A Manuel Revilla.
A Emilio.
La luz, menudo tema. Es un asunto que viene pintiparado para cualquier ocasión, pero más ahora, en plena primavera pandémica y confinada, en la que tenemos cada vez más horas luminosas, que disfrutamos desde el interior de nuestras casas o, todo lo más, desde el balcón.
Según Alberto Campo Baeza la luz es el material más barato (y más lujoso) de la arquitectura. Y, por su parte, Louis I. Kahn decía en sus clases:
"La luz...
(Te ibas a la cafetería, desayunabas, charlabas con tus amigos, echabas una partidita a la brisca y volvías al aula).
...es".
El espacio arquitectónico es luz. Puede que sea más cosas. Seguro que es bastantes más cosas, pero, desde luego, luz...
(Pues parece que ha quedado buena tarde).
...es.
Gracias a mi amigo Manuel Revilla, excelente fotógrafo, amante de la pintura (es hijo de pintor) y maestro de la luz, he conocido hace unas semanas al pintor danés Vilhelm Hammershoi. (La "o" lleva una barra "/", pero con este teclado no la puedo poner).
Manuel nos agasajó con una serie de cuadros de Hammershoi que mostraban personas leyendo en el interior de casas. ¿Hay algo más hermoso y más feliz que leer tranquilamente en el interior de una casa luminosa y acogedora? Todos los cuadros que seleccionó son extraordinarios, pero (provisionalmente) me quedo con este:
Vilhelm Hammershoi. Interior con niña leyendo. 1910
Es el interior de una casa danesa. El sol entra tan claramente que embadurna el suelo. Una niña lee, pero no en el chorro de luz, sino algo retirada, con buena claridad pero sin la molestia destelleante de los rayos directos.
Hace unos años, en la casa museo de Sorolla, tuve una impresión tremenda ante uno de sus cuadros que parecía desprender la cegadora luz valenciana. Este cuadro de la niña leyendo es otra cosa. Estamos en Dinamarca, no en Valencia. La luz es limpia y clara, pero moderada, dulce, amable.
Y, además, a diferencia de Sorolla, a diferencia de Valencia y de España entera, en estos ambientes daneses se lee; en estas casas danesas se respira la paz de la lectura.
Uno diría que la luz española, francesa e italiana es vital, vehemente, festiva, y uno ve a los personajes de los cuadros trabajando duramente, o bailando, o comiendo, o bebiendo vino. Pero en esta luz danesa, en esta civilizada y serena (y sosa) luz danesa se lee. Bendita sosería, envidiable paz de una niña que lee.
En esa imagen reconozco escenas de mi niñez y de mi adolescencia, momentos de una enorme felicidad tranquila leyendo.
He hablado de mi amigo Manuel y lo he relacionado con la luz por su pasión por la pintura y la fotografía, que son eso, luz. Mencionaré ahora a mi amigo Emilio, apasionado por el cine, que es lo mismo, pero añadiendo el tiempo, la narración plástica de la luz en movimiento. Y, pensando en Emilio y en esta tranquila luz danesa, pienso también en Dreyer, cuyas películas nos gustan tanto a los dos. Busco alguna cosa de Dreyer para documentarme y veo que no soy el único aficionado a mezclar temas (siempre me queda la sensación de fijarme en lo anecdótico, de coger el rábano por las hojas). Compruebo que ya lo han relacionado con Hammershoi, y varias veces. Desde luego, está ya todo inventado y todo dicho.
Sí que se ve un parentesco ambiental. Es inevitable: La realidad en la que vivieron ambos era la misma, y al reflejarla salen temas parecidos y un "olor" similar. Pero yo, que hoy estoy imaginativo y un poco tonto, quiero leer la narrativa realista mágica del cineasta con los pinceles del pintor y, emocionado y feliz por las cosas que me ha sido dado disfrutar, quiero celebrar la mirada amorosa y controlada, el pulso sensible, la civilizadísima y elaboradísima narración de la esencia de un momento, de la intensidad de un ambiente, de la vida compleja y sencilla, de la soledad y del amor. En fin; no sé; no sé si se me entiende.
Me gustaría pensar que la vida tiene muchas capas que confluyen en un momento, en un estado de epifanía, en una pose plasmada en plenitud. Quiero decir que ante cualquier escena sencilla podríamos levantar una capa, y otra, y otra más, y asomarnos a una profundidad insólita y a una intensidad casi feroz que late por debajo.
Me gustaría pensar que es la luz, la forma en que incide, la calidez o frialdad que transmite, su intensidad cegadora o su suavidad acariciadora, la que nos permite vivir de una forma o de otra, beber, bailar, correr y, en el estado más sofisticado e inconcebible, incluso leer.
Me gustaría que alguien me encargara el proyecto de su casa, y, además de hablar de otras muchas cosas de las que se habla siempre, preguntarle: "¿Qué lee? ¿Cómo lee? ¿A qué hora prefiere leer? ¿Dónde lee?". Y que el resultado de todo ello, la arquitectura alquímica y mágica (si acaso yo fuera capaz de convocarla), diera ese lugar en el que lee la niña, con esa ventana, con ese suelo encharcado de luz, y esos visillos, y esas paredes tranquilas, y esas vigas, y ese espacio mágico de lectura, que es la forma más sofisticada y más compleja de la felicidad.