“La inmensa pobreza y la obscena desigualdad son flagelos tan espantosos de esta época (en la que nos jactamos de impresionantes avances en ciencia, tecnología, industria y acumulación de riquezas) que deben clarificarse como males sociales tan graves como la esclavitud y el apartheid.” Nelson Mandela, Londres, 2005.
Desde que nace hasta que muere lo más probable es que la vida de una persona esté dominada por los niveles extraordinarios de desigualdad que caracteriza el mundo moderno. Una niña nacida en Noruega llegará con casi toda certeza a la vejez. Pero si naciera en Sierra Leona, tendría una posibilidad entre cuatro de morir antes de cumplir los cinco años. Una niña noruega irá a un buen colegio, después a la universidad, tendrá salud y recibirá atención hasta la vejez. En Sierra Leona, sólo dos de cada tres niñas empezarán a ir a la escuela, y muchas de ellas lo dejarán, desalentadas por la “tasa de uso” que impone la escuela o por los pobres estándares de educación, o porque se ven obligadas a quedarse en casa a cuidar de sus hermanos o a ir a trabajar para mantener a sus familias. Sólo una de cada cuatro mujeres sabe leer y escribir. La universidad no es más que un sueño inalcanzable.
El grado de desigualdad en el mundo es impresionante. Las 500 personas más ricas del mundo tienen más ingresos que los 416 millones de personas más pobres. Cada minuto, en el mundo en vías de desarrollo, una mujer muere al dar a luz o durante el embarazo, y 20 niños por enfermedades evitables como la diarrea o la malaria. Los Gobiernos gastan menos en sanidad allí donde más falta hace.
Quizás uno de los mayores retos a los que se enfrenta el siglo XXI es terminar con la “lotería del nacimiento”. Y este reto concierne a todas las naciones, porque en un mundo globalizado, la pobreza y el sufrimiento no saben de fronteras y se expanden por todas partes en forma de guerras, emigración y degradación medioambiental.
La desigualdad es mucho más marcada en todo el mundo que el cualquier país concreto. Una injusticia tan tremenda probablemente provocaría un cataclismo social y político si existiese en cualquier país individual. Una consecuencia de la globalización es que el mundo se parece cada vez más a una comunidad unida por medios de transporte y comunicaciones cada vez mejores. Pero el precio político de una desigualdad continuada no puede más que subir.
Fuente: DE LA POBREZA AL PODER (OXFAM INTERNACIONAL)