Rosamond ha fallecido, quizás se ha suicidado, pero antes ha grabado unas cintas para Imogen, una niña ciega cuyo paradero desconoce, su sobrina Gill debe encontrarla para que las escuche, en ellas Rosamond, describiendo veinte fotografías cronológicamente, recorre la historia de tres generaciones de mujeres desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días. La novela "La lluvia antes de caer" de Jonathan Coe fue publicada en Inglaterra en el año 2007 y traducida al castellano, por Anagrama en el 2009.
Debería contarte por qué estábamos pasando nuestras vacaciones en la Auvernia. A lo mejor la explicación te parecerá bastante frívola; espero que no. La cosa empezó así. Una noche en el piso de Putney, después de que Thea se hubiera quedado dormida (habíamos comprado un pequeño catre para que pudiera dormir en nuestro dormitorio). Rebecca y yo estábamos en el cuarto de al lado, oyendo la radio. Teníamos puesto el Tercer Programa, y estaban radiando un concierto que incluía entre otras obras una selección de los famosos arreglos de Canteloube de los Cantos de la Auvernia. Recuerdo, Imogen (y espero que no te choque) que durante la emisión nos pusimos muy cariñosas... De hecho, creo que nunca hicimos el amor con tanta ternura y tanta... pasión como esa noche. Fue... Bueno, seguro que los detalles no te interesan nada. A partir de ahí, para las dos, estas canciones quedaron asociadas para siempre con aquella situación, y no sólo eso: de alguna manera se conviriteron en... ¿cuál sería la palabra?, ¿símbolos?, ¿o más bien tótems?, sí, en tótems, creo, de nuestro amor. Había una canción en especial, una de las más famosas ("Bailero", se titula, una canción de amor muy bonita, my lenta y muy triste), que empieza con la madera de la orquesta esbozando unas frases muy lastimeras, mientras los violines tocan unos preciosos acordes largos y esplendorosos, y entonces la voz de la soprano entra de una forma totalmente inesperada, muy dramática, entonando esa melodía extraordinariamente melancólica.... Pero, bueno, da igual, no se puede describir la música con palabras; quizás lo mejor sería poner sencillamente esa canción en el tocadiscos cuando haya terminado de describirte esta foto, para que tú puedas escucharla también. Ya lo haré, si me acuerdo.
Los elepés eran un invento bastante reciente en aquellos tiempos. Ni siquiera recuerdo si nuestro gramófono podría reproducirlos. La mayoría de la música se vendía aún en discos de setenta y ocho revoluciones, y estoy segura de que Rebecca compró un disco de "Bailero" en ese formato unos días después. Debimos de sacar de quicio a todos los vecinos poniéndolo día y noche. Y desde entonces se convirtió en uno de nuestros pasatiempos favoritos imaginarnos cómo sería un viaje a la Auvernia, sin más razón que empaparnos del espíritu del paisaje que había dado origen a aquella música gloriosa. Al principio nos pareció un plan inverosímil y poco viable. Todavía estábamos aconstumbrándonos a la responsabilidad de cuidar de Thea, y la idea de llevárnosla a un país extranjero con nosotras nos echaba un poco para atrás y nos parecía un poco caprichosa.
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En la primavera de mil novecientos cincuenta y cinco, Rebecca vio que había ahorrado suficiente dinero para comprarse un coche pequeño, y de repente la fantasía de nuestro viaje a Francia se hizo realidad. En ese momento Thea ya se había adaptado bastante bien a la escuela primaria del pueblo; parecía que las relaciones entre nosotras, como familia de tres personas, eran muy sólidas y estábamos bastante seguras de poder embarcarnos en nuestra aventura veraniega. Salimos a finales de julio, con idea de pasar fuera tres semanas.
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Esas tres semanas en Francia fueron sin duda las más felices de mi vida, y todo lo que tuvieron de bueno está condensado en esta foto y en la canción "Bailero", que siempre me recuerda la imagen de ese lago y ese prado, donde nos pasamos la tarde echadas en medio de aquella hierba tan alta y aquellas flores silvestres, mientras Thea jugaba a la orilla del agua. No se puede decir nada, supongo, de una felicidad perfecta, sin manchas ni defectos, nada que no sea la certeza de que tendrá que acabarse. A medida que se iba consumiendo la tarde, el aire no se volvió más frío, sino más denso y más húmedo. Habíamos estado bebiendo vino, y yo tenía la cabeza pesada y un poco de sueño. Debí de quedarme dormida un rato, porque cuando desperté vi a Rebecca seguía echada junto a mí, pero tenía los ojos muy abiertos, y algo se movía rápidamente al fondo de ellos, como siguiendo una rápida cadena de pensamientos íntimos. Cuando le pregunté si todo iba bien, se volvió y me sonrió, y su mirada se hizo más dulce, y me susurró unas palabras tranquilizadoras. Me besó y se puso de pie y se acercó despacio hasta la playa, donde Thea estaba cogiendo guijarros y separándolos en distintos montones según algún extraño criterio suyo.
Me uní a ellas, pero Rebecca no se volvió cuando oyó pasos en el guijarral. Hizo visera con la mano, miró hacia las montañas y dijo: "Mira qué nubes. Va a haber tormenta si vienen hacia aquí". Thea escuchó el comentario (siempre se daba cuenta enseguida de los cambios de humor, y a mí nunca dejaba de sorprenderme lo sensible que era, lo pendiente que estaba de los sentimientos de los adultos), y eso la llevó a preguntar: "¿Por eso estás triste?" "¿Triste?", dijo Rebecca volviéndose, ¿Yo? No. No me importa que llueva en verano. Hasta me gusta. Es mi lluvia favorita." "¿Tu lluvia favorita?", dijo Thea. Recuerdo que frunció el ceño sopesando aquellas palabras, y luego exclamó. "Pues la mía es la lluvia antes de caer". Rebecca se sonrió al oir aquello, pero yo dije (en plan pedante, supongo): "Pero cielo, antes de caer, en realidad no es lluvia?". Y Thea me dijo: "Y entonces qué es?" Y yo le expliqué: "Pues es sólo humedad. Humedad en las nubes." Thea bajó la vista y se concentró una vez más en escoger los guijarros de la playa; cogió dos y se puso a golpearlos uno contra otro. Parecía que el ruido y la sensación le gustaban. Yo seguí: "¿Entiendes entonces que no existe la lluvia antes de caer? Tiene que caer para que sea lluvia". Era una tontería explicarle aquello a una niña pequeña; casi me arrepentía de haber empezado. Pero por lo visto Thea no tenía ningún problema en captar la idea; más bien al revés, porque al poco rato se quedó mirándome y meneo la cabeza con gesto de pena, como sin discutir aquellas cosas con una idiota estuviera poniendo a prueba su paciencia. "Ya sé que no existe", dijo. "Por eso es mi favorita. Porque no hace falta que algo sea de verdad para hacerte feliz, ¿no?" Luego echó a correr hacia el agua sonriendo abiertamente, encantada de haberse salido con la suya gracias a su propia lógica."
(Jonathan Coe. La lluvia antes de caer. Anagrama. 2009.)