell. Me llamo Mitchell, pero todos me dicen Mitch.
De repente pensó que a lo mejor se había vuelto loco. ¡Al fin sucedía! Se le aflojaron todos los tornillos, eso seguro.
Ahí estaba, conversando con un rostro de piedra grabado en una escultura de roca… ¡Como si fuera lo más normal del mundo!
Sí, estaba loco. Era eso.
-Mitchell – el rostro pétreo pronunció su nombre con deleite – Soy Jonathan.
Durante la siguiente media hora, Mitch escuchó de boca de Jonathan su terrible historia…
Supo que todo empezó con un conjuro del Necronomicón. Gracias a él, Jonathan había viajado más allá de las fronteras de la carne y del espacio-tiempo conocido, atravesando la Ultima Puerta y entrando en los dominios de Azathoth, el ciego y todopoderoso Dios del Caos, el creador del Universo.
Por su osadía, no perpetuada por mortal alguno hasta el momento, el Dios Exterior le había castigado destruyendo su cuerpo físico en el encuentro y aprisionando su espíritu en reinos de horror y dolor perpetuos, donde observó todos los secretos de los Grandes Antiguos y muchas cosas mas.
Sin embargo, contra todo pronostico, una posibilidad de escapar le había sido ofrecida y la aprovechó. Regresó a la Tierra, pero convertido en una especie de vampiro, obligado a alimentarse de sangre y vitalidad para subsistir.
En la ocasión en que intentó salvarse de un futuro castigo de los del Exterior, ofreciéndoles un sacrificio humano, alguien, un hombre, lo interrumpió y desbarató sus intenciones quemando el Necronomicón que él tenia. Esto provocó que Yog-Sothoth, uno de aquellos temibles moradores de esas otras dimensiones más allá de la nuestra viniera en persona a buscarle y a la final ejecutara la sentencia.
-Padecí nuevos e interminables tormentos, en esferas de inenarrable horror. El infierno que Yog-Sothoth preparó para mí no tiene parangón con nada de este y los otros mundos – dijo Jonathan, ante la atenta mirada de Mitchell – Finalmente fui encerrado en el Pilar de Zoth, aquí, donde me ves, junto con otras aberraciones inmundas aprisionadas en la roca. Y así iba a permanecer durante evos, muerto pero soñando, hasta que tú me alimentaste…
-¿Yo? ¿Alimentarte? ¿Cómo?
-Cuando empujaste a ese otro hombre contra el pilar, en medio de aquel acto violento, me despertaste. Fui yo quien casi le drené hasta la última gota de sangre, con el único fin de liberarme de mis ataduras. Pero fui interrumpido.
Mitchell sabia de lo que hablaba. A último momento, Paula había salvado a Ed alejándolo del tótem de piedra.
-Así que… esa es mi historia – finalizó Jonathan.
-De modo que eres prisionero de este pilar hasta que no vuelvas a beber sangre – razonó Mitch.
-Yo no “bebo” la sangre. La absorbo.
-¿Y que diferencia hay?
El tono de Mitchell había recuperado el desenfado y la altanería que lo caracterizaban. Volvió a servirse Whisky en su vaso y caminó despreocupado hasta delante del pilar.
-La diferencia está en que no necesito morder a nadie para hacerlo – terció Jonathan – No soy Drácula.
-Pues a mí me pareces un puto vampiro.
Silencio de nuevo. Jonathan ensanchó la sonrisa.
-Lindo lugar este – dijo, observándolo - ¿Es tuyo?
-¿Qué te importa? – Mitch se encogió de hombros.
El rostro de piedra se echó una carcajada sonora.
-Tienes carácter, amigo – lo miró con deseo no disimulado – Me gustas.
-¡Oye, oye, oye! ¡Yo no soy ningún marica! ¡No te confundas! – le advirtió el otro.
Como toda respuesta, Jonathan se volvió a reír.
-Los dos sabemos que eso no es cierto, pero eso no importa ahora. Lo que sí lo hace es que necesito tu ayuda, Mitch.
-¿Para qué?
-Liberarme definitivamente del Pilar de Zoth.
-Oh. Ya veo. ¿Y por qué debería ayudarte?
-Porque si lo haces, te recompensare.
-Ya tengo dinero.
-No hablo de dinero, hablo de poder y de conocimiento. ¿No ansias esas cosas? Algo que te saque de la mediocridad de tu rutinaria existencia. Yo puedo hacerlo. Puedo llenar el vacío de tu alma con bellas poesías sobre otras dimensiones y mundos que jamás has soñado. Ayúdame a ser libre y te regalare la sabiduría de Aquellos que Moran en el Otro Lado.
Mitch lo consideró. Miró atentamente los cubitos de hielo en su vaso de Whisky.
¿Qué tenia para perder?
El tótem tenía razón. Ansiaba con horror encontrar algo que calmara el ansia, que llenara el vacío de su alma.
La oferta de conocimientos y de poder era tentadora, pero ¿estaba dispuesto a vender su alma para conseguirlos?
-¿Qué pasa si digo que no? – inquirió.
-Tan solo me iré a dormir de nuevo por medio millón de años y tú seguirás viviendo tu miserable existencia. Harás las mismas cosas que siempre has hecho y seguramente morirás de viejo, arrugado y enfermo. Nada más.
Mitch lo miró con odio.
-Te ayudaré – dijo - ¿Qué debo hacer?
-Pues, para empezar, alimentarme. Tráeme vidas… tráeme sangre.
IV La Caldera. Un par de semanas más tarde.
Rowan pensó que había sido muy mala idea venir desde el principio. Para empezar, apenas puso un pie en el local, su música fuerte y estridente le asaltó los oídos como el ronco andar de una motosierra cortando árboles.
Una banda de rock alternativo aullaba sobre un escenario, esa era la causa. Al compás de sus tremendos alaridos, el cantante incitaba a la multitud reunida a bailar…
Rowan buscó refugio en la barra. Pidió un trago para beber y debió soportar a un pesado borracho que, en el taburete a su lado, no paró en toda la noche de insistirle con propuestas de casarse con él.
-No creo en el matrimonio – fue la seca respuesta de Rowan, una verdad a medias. Lo cierto era que estuvo casada durante algunos años, pero resultó que la cosa entre ella y Michael no funcionó.
Al menos, algo bonito salio de esa relación: Abigail, su hija.
Rowan se corrigió mentalmente. Era “Abby” simplemente. La chica solía odiar cuando la llamaban por su verdadero nombre.
Tenia que hablar con ella. La extrañaba y mucho.
…Si no se hubiera mudado a Arkham…
El borracho interrumpió sus pensamientos con otra obscena proposición en vez del casamiento. Rowan casi le tiró la bebida encima. De hecho, lo hubiera hecho si Paula no hubiera aparecido y se la llevara a otro rincón del club.
-Lo ha movido – dijo.
-¿El qué?
-El pilar – Paula señaló a un enorme espacio vacío cercano adonde ambas estaban – Lo ha movido. A su apartamento.
Rowan iba a decir algo al respecto, pero la chica no la dejó. La tomó del brazo y la condujo a la trastienda del local.
Se metieron por una escalera de emergencias y subieron al piso superior del edificio.
-Paula, espera – pidió la doctora – Creo que no es buena idea entrar sin permiso…
-Él no está allí en este momento – Paula sacó una llave – Es ahora o nunca. Solo será un vistazo.
Rowan puso una objeción más, pero la chica la desestimó. Abrió la puerta del apartamento y entró primero.
“Esto es una locura”, pensó la doctora, “Si nos pescan, tendremos problemas… pero más los voy a tener yo, por mi trabajo. ¿Para qué vine?”
Se estaba arrepintiendo de haberse mezclado en toda aquella historia, cuando Paula la llamó para que entrara. Rowan suspiró y obedeció.
Lo que vio le heló la sangre.
En el centro del apartamento, entre un desorden caprichoso de ropa y demás objetos personales, se alzaba el Pilar de Zoth.
Mitchell había puesto unas cuantas velas enfrente de él y rodeándolo, a modo de ofrenda. Bajo la trémula luz, Rowan pudo entrever, con el corazón sobrecogido, las espantosas figuras, los relieves de pesadilla.
-¿Lo ves? – susurró la voz de Paula a su lado. Temblaba.
-Mi Dios… - musitó a su vez ella y se quedó con la boca abierta.
Vaya si lo veía. Era escabroso, grotesco. Las imágenes talladas eran tan retorcidas, tan espeluznantes… y tan vividas.
Había una cara allí, en el mar de torturadas imágenes de criaturas con cuerpos humanos y cabeza de cefalópodos, un rostro reconocible, bello y maligno a la vez, de un hombre joven. Aquella efigie aterrorizó más a Rowan y amenazó con hacer pedazos su alma escéptica. De alguna manera, aquella cara parecía vivía, como si la piedra de la que estaba compuesta estuviera dotada de alguna especie de vida más allá de cualquier entendimiento.
La estatua tenía los ojos cerrados, como si durmiera.
A Rowan le pareció que respiraba.
Un ruido fuera del apartamento alertó a ambas mujeres. Paula corrió a la puerta a fijarse y maldijo por lo bajo. Cerró con llave.
-¿Qué haces? – inquirió la doctora.
-Dejarla como estaba – la volvió a tomar del brazo – Vamos. Hay que esconderse.
-¿Viene alguien?
-Mitch. Y no viene solo.
Paula y ella se escondieron velozmente detrás de unas gruesas cortinas. En ese preciso instante, el cerrojo hizo ruido y la puerta se abrió. Mitchell entró al apartamento, en compañía de dos mujeres. Iban pasados un poco de copas. La algarabía que los acompañaba murió cuando ellas vieron el pilar.
-Es espantoso – comentó una de las chicas.
-Hey, nena. ¡Que poco sentido del arte tienes! – se quejó Mitch, besándose con la otra.
Rowan y Paula los espiaron tras las cortinas. Por suerte, no las descubrieron.
Las caricias de Mitch hacia una de las chicas despertaron los celos y deseos de su compañera, y pareció olvidarse del pilar y sus grotescas imágenes. Se unió al dúo, reclamando la atención del varón.
A Rowan le dio vergüenza. Miró a Paula, oculta a su lado, y la vio palidecer. No era por la sensual escena que se estaba desarrollando ante ambas; era por un cambio drástico en el tótem.
La cara del joven bello y maligno abrió sus ojos.
Rowan se tapó la boca para no gritar. Aquello era imposible, pero estaba ocurriendo. La cara miraba a Mitchell y sus dos amantes, con deseo.
-Ya estuvo bien. Mi turno – protestó juguetona la primera chica, interrumpiendo el largo beso que la segunda le daba al muchacho en la boca. Él se rió y dijo que tenía una idea mejor.
-Sáquense la ropa. Ambas – pidió.
Las dos rieron pero obedecieron. Quedaron totalmente como Dios las trajo al mundo.
-¿No te vas a sacar la tuya? – preguntó una de las chicas.
-Luego – Mitch sonrió – Ahora, quiero que se acerquen al pilar y lo acaricien.
Silencio.
-Pero Mitch… es tan feo – protestaron ellas.
-No todas las imágenes son feas – retrucó él - ¿Ven aquella? Esa del joven apuesto… vayan adonde está él y acarícienlo.
Silencio otra vez. Hubo una risita.
-Que diablos… es lindo de verdad – una de las mujeres se acercó al pilar. Acarició con lascivia al rostro.
-Me da escalofríos – acotó la otra – Es como si nos mirara.
-¿Y desde cuando te molesta que te miren?
La mofa surtió efecto. La segunda chica se unió a su compañera y juntas acariciaron el tótem.
-Eso es… eso es… - Mitch entrecerró los ojos, complacido – Buenas chicas.
Rowan sintió asco. Estaba a punto de salir de su escondite e interrumpir la exhibición obscena, cuando algo escabroso pasó.
Unos brazos con manos pestíferas, similares a garras, emergieron del tótem y atraparon a las chicas. Hubo gritos, patadas y forcejeos, pero todos en vano.
Apresadas como estaban, nada pudieron hacer para escaparse.
Jonathan acabó con ellas rápido. Las soltó y cayeron inertes en el piso, como dos arrugadas momias, secas de sangre.
-Aah… delicioso – dijo.
Mitch se desplomó en un sofá, aburrido. Encendió un cigarrillo y abrió una lata de cerveza.
-Necesito más – pidió la estatua.
-¿Más? – Mitch frunció el ceño - ¡Te comiste más de veinte en unas semanas! ¿De donde rayos voy a conseguirte más?
Rowan sintió que no podía haber ya mas terror que colmara su alma. ¡Ya habían muertos más mujeres a manos de ese horror! Buscó la mirada de su compañera. Paula reflejó su propio asco e impotencia.
-Necesito más – insistió Jonathan – El Pilar de Zoth es muy fuerte. Todavía no tengo el poder suficiente para anular sus hechizos.
-Bla, bla, bla… la misma cantinela de siempre – Mitch resopló.
Jonathan lo miró con severidad, solo un momento.
-Mitchell… - susurró.
El aludido levantó la mirada mientras bebía su cerveza.
-¿Quieres ver otra vez el Vacío Exterior?
Rowan observó que el muchacho palidecía.
-¿Quieres que te lo muestre otra vez? – continuó susurrando Jonathan – Recuerda la primera vez que te lo enseñé, en las visiones… cómo gimoteabas como un bebé, suplicándome no verlo más. ¿Quieres verlo de nuevo?
-No – Mitchell dejó de beber, temblando. Dio una profunda calada a su cigarrillo. Recordaba la visión perfectamente bien en su memoria como para que la amenaza velada surtiera su efecto – No – repitió, con énfasis – No quiero verlo.
-Entonces sé buen chico y trame lo que te pedí.
Hubo una larga pausa en la que el dueño del club nocturno fumó en completo silencio. Cuando pareció tomar una decisión, se puso de pie. Apagó lo que quedaba del cigarrillo y se dispuso a marcharse.
-Mitchell – lo llamó Jonathan - ¿No te olvidas de algo?
Rowan vio que el joven protestó. Se acercó al pilar y lo miró con odio.
-El besito de las buenas noches – la cara de la estatua hizo un mohín con los labios.
-Hijo de puta.
Jonathan rió. Mitch lo besó en la boca.
Había pasión y furia en aquél gesto. Por un momento Rowan pensó que el rostro de piedra lo mataría, como había hecho con las dos mujeres que yacían secas a sus pies, pero no. El apasionado beso acabó pronto, Mitch tomó una chaqueta, se la puso y se marchó del apartamento.
La cara de Jonathan cerró los ojos.
Volvía a dormir.
Rowan y Paula esperaron un rato, hasta estar seguras de salir de su escondite. Con todo el sigilo del que fueron capaces, se fueron del lugar.
Una vez en la calle, fuera del club, Rowan estalló.
-¡Esto es monstruoso! ¡Tenemos que llamar a la policía!
-¿Y que les vas a decir? ¿Qué un pilar demoníaco mató a dos mujeres chupándoles la sangre? – Paula negó con la cabeza – No nos creerían.
-¡No podemos dejar esto así! – protestó la doctora - ¡Ya han muerto otra mujeres! Ya lo oíste.
Paula asintió. Miró hacia la fachada próxima del club.
-Tenemos que averiguar de dónde vino esa cosa – dijo ella, de repente.
Rowan se sentó en el escalón de una vivienda cercana. Se llevó las manos a la cabeza, abatida.
Aquella noche había recibido un duro golpe a su escepticismo. Era la primera vez en su vida en que veía un hecho sobrenatural con sus propios ojos.
-Mitch lo compró en una tienda de arte – Paula se sentó a su lado – en Arkham. Hay que averiguar de donde lo sacaron antes de eso y quien o qué es ese sujeto en el tótem.
-Tengo un contacto en Arkham – terció Rowan, dubitativa – Nos ayudara si se lo pido. Trabaja para el departamento de policía y tiene grandes conocimientos en informática. Puede rastrear el origen de esa cosa.
Paula estuvo de acuerdo en pedir ayuda a esa persona. Rowan y ella se separaron, un rato después…
-Por favor, ten cuidado – le pidió la doctora a la chica.
Mientras Rowan conducía su coche a casa, pensó si era conveniente después de todo meter a su hija en este baile.
Continuará...
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