Seguimos con los análisis sobre la intención de voto del siempre imprevisible electorado nacional, y tenemos este artículo escrito por Steven Levitsky, Profesor de Ciencia Política en la Universidad de Harvard y profesor visitante de la Pontificia Universidad Católica del Perú, de título La Lógica de la Incertidumbre publicada ayer en La República:
Claves para entender los imprevistos reacomodos del electorado peruano en las últimas semanas de la campaña. Como en anteriores comicios, esta vez también podemos exclamar: el siguiente domingo cualquier cosa, literalmente, puede pasar.Esta semana, el establishment limeño cayó de nuevo en un estado de pánico: Ollanta Humala encabezaba las encuestas, y una segunda vuelta entre Humala y Keiko Fujimori –una pesadilla hasta hace poco improbable– se convirtió de pronto en un escenario cada vez más próximo. El pánico desató una reacción previsible: mientras El Comercio llenó sus páginas de política con ataques a Humala (una táctica que no funciona y desacredita una vez más al medio), Aldo Mariátegui alucinó una inminente invasión de Brasil. Mostrando un corazoncito profundamente antidemocrático, el director de Correo concluyó que el Perú solo avanza si los pobres no votan. El pánico se extendió rápidamente al exterior. Varios politólogos norteamericanos me preguntaron esta semana si el Perú iba a sufrir otro tsunami. ¿Será posible que, en medio de tanto éxito económico, los peruanos opten por otro salto al vacío? En Estados Unidos –y también en San Isidro– se creía que las cosas iban bien. Que el Perú avanza. ¿Qué pasó? ¿Qué cambió en las últimas semanas?
No se casan con nadiePoco cambió. Una de las pocas cosas predecibles de las elecciones peruanas es que son impredecibles. Esa volatilidad es una consecuencia del colapso de los partidos políticos. Una democracia sin partidos sufre de altos niveles de volatilidad e incertidumbre por varias razones: primero, no existe lealtad partidaria. En países con partidos políticos, gran parte del electorado se inclina vigorosamente hacia un partido u otro, dándoles a estos partidos un piso electoral gravitante. En Estados Unidos, un tercio del electorado se identifica como “Demócrata” y otro tercio se identifica como “Republicano”. En México y Uruguay, casi dos tercios del electorado se identifica con uno de los tres partidos nacionales. En Brasil, la mitad del electorado tiene identidad partidaria. La lealtad partidaria trae cierta estabilidad electoral: si el 60% del electorado se identifica con partidos establecidos, el espacio para los outsiders o “independientes” es reducido. Pero en el Perú la identificación partidaria es casi una ficción. Alrededor de 75% u 80 % de los votantes se declaran independientes. Un electorado sin identificación partidaria es condenado a ser volátil. Eso permite el surgimiento de los outsiders (Humala en el 2006) y el crecimiento rápido de candidatos marginales (Villarán en el 2010).
Hiperfragmentación partidaria
Segundo, el colapso de los partidos genera fragmentación. Donde más del 60% del electorado se identifica con dos o tres partidos, como en México y Uruguay, no hay mucho espacio para otras alternativas políticas. Pero si el 80% del electorado es independiente, el espacio es mucho más grande: puede haber cinco, seis o siete candidatos serios peleando por estos votos. El resultado es un alto nivel de fragmentación, en el que candidatos con 15% o 20 % del voto tienen posibilidades de ganar. En Brasil, México o Uruguay, un candidato presidencial con 15% es considerado marginal. Aquí ese candidato puede llegar a la segunda vuelta. La fragmentación genera incertidumbre. Cuando hay varios candidatos con 12%, 15% o 20 % de los votos, un movimiento modesto en las encuestas puede provocar un sismo. Bajar 7 u 8 puntos puede significar una caída del primer al quinto lugar (Castañeda). Y subir 7 u 8 puntos puede lanzar a un candidato marginal al primer lugar (Humala). Humala no ha tenido mucho éxito: está casi 10 puntos por debajo de su votación en el 2006. Llegó al primer lugar en las encuestas gracias a la fragmentación.
Una tercera consecuencia del colapso de los partidos es el personalismo. Donde no hay partidos, es muy probable que los candidatos –y no las plataformas partidarias– tengan el control absoluto de la campaña. Cuando compiten las personas y no los partidos, las propuestas dejan de ser el eje central de campaña. Pesan mucho las características personales de los candidatos, lo cual genera un comportamiento electoral que muchos analistas –viendo las elecciones por una óptica ideológica– no esperan: un salto de Humala a Fujimori, o de PPK a Humala.
El voto estratégico
La incertidumbre electoral en el Perú es reforzada por el voto estratégico. Sin lealtades partidarias, el votante peruano se ha vuelto extremadamente calculador. Toma en cuenta no solo sus propias preferencias, sino también la probabilidad de éxito de cada candidato, muchas veces pensando en cómo evitar el triunfo de un candidato no deseado. (En otras palabras, busca al mal menor que puede ganarle al mal mayor). En 1990, los votantes anti-Vargas Llosa optaron estratégicamente por Fujimori; en el 2000, los votantes anti-Fujimori optaron estratégicamente por Andrade, y después por Castañeda, y finalmente por Toledo. El voto estratégico es una respuesta racional (y sofisticada) de votantes que no tienen lealtades partidarias, pero sí tienen convicciones sólidas contra ciertas alternativas políticas. Y, por cierto, este voto estratégico genera volatilidad. El votante que quiere evitar que gane el candidato A está siempre evaluando –y reevaluando–cuál de los candidatos potables (digamos B, C, D, y E) tiene las mejores posibilidades de ganar. Si opta por un candidato que empieza a bajar, tiene que recalcular. Por eso, un movimiento en las encuestas (la subida de Fujimori en 1990, la caída de Andrade en 1999) puede provocar un realineamiento electoral rápido, dramático y poco esperado, como los tsunamis de Fujimori (1990) y Villarán (2010).
La volatilidad y la incertidumbre electoral son características permanentes de una democracia sin partidos. Eso dificulta la vida de los analistas. En los últimos meses, columnistas muy agudos vaticinaron que (a) Humala terminaría siendo un candidato marginal; (b) PPK no tenía ninguna posibilidad; (c) Meche Aráoz sí tenía grandes posibilidades; y (d) Toledo podía ganar en la primera vuelta.
Certezas y sorpresas
Pero hay algunas cosas que no deben sorprendernos. Ya sabíamos que el fujimorismo tiene una base sólida. Y ya sabíamos que existe un sector del electorado (sobre todo en la sierra) que no se siente beneficiado por el crecimiento económico; según las encuestas, un poco más de un tercio del electorado quiere cambiar el modelo económico (no porque les falte oxígeno sino porque no vive bien). Sabíamos que una mayoría (55%-60%) del electorado busca mantener, en términos generales, el statu quo. Pero también sabíamos que por lo menos tres candidatos competían por estos votos. Y si los votos “moderados” se dividían entre tres candidatos serios, Humala y Fujimori podrían terminar primero y segundo, sin superar el 25% del voto.
Todo parecía bien durante los primeros meses de la campaña. El voto moderado parecía concentrarse en manos de Castañeda y/o Toledo, y los directivos de El Comercio dormían tranquilos. Pero las campañas importan, y Castañeda y Toledo, que para muchos son los males menores, jugaron mal. Cayeron en las encuestas, mientras PPK subió. El electorado moderado quedó dividido en tres, y ahora los votantes que no quieren ni a Humala ni a Fujimori enfrentan un serio problema de coordinación. Si no se ponen de acuerdo sobre quién es el mejor de los males menores, perderían los tres.
Sin encuestas para decidir
El problema de coordinación se agudiza por la ley que prohíbe la publicación de encuestas en la última semana. La ley se basa en la idea de que los votantes son ignorantes e irracionales, que miran las últimas encuestas y apuestan por el ganador. Nada más falso. De hecho, los que van primero en las encuestas en el Perú (Vargas Llosa, Flores) muchas veces terminan perdiendo. Las encuestas son una herramienta clave para el votante estratégico. Para poder encontrar al mal menor y evitar al mal mayor, el votante necesita saber cuál de los candidatos potables está mejor posicionado para ganar. Sin esa información, su capacidad de tomar esa decisión se reduce. El costo de no coordinar puede ser alto. Si la mayoría no humalista y no fujimorista sigue dividida en tres, el escenario que más teme (el famoso cáncer versus sida) se convertirá en realidad.