Por Gustavo Veiga
Los vientos políticos del ’73 soplaban como el preanuncio de una sudestada. Daniel Schapira, el Tano para sus compañeros de militancia, salía a gritar su bronca contra el golpe que derrocó a Salvador Allende. Buenos Aires hervía entre tantas jornadas de barricada, sueños de una patria socialista que comenzaban a tropezar y que la herida abierta de Chile ratificaba. El tenis ya no era su impulso vital –de jugarlo se encargaba su hermano menor, Edgardo– porque lo había abandonado en 1971. En estos días de septiembre, un amigo y periodista lo recuerda cuando se movilizaba en repudio al bombardeo del Palacio de La Moneda; Edgardo evoca cómo seguía sus propios partidos desde la clandestinidad; su cuñada Gabriela Yankilevich cuenta su cautiverio en la jornada 88ª de la megacausa ESMA y un festival de cine en Jerusalén se interesa por su historia, filmada en una miniserie documental para televisión.
La familia Schapira llevaba el tenis en su ADN. De origen judío, clase media de Caballito (los padres y sus tres hijos vivían en Pedro Goyena 71), la vida de club durante los fines de semana era la continuación natural de los días laborables. Náutico Hacoaj, GEBA, Comercio, Macabi, San Lorenzo y DAOM, fueron mojones en la trayectoria deportiva del clan. Por eso, Edgardo “El Topo” Schapira dice: “Yo nací en una cancha de tenis, mis hermanos Claudia y Daniel nacieron en una cancha de tenis y fue porque mis padres también jugaban al tenis”.
El Tano se formó en el anexo San Martín de GEBA. Su hermano menor lo recuerda como “un jugador muy estilista, muy clásico”. Osvaldo “El Mono” Faramiñan fue el profesor de tenis que lo formó junto a otros jugadores de su generación, como Francisco Mastelli y Gerardo Miceli. Daniel, según Edgardo, “era por sobre todo una excelente persona dentro y fuera de la cancha. Por eso, no jugaba más de lo que jugaba, por no pelear o discutir. No mejoraba sus resultados por ser como era”.
Un joven zurdo, que recién empezaba su carrera en Mar del Plata, le ganó una o dos veces: Guillermo Vilas. El mismo que dijo, cuando se creó el día nacional del profesor de tenis en homenaje a Daniel, “me parece una idea genial, con esta iniciativa se reconoce a todos los profesores, y ellos son la base del tenis en el mundo”. Ese día cae el 18 de octubre, cuando El Tano cumplía años. Era de 1950 y una patota de la ESMA lo secuestró el 7 de abril del ’77 en San Juan y Boedo. Ya hacía un tiempo largo que había abandonado el deporte. Pero se las ingeniaba para seguir la trayectoria de su hermano desde la clandestinidad.
“Yo vivía en Fragata Sarmiento y Espinoza y lo vi, por lo menos, hasta marzo del ’77. Me tocaba jugar los torneos Interclubes de primera y él me llamaba por teléfono para saber cómo eran mis resultados. O sea, mi hermano me seguía la trayectoria aun estando clandestino”, cuenta Edgardo en Deporte, desaparecidos y dictadura, una miniserie documental que espera por su estreno en la Televisión Pública.
En 1973, su amigo el periodista Oscar Pinco se lo cruzó en una movilización de repudio contra el golpe de Estado en Chile. “Cuando fue la caída de Allende, estábamos todos con el ‘Viva Chile, carajo...’. Fui a una manifestación con algunos compañeros del colegio y de pronto, lo veo que venía él, Daniel. Encabezaba una columna de la JP y no era uno más. Se notaba su liderazgo. Ahí se me produjo un clic. Yo lo tenía del club Macabi, un club judío, de una burguesía determinada. Era el profesor de tenis ahí. Un tipo rubio, fachero, y uno pensaba: ‘Bueno, éste es uno más’. Pero no, era el que se ponía a hablar de filosofía, política, historia. Era brillante.”
Daniel también estudiaba derecho en la UBA. La diputada nacional del FpV María del Carmen Bianchi fue su compañera de militancia. Se conocieron cursando la materia Internacional Público. Rodolfo Puiggrós era el rector de la Universidad y Mario Kestelboim el decano de la Facultad de Derecho. La legisladora recuerda en la miniserie ciertos detalles con precisión: “Schapira era un activista número uno, muy discutidor. Fuimos ayudantes de cátedra de Rodolfo Ortega Peña y el jefe de Trabajos Prácticos era el Negro Sanjurjo. Daniel estudiaba muchísimo para ir a las clases, pero rápidamente fue cambiando el programa y a nosotros nos tocó dar la historia de las organizaciones armadas como parte de esa ayudantía”.
Bianchi conoció también a Andrea Yankilevich, la compañera de Daniel. Está desaparecida igual que el tenista. El militaba en la JUP y ella en la JP. “Eran dos seres humanos excelentes, maravillosos. Como yo vivía lejos, muchas veces paraba en la casa de ellos”, cuenta.
En estos días transcurren audiencias continuas en la megacausa ESMA, con 67 imputados, 789 víctimas del terrorismo de Estado incluidas en el juicio y 830 testigos. Entre estos últimos está Gabriela Yankilevich, la hermana menor de Andrea y Claudia, ambas desaparecidas. Cuando declaró sobre sus casos, contó que se fueron a vivir juntas porque habían desaparecido sus compañeros: Schapira y el abogado Jaime Eduardo Said. De Daniel siempre se habló mucho en los juicios de antes y de ahora, porque los represores experimentaron con él los métodos más sofisticados para torturarlo. En Recuerdos de la muerte, el escritor y periodista Miguel Bonasso describe cómo probaron sobre su cuerpo ciertos dardos envenenados.
Su hermano Edgardo dice que Daniel, desaparecido desde el 7 de abril del ’77, volvió a aparecer mientras estuvo cautivo en la ESMA. Sostiene que dos testigos dieron cuenta de los paseos a que lo sometían los represores de la ESMA. “Uno, Roberto Machado, acaba de fallecer. El otro, Carlos Alberto Fernández Cabado, es un profesor de tenis que lo vio en Echeverría y Cabildo, en el barrio de Belgrano. Mi hermano no saludó a ninguno de los dos porque lo sacaban a reconocer gente por la calle. A Machado le tuve que decir: ‘Te salvó la vida’.”
La historia de Daniel Schapira, transformada en un capítulo de la miniserie documental Deporte, desaparecidos y dictadura, le interesó al Festival de Cine de Jerusalén, que se realizará en diciembre próximo. Como los casos de otros deportistas desaparecidos, el suyo posee la fuerza motriz de dos actividades que en los años ’70 podían vivirse con la adrenalina de esa época: la militancia política y una carrera deportiva. El Tano dejó a esta última por la primera, aunque nunca se desentendió del todo porque –como contó su hermano Edgardo– seguía sus resultados desde la clandestinidad.
Tuvo un hijo con Andrea que fue criado por su abuela. Se llama Daniel, compitió como atleta paralímpico en los Panamericanos de Río de Janeiro 2007 y es el retoño que continúa su obra. Militó en Hijos, trabaja en el Cenard, tiene asistencia perfecta en la Carrera de Miguel y sigue levantando las banderas de lucha de sus viejos.
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