En París confiaban coronar una cumbre desde la que alcanzar un consenso climático mundial y sólo consiguieron ascender una loma para reconocer que, si no se reducen las emisiones contaminantes de efecto invernadero, especialmente las procedentes de combustibles fósiles, la temperatura global del planeta subirá más deprisa y en más grados de lo que lo haría siguiendo su evolución “normal”. Un calentamiento acelerado, con consecuencias catastróficas para la naturaleza y para una proporción inmensa de seres humanos, provocado por nuestro estilo de vida que emite ingentes cantidades de CO2 a la atmósfera debido al uso de los combustibles fósiles en la industria, los coches y demás tecnologías que nos posibilitan el desarrollo a cambio de envenenarnos. Pero lo que iba ser una cumbre para ponerse de acuerdo en eludir ese negro porvenir climático del que somos responsables se ha quedado en una pequeña loma desde la que todos vislumbran el aciago horizonte, sin asumir obligaciones para ponerse todos a una contra la amenaza que entraña. Cada uno la combatirá a su ritmo y a su manera, con el objetivo de que, a finales de siglo, el aumento de temperatura media no supere los 2 grados. Pero sin obligaciones vinculantes, la meta se presenta verdaderamente inalcanzable, aunque “abre un camino” para futuras medidas más drásticas y, tal vez, más eficaces. Desde la loma se baja sólo con buenos propósitos.
Con todo, el acuerdo de París supone un hito formidable, de enorme trascendencia, en la lucha mundial contra el cambio climático, tras más de 20 años de reuniones y declaraciones bajo el amparo de Naciones Unidas que condujeron al fracasado Protocolo de Kioto, que establecía límites a cada país para la emisión de CO2 que sólo cubrían el 11 por ciento de las emisiones mundiales. Esta vez no se imponen obligaciones sino que serán compromisos voluntarios para frenar las emisionesque los países asumen en función de sus necesidades y posibilidades. Otra novedad es que tales compromisos serán verificados y sometidos a revisión para adaptarlos al objetivo de impedir el sobrecalentamiento del planeta. A este acuerdo se han adherido 186 de los 195 países reunidos en París, entre ellos China, India y Estados Unidos, cuyas economías son las más contaminantes del mundo. Es por ello que el acuerdo de París tiene una magnitud histórica, al conseguir unir por primera vez a todos los países en un pacto global contra el cambio climático. Y por zanjar definitivamente la discusión sobre la evidencia científica del calentamiento del planeta a causa de la actividad humana. Ya nadie duda de la existencia de este problema planetario y todos se comprometen a enfrentarlo, limitando y reduciendo sus emisiones de gases con efecto invernadero.
Se asumen, por fin, “responsabilidades comunes” entre todos los signatarios del acuerdo, “pero diferenciadas” según se pertenezca a países del mundo desarrollado, emergente o en vías de desarrollo, fijando para los primeros plazos más cortos para limitar sus emisiones lo antes posible y dando más tiempo al resto, con la meta de que, en la segunda mitad de este siglo, se deberá conseguir el equilibrio entre emisiones y la capacidad de absorción de esos gases, principalmente del dióxido de carbono. El acuerdo, tras un período de firma y ratificación en Naciones Unidas, entrará en vigor en 2020 y, con él, los planes de reducción a los que se comprometen (“contribuciones” nacionales) los 186 países que ya los han negociado. Dado que con estas primeras “contribuciones” no se podrá detener el aumento de la temperatura global, todas ellas se revisarán al alza cada cinco años, hasta conseguir el objetivo acordado de no exceder los dos grados de aumento. El calendario fija para 2018 el primer análisis de tales contribuciones, y la primera actualización en 2020, con la entrada en vigor del acuerdo.
Este reconocimiento de las propias insuficiencias del acuerdo, a pesar del triunfalismo con el que se anunciado, es lo que subrayan muchas de las críticas procedentes del ámbito científico y de las organizaciones ecologistas no gubernamentales. Destaca entre ellas la del pionero en el estudio del cambio climático, James Hansen, quien en declaraciones a The Guardian manifestó: “Estamos ante un fraude y una farsa”, puesto que el acuerdo no ha establecido compromisos ni calendarios de obligado cumplimiento.
En España, Ecologistas en Acción, por su parte, denuncian como “decepcionante” e “insuficiente” lo acordado en París, en especial porque “carece de herramientas necesarias para luchar con eficacia contra el calentamiento global” y por perder “una oportunidad de reforzar e internacionalizar un cambio de modelo basado en las renovables”. Y Juan Carlos del Olmo, secretario general de WWF España, avisa de que, a pesar de que el acuerdo es un primer paso importante, no impide que España siga “quemando carbón y apoyando las prospecciones de petróleo y gas y no se comprometa de verdad con un modelo cien por ciento renovable y a terminar con el apoyo a las energías contaminantes”.
Es decir, que los buenos propósitos con los que bajan de la “loma” de París los defensores del uso de energías limpias no parecen suficientes, según los críticos, para adoptar de manera urgente las medidas que aceleren el cambio hacia una economía baja en carbono. Reconocen la importancia del acuerdo, pero advierten que la meta ambiciosa de frenar el aumento de temperatura le faltan medios también ambiciosos para conseguirlo realmente. Y señalan que habrá que seguir presionando con acciones nacionales para acelerar la reducción de estas emisiones contaminantes, brindar recursos para la transición energética en las economías en vías de desarrollo y proteger a los países más vulnerables, como explica la delegación de WWF para las Negociaciones Climáticas de Naciones Unidas.
Y es que el acuerdo de París no satisface completamente, como era de esperar, a nadie, aunque tampoco se puede negar su importancia en el compromiso global por la lucha contra el cambio climático. Sin imponer obligaciones y con plazos indeterminados, al menos supone un aviso de que las economías del mundo tendrán que adaptarse a no utilizar los combustibles fósiles y transitar hacia un modelo sostenible basado en las energías renovables. Tal vez una entelequia, observando cómo España ampara a unas y castiga el desarrollo e implantación de otras, como la termosolar de la que este país es referencia mundial en investigación e innovación tecnológica. París es un hito histórico que deja abiertas muchas incógnitas y a demasiadas personas expuestas a los peligros de la elevación del nivel del mar, tormentas cada vez más virulentas y sequías más extremas. Los peligros del cambio climático siguen vigentes, incluso desde la loma de París.