Revista Cultura y Ocio

La llave. Un relato extraterrestre

Por Cayetano
La llave. Un relato extraterrestre Imagen de uso libre de Pixabay


           —La hemos liado parda. De esta va a ser difícil que salgamos —dijo con amargura Gurth.  La tarde declinaba tras el gigantesco ventanal del área de control. En el horizonte, unas nubes de tono rojizo anunciaban la inminente llegada de la noche. En el lado opuesto, ocupando un espacio enorme del firmamento, se recortaban imponentes Calíope e Ifigenia, las dos lunas de Goodall. Mientras hablaba, el joven contemplaba el paisaje con tristeza, como quien cree que esta podría ser su última puesta de sol. Al menos para él o, tal vez, para ellos dos.  —¿Dónde demonios habrá puesto Frank la llave? —se quejó Gurth—. Mira que se lo he dicho mil veces: lo que entra en consigna no se toca. Es nuestra culpa si pasa algo. Pues nada, ni por esas.   —Le llamo por el intercomunicador y no contesta. A saber dónde está ¿Y tú? ¿Cómo has sido tan descuidado? —le reprochó Selena—. Tenías una gran responsabilidad en la custodia de la llave. Ahora, a ver qué hacemos. En dos o tres minutos tenemos aquí a todos esos locos moteros dispuestos a lo que sea. Ya nos han avisado. No va a ser precisamente divertido.  —En menudo lío nos ha metido el amigo Frank.  —De los gordos. Hacía tiempo que no me veía en una de estas.  Selena y Gurth formaban parte del equipo responsable del control de la puerta norte, zona de salida y de llegada de numerosos viajeros espaciales a lo largo del año. Cada vez que llegaba una nave, era obligatorio que sus ocupantes dejaran su llave de navegación en consigna, un lugar blindado al que solo tenían acceso los propietarios de la llave y los responsables del control del paso. Un lugar seguro, mucho más que la ciudad, donde frecuentemente los visitantes eran objeto de robos. Y las naves eran un botín demasiado tentador como para andar arriesgándose a perderlas. La llave era una especie de minicomputadora que seleccionaba la ruta y activaba el funcionamiento de las aeronaves, con su código identificativo de procedencia o de destino.  El puesto de control de la puerta norte era una moderna edificación de metal y vidrio, una pirámide con enormes ventanales, a prueba de sabotajes, y se hallaba situado en una especie de promontorio o atalaya desde donde se dominaba el paisaje, formado tan solo por caprichosas formaciones rocosas y un mar de arena. Allí abajo era donde aparcaban sus cacharros los visitantes que se acercaban de todas partes para visitar la ciudad, la cual se encontraba a espaldas de la atalaya, con sus ruidosos establecimientos, sus garitos, sus tiendas, sus sitios de diversión y sus lugares peligrosos.  A poco de llevarse Frank la llave que traía a sus compañeros de cabeza, un integrante de la comitiva de los mordani —horda motera y pendenciera de Tritón que desembarcó hacía unas horas— regresó de la ciudad al puesto de control, pidiendo acceder a la nave para coger su arma que había dejado olvidada dentro.  —La llave no te la puedo dar en este momento porque está en revisión —le dijo un apurado Gurth que disimuló como pudo su angustia—.Vuelve en un par de horas y ya la tendré.  —¿Cómo? ¿Qué está en revisión? ¿Qué cuento es ese? Más os vale recuperarla enseguida si no queréis tener problemas. Creo que esto no le va a gustar a Tagg.  Sabían los dos cómo se las gastaban los mordani. Temían que tomaran represalias si en un breve plazo no estaba la llave en su poder. La llave que permitía acceder a la nave principal y abrir la puerta espacio-temporal, vital para que pudieran regresar a su planeta. Y ellos dos, Selena y Gurth, se supone que eran los depositarios y los guardianes de la misma. Y al haber desaparecido, pagarían las consecuencias. Y muy caro. Y no había forma de encontrar a Frank.  —Maldito Frank —exclamó Gurth—. Lo tenemos bien crudo.  —¡Mira!— señaló Selena con el índice una espesa nube de polvo que se estaba levantando al fondo y se aproximaba velozmente—. Creo que son ellos que regresan de la ciudad. Ya los tenemos aquí.  Los mordani eran extremadamente violentos, lo peor de Tritón. Todos conocían de sobra sus crueles procedimientos. Eran totalmente salvajes incluso cuando estaban de buen humor. Y ahora que los responsables del paso habían cometido un tremendo error, nada menos que sacar la llave de la zona de consigna, las represalias iban a ser enormes. Lo menos que les podía pasar era que los desollaran vivos. El primero que llegó con su moto aérea, encabezando la comitiva, fue Tagg. Pelo largo al estilo de los moteros terrícolas de toda la vida, barba de varias semanas, chupa de cuero con remaches metálicos y ojos inyectados de sangre.  —Vaya, ¡qué tenemos aquí! El mosquito y la mosquita. Y con cara de no tener preparada la llave.  El coro de acompañantes, acelerando sus monturas con un rugido ensordecedor, celebró la ocurrencia de su jefe emitiendo al unísono un alarido horripilante como de guerra, al estilo de los cherokees de las películas terrícolas del oeste. A Selena y a Gurth no les llegaba la camisa al cuerpo y empezaron a sudar copiosamente. Sabían lo que les esperaba y no iba a ser precisamente nada bueno.  —¡Tagg! —intervino a la desesperada Selena antes de que empezara “la fiesta”—. La llave está localizada. No hay ningún problema. Solo falta esperar un poco a que nos la traigan. Se la llevaron porque fallaba una conexión. La están ajustando. Ten un poco de paciencia.  Volvió ella a coger el intercomunicador y a marcar de nuevo los dos dígitos identificativos de Frank, pero ni por esas. No contestaba. Tecleó velozmente un mensaje desesperado. Los mordani se revolvían inquietos. Estaban impacientes por liarla.  —¡Jefe!— apuntó uno—. ¿Les quemamos vivos?  —No, espera. Eso sería muy leve. Se me ocurre algo mejor. Vamos a divertirnos un poco. ¡Traedme a la chica!  En esto, un remolino apareció por el aire. En medio de él se vislumbraba a lo lejos una figura humana que manejaba con maestría su monoplaza y se acercaba al grupo a toda velocidad. En la mano agitaba un objeto metálico ¡Era Frank! ¡Y traía la llave!  —¿Ves, Tagg?—apuntó Selena—. Si es que no nos has dado la oportunidad de ofrecerte las explicaciones pertinentes. La llave en todo momento estaba localizable. Ya te dije que nuestro ayudante se la llevó para ponerla a punto. Ya sabes que una llave puesta a punto permite un viaje rápido y en mejores condiciones.  —Más te vale, princesita. De no ser así dejaré que mis chicos te devoren cruda. A ver, alfeñique —dirigiéndose autoritario a Frank según llegaba y detenía su vehículo—, acércate que vea si eso que traes es lo que me pertenece o, por el contrario, me has dado el cambiazo.  —Nada más lejos de mi intención —se excusó Frank—. Tenía mal una conexión y andaba débil la señal de grafeno. Me ha llevado algo de tiempo, pero ya está lista. Pruébala si quieres.  —Espero que funcione, si no quieres que me haga un pañuelo con tu pellejo— dijo mientras encendía la llave y un destello azulado llenaba la diminuta pantalla de control—. Parece que está todo en orden. Como comprenderéis no voy a pagaros nada por un servicio tan malo. Conformaros de momento con que no juguemos a las canicas con vuestros globos oculares y con vuestras pelotas. ¡Y tú, pazguato, despéjanos el camino que nos vamos a casa! Espero disfrutar de un viaje cómodo y rápido. Si no, os veréis las caras conmigo cuando vuelva. Con Tagg no se bromea ¿Entendido?  —Despejado el camino. Tenéis ruta abierta. Ya podéis salir —dijo Gurth, tras teclear en el terminal de su mesa la orden para la salida. 


La llave. Un relato extraterrestre Imagen de uso libre de Pixabay

Y Tagg accionó la llave, introduciendo el código rápidamente en la diminuta pantalla azulada. Luego, plenamente satisfecho, la guardó en un bolsillo de su pantalón. Tagg salió de allí el primero con su moto, detrás de él toda la comitiva le siguió en fila de uno haciendo rugir sus máquinas en dirección hacia la nave madre. Una vez todos entraron en el vientre de ella, la noche rasgó su velo y un círculo de bordes luminosos se fue abriendo en el cielo como un boquete en la vastedad del espacio, agrandándose poco a poco. La puerta estaba abierta. La nave de los mordani despegó, se elevó en el aire dirigiéndose hacia al agujero aquel. Al cabo de unos pocos segundos, desapareció engullida por aquella boca abierta en la inmensidad de la noche. Luego, igual que se abrió, en un instante volvió a cerrarse.  Los tres amigos respiraron aliviados. Se habían salvado por los pelos de una muerte horrible.  —¿Cómo has podido hacernos esto, Frank? Parece mentira que no conozcas los métodos de esos salvajes. Casi nos matan. Y tú pensando solo en jugar— le recriminó Gurth.  —Era una sorpresa—contestó el aludido—. Quise daros una alegría. Y un disgusto a esos macarras. Me llevé la llave para manipularla y cambiarle las coordenadas. Ellos confiaban en volver a Tritón. Sin embargo, desconocen que el código interno que les puse les lleva ahora mismo hacia Epsilon Eridane B, a un montón de años luz de su casa. Y que es imposible que ya puedan rectificar la ruta. No los volveréis a ver, a menos que vivan medio siglo más cada uno. Y eso si sobreviven, que lo dudo. Os he librado de ellos para siempre. De nada, chicos. No hace falta que me deis las gracias. _______ Desde el confinamiento, este relato mío perteneciente a "Ida y vuelta", con la intención de evadirnos un poco de la realidad. 

A la calle no podemos salir, pero del espacio nadie dijo nada. 
El pdf  te lo puedes descargar gratis aquí.

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