Revista Filosofía

La luciérnaga y el sol

Por David Porcel

En un pueblo lejano había una luciérnaga especialmente luminosa. Destacaba sobre las demás a quien las comparaba, y en la noche era capaz de hacer el día y devolver a las cosas su color.

Todo el pueblo estaba tan agradecido, que hicieron una fuente de piedra en su honor en el centro de la plaza.

Mientras, la luciérnaga, acostumbrada a dar luz a su paso, vivía ajena a las ocupaciones y preocupaciones de sus gentes.

Pero un día la luciérnaga se fue del pueblo, dejando a la noche huérfana y a sus habitantes bajo un cielo profundamente gris. Y se fue con la naturalidad con la que viene la luz.

La luciérnaga y el sol

Hastiados de vivir sin luz, el poeta, el agricultor y el niño del pueblo decidieron consultar al gran sabio por si este podía conocer el paradero del coleóptero y hacerlo volver.

Al escuchar sus plegarias, el sabio les preguntó:

- ¿Qué echáis tanto de menos que ya solo la buscáis a ella?

Y el poeta replicó: - tan bellas formas y figuras, con sus colores y relieves, que así inspiran mis poemas y a mi naturaleza.

A lo que añadió el agricultor: - y el vigor y maduración de los frutos, visibles a la luz de la luna, incluso en los días de lluvia y tormenta.

La luciérnaga y el sol

El sabio, al observar que el niño no decía nada y permanecía mudo, se dirigió a él:

- Y tú, niño. ¿Qué echas tanto de menos que vienes hasta mí?

- ¡Qué ya no puedo soñar! ¡La luz interior!, es lo que se me ha llevado.

En ese momento el sabio comprendió, y dirigiéndose al niño, en voz alta, replicó:

- ¿Acaso viste a la luciérnaga lamentarse de perder su luz cuando sale el sol?


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