Revista Talentos
Vivimos inmersos en el ruido. Ruido, ruido, ruido. Ruido fuera, ruido dentro. Siempre ruido... Y el ruido nos ensordece, dificulta las relaciones, encarece la comunicación. También la que ha de producirse con nuestro interior.
Hay sordos y mudos que logran comunicar más y mejor que quienes hablamos y oímos, muchas veces sin llegar a decir nada, casi siempre sin escuchar.
Cuando era jovencita soñaba con encontrar el amor total; un compañero con el que pudiera comunicarme plenamente a todos los niveles. La comunicación era para mí, y sigue siéndolo, lo más importante. Comunicar y comunicarme con lo arcano de mi ser. Parece algo natural, mas ni es tan fácil, ni tan frecuente.
Ignoraba hasta qué altura hemos levantado murallas, cuando el otro está a un toque de clic, el grosor de las barricadas que la ausencia de empatía puede interponer.
Los silencios anímicos no buscados, como la soledad impuesta, son duros estados del ser que lo oprimen y aniquilan. En ellos raramente penetra un rayo de luz. Por eso, solamente una sincera y profunda comunicación puede iluminar el silencio.
Es la luz del silencio la que habla, cuando todo lo demás calla. La única que vence al ruido.
Y La luz del silencio es el título de una obra de Salvador Robles Miras, basada en su realidad familiar. Un relato intimista y veraz narrado con hondura, cariño, y una profunda admiración hacia los protagonistas. Encontramos en él una sabrosa y equilibrada mezcla de grandeza y sencillez. La misma combinación de grandeza y sencillez que encontramos en los hechos que narra: el día a día de un hombre de cuarenta años, al que una enfermedad incapacitante deja atado a una cama desde los diecinueve años, y de por vida. Una vida rota que son dos, porque con él y a su cama se amarra la vida la madre, con la que solo puede comunicarse a través de la mirada. Ahí reside la la luz; la luz del silencio, en los ojos del hijo hablando a la madre, y en los ojos de la madre escuchando al hijo.
Mucho silencio, pero también mucha, muchísima luz.
Un homenaje que desgrana Salvador en cuatro capítulos, cuatro ventanas al último tramo de vida de un hombre que no desea vivir, y que sin embargo, ama la VIDA con mayúsculas. A través de su mirada accedemos a su mundo horizontal, y en sus palabras pensadas leemos la letanía de su sentir desesperado: “Si tan solo pudiera”… nos repite una y otra vez.
Si tan solo pudiera expresarme de palabra… si tan solo pudiera regular el volumen de la radio y cambiar el dial… Si al menos pudiera mover las manos… Si pudiera eso… creo que lo aceptaría todo mejor.
Miguel, que así se llama el protagonista, analiza desde su inmovilidad la vida y la muerte, la enfermedad, el circo mediático que le llega por las ondas, la falacia social; nos invita a la reflexión, y después, en un ejercicio de lucidez, tras la crítica, se pregunta si en condiciones normales él no actuaría de la misma forma que aquellos a los que juzga. Y es que, paradójicamente, la movilidad nos convierte en más proclives a la inconsciencia y el automatismo. La autonomía, increíblemente inconsciente, nos hace mecánicos. La consciencia y la sabiduría necesitan quietud para prosperar.
He reconocido en esta novela el germen de temáticas desarrolladas posteriormente por el autor. Así, el periodismo, la política y el deporte, son la base para la reciente trilogía de género policíaco protagonizada por el sagaz inspector Telmo Corrales: La exclusiva del asesino, Troya en las urnas y El delantero centro se niega a jugar, respectivamente. También se habla de refilón sobre terrorismo, tema que abordaría Salvador después más ampliamente en su maravillosa novela Contra el cielo, alegato conmovedor y valiente, escrito en Bilbao en la época en la que en el País Vasco E.T.A. todavía esgrimía sus pistolas calientes, con las que trataban de imponerse secuestrando personas y libertades.
Mariaje López
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