Revista Cultura y Ocio

La lluvia que pasa

Por Tesnehuen

La lluvia que pasa

EL tiempo es el mendigo más injusto, que pide que lo miren, que lo abracen, que lo besen, pero que te lo arrebata todo.


Son las tres de la tarde. A lo lejos, repica el tamborileo de las campanas de una iglesia. Un niño rompe la tarde con un llanto lastimero exigiendo atención. Un perro ladra. La vecina llama a su hijo por enésima vez.
Es domingo. Es la siesta de una tarde sin nombre, que pasará como todas las otras. Atrás, una semana más. Una tarde que en breve, cuando las agujas continúen su ritmo cadencioso, se habrá esfumado. Como todas las anteriores y las siguientes. Un momento que será historia. Ya nadie podrá habitarlo, ni modificarlo, ni hacerlo propio. Después de ese mínimo lapso de milisegundos. Tres y cinco. Ya no existe. El tiempo es el mendigo más injusto, que pide que lo miren, que lo abracen, que lo besen, pero que te lo arrebata todo. Se lo lleva todo en su cíclico e interminable girar. En su existencia, que no es otra cosa que una sucesión de hechos transcurridos en un exacto momento, que se evapora para dar lugar a otro. Y así, desde que el mundo es mundo. Tres y siete. El niño continúa llorando. La tarde se despabila con el rugido del coche de los bomberos, que escapa hacia un barrio de las afueras. Llueve en toda la ciudad. Es una lluvia sin precedentes, auténtica y dolorosa.
A las nueve ya habrá cesado y, con suerte, tan solo quedará sepultada como esta tarde en eso que se conoce como memoria. 

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