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La lluvia

Publicado el 19 noviembre 2013 por Anarod
He pasado un estupendo fin de semana encerrada en casa, beneficiándome de la luz de baja intensidad que traía la lluvia, y de la languidez y del (relativo) silencio y del vacío... una desaceleración del tráfago urbano.
Y no comprendo, al salir hoy para las clases, la reacción nerviosa de las gentes.
He recordado entonces a un viejo amigo, un personaje de mi novela Ciudadanos, al que pienso exprimir / rescatar (aprovecharme, porque lo conozco) en  una inminente fabulación: Álvaro, arquitecto.
LA LLUVIA      
Le había tocado formar parte de un Jurado Popular y así pensaba/sentía en su  camino desde su estudio (situado al lado de una de las plazas más bellas de esta ciudad, la de San Felipe Neri) hacia el Palacio de Justicia.
Y sospecho que el recuerdo de este soliloquio tiene mucho que ver con el transeuntismo urbano a que me obliga mi cuso Magistral.
  
LA LLUVIA
¿Y ahora? Álvaro recuerda y sonríe, aunque esta punzada. ¿De dónde viene? ¿Del dolor o de las risas que estallaban al doblar las esquinas porque este dédalo indescifrable, impracticable, como decían los otros? Álvaro insiste, aunque, ¿se puede reír de dolor? ¿Podemos reír a causa del dolor? ¿Podemos recordar el dolor y reír? Es como si lo recordásemos impunemente.   Respira hondo.    Por Santa Clara, la lluvia arrecia.   Llueve.   “Il pleure dans mon coeur comme il pleut dans la ville, il pleut doucement....”, siente.   A Álvaro le queda un último zigzag hasta la Bajada de la Llibretería. Desde allí, asoma la estrecha franja de una ciudad que va abriéndose bajo una línea de cielo donde se acumulan volúmenes e intersecciones curiosas. Desde allí le sorprende la batalla que aristas y curvas libran por conquistar su propio espacio. Y el pensamiento vuela hacia la azotea del Cine Princesa, la batalla allí librada pocos días atrás, cuando no hubo lugar a realidades vacías, y las sirenas y los gritos y el humo otra vez.
   Álvaro se apresura contra la lluvia, que lo azuza. Busca la luz, que se evade bordeando los muros de la ciudad, donde se vuelve turbia, espesa. La busca en los charcos que se han ido formando sobre las aceras, pero allí, el incesante chapotear de las gentes que pasan tiñe las aguas y ya no puede decirse de ellas lo de “puras, dulces, cristalinas”. Álvaro se anuda la bufanda al cuello. “¿El lazo atado?” Sí, sí, más poesía, protesta. Mira, de todo esto he quedado bastante harto porque, en el fondo, sólo la mierda. O dicho en términos nobles: “cristales sin laureles y un silencio sin estrellas”. Así se acabó todo, en el perfecto silencio, en un inmoderado afán por desoír las voces que gritaban incesantemente alrededor nuestro y en nosotros mismos. ¡Déjame, déjame! No la toques ya más y esas cosas. ¡Pura poesía! ¡A la mierda! Porque la luz aquí, contra los muros de la vieja ciudad, la luz cargada de tiempo y de odio y de rencor. ¿De vida?
   Álvaro enciende su tercer cigarrillo. Cuando se abre el semáforo, echa a andar. Cruza Laietana deprisa. Después, rabioso aún, sigue por Boria, aunque ya el paso es otro, las suelas de las botas acoplándose a los adoquines, casi limpios porque la mugre se va amontonando en las esquinas, barrida por el agua, mientras la ciudad duerme.
   O muere. Barcelona abierta pero estas callejas donde la vida se ha ido despeñando porque era sólo un paréntesis. Las gentes dentro de él, prisioneras. Gentes postradas, dolientes, desesperanzadas. “Hay que seguir rompiendo. Abrir más, mucho más, que entre la luz. Asusta al principio, ya lo sé. Esas líneas quebradas y de movimientos bruscos asustan cuando aparecen de golpe, pero lo sinuoso ondulante, hoy, es un engaño. Y mantenerlo, una amenaza. Para la vida, por supuesto, que así, con algunas incisiones, con unos cuantos cortes bien dados, se reanima y combate. De lo contrario, languidece. Si mira siempre atrás, enferma. Que me lo digan a mí, si no, perdiendo siempre el tiempo pensando, pensando hasta cuándo, por lo que tú más quieras responde, cómo y dónde, y cuándo... Hay que tomárselo así, a ritmo de bolero o lo que sea, y mantener los nervios bien templados. Hoy más que nunca. Ver y oír y ... Mirar y escuchar.”
   No se oye nada. Ha dejado de llover. Las persianas están bajadas.PD.  Podría haber elegido un tramo de mi última novela sobre la Batalla del Ebro, porque este sábado se cumplían 75 años de la Derrota, pero...

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