Con mi característica puntualidad inglesa, más afinada que el segundero del Big Ben, mi llavero tintinea mientras intento atinar con el agujero de mi cerradura. Sé que la señora María me observa tras la mirilla de su puerta, es lo que tiene ser vecino de una maruja, así que levanto mi mano y, sin darme la vuelta, la saludo con retintín.
Tras encerrarme en mi pequeño santuario, siento el frío aliento de mi vecino del ático. Un fantasma entrometido que intenta llamar la atención, sin mucho éxito, y que otra vez se ha colado en mi vida. ¡Maldito seas! Grito al aire mientras, por arte de magia, se encienden y apagan la tele y las lámparas del salón. Menos mal que mi madre me dio una botella de plástico rellena de agua bendita que, cuando la esparzo, le hace huir mientras intenta asustarme con su tímido ulular.
Hoy estoy muy cansado. He pateado las calles como nunca colocando toda la mercancía que tenía acumulada. Necesito descansar. Aunque sea misión imposible, voy a intentar dormir una siesta. Pero sé que en breves momentos, la maricona del portero, un travesti feo y desgarbado, que va de diva, vendrá con alguna excusa estúpida para intentar colarse en mi cama. Esperando el momento me dejo caer en el sofá y los ojos se cierran de manera automática.
Un ruido ensordecedor me sobresalta. ¿Gritos? ¿Sollozos? ¿Gente en la escalera? Algo ocurre en el zaguán. Tras confirmar que no es una nueva visita del fantasma, y recuperar la conciencia, veo que es casi de noche y que, sin duda, he dormido mucho más de lo que esperaba. Los ruidos continúan. ¿Qué está ocurriendo?
Me acerco a la mirilla de la puerta. Nada. Pero tengo la sensación que la de mi vecina se acaba de cerrar. ¿Quizás a vuelto a pelearse con la del tercero B? Afino el oído. No, no es eso. La escandalera continúa. En el preciso momento en que me giro para poder meditar sobre qué hacer, unos nudillos suenan contra mi puerta. Una pequeña nota manuscrita es colada por debajo. El mensaje es escueto: «Los nuevos vecinos han llegado».Vuelvo a mirar por la pequeña rejilla pero ahí fuera no hay nadie. El ruido se hace más patente. Está subiendo por las escaleras. La curiosidad me puede, quedo a la espera. La imagen es del todo rocambolesca. Uno. Dos. Tres. Cuatro..., cuento hasta siete enanos en fila. Cada uno de ellos carga siete pesadas cajas, al son de una pegajosa cancioncilla que comienzo a silbar. Detrás de ellos una chica impresionante, con curvas que marean y mucho desparpajo, levanta su mano derecha, sabedora de que la observo tras la puerta, para saludarme. Raudo y avergonzado, cierro la pequeña tapa que separa mi ojo del exterior. Otra nota se cuela por debajo de la puerta: «¡Chavalote!, adiós para siempre».
Su nombre artístico es Blancanieves y los siete tres piernas. Son actores porno. «Jamás volveré a molestarte. PD: El agua bendita está caducada.»
Texto: Guillermo Cabrera Moya
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