Revista Opinión
Está ya escrito por ahí la intensa relación que hay entre el
carlismo y el nacionalismo en España. No solo fueron carlistas los grandes
nacionalistas españoles hasta que llegó el minoritario y moderno falangismo, sino
que hay un calco casi matemático entre voto carlista en Guipúzcoa y la Cataluña interior y el voto batasuno y
CUP-leriano en ambas zonas. No sólo eso, quizá hay que ir más atrás. Una
parte relevante de esa Cataluña interior, refractaria a la heterogeneidad de la
modernidad, se sublevó en la primera de 1827, la revuelta de los
Agraviados, contra Fernando VII. Lo consideraban un débil, un mierda que se
plegaba a loas afrancesados y que, ¡oh horror! No quería restituir la
Inquisición. Muchos vecinos de Cervera, Vic, Reus o Manresa se alzaron en armas
porque se había expulsado a los liberales pero la Inquisición no volvía.
Adivine lector, 190 años después, qué perfiles políticos dominan la vida pública de todas
estas aldeas, en las que el Rey Felón aún parece un moderno…