Revista Cultura y Ocio

La luz prodigiosa de Fernando Marías

Publicado el 04 noviembre 2022 por Juancarlos53

«Entonces, con la suavidad imperceptible de un ladrón de guante blanco, se materializó la luz prodigiosa. Llamo así a esa hora, más bien a ese momento, pues dura solo un puñado de segundos, en que se unen íntimamente tus sentidos y la luminosidad, distinta a cualquier otra, del principio del nuevo día»


Fernando Marías, Premio de Novela corta Ciudad de Barbastro,Julio Verne
En febrero pasado leí de Fernando Marías, con inmenso placer, la novela de no ficción Arde este libro. Sin duda alguna -ya lo expresé en la reseña que hice sobre ella- una de mis mejores lecturas del año 2022. Uno de los momentos fundamentales de esa autobiografía novelada es el de la publicación de la primera novela del autor. Esa novela es La luz prodigiosa y la pareja, que formaban en el libro y en la vida real, Verónica y Fernando habían trabajado mucho en ella. Si éxito fue que la obra se alzase con el Premio de Novela Corta Ciudad de Barbastro el año de 1991, no fue menor que doce años más parde, en 2003, el cineasta Miguel Hermoso la llevase a la gran pantalla. Y de este triunfo artístico se habla, ¡y mucho!, en Arde este libro. Precisamente, en ese su último libro publicado en vida, el amor en ascenso y la luego completa desaparición del mismo tienen por vórtice La luz prodigiosa. Se entenderá, pues, que yo no tenía otra opción que ir a esa novela primera; pensaba que en ella encontraría claves que me harían entender mejor al escritor tristemente desaparecido el 4 de febrero de este año. Y así ha sido.
Sinopsis (proporcionada por la propia editorial)
Durante ese instante especial, preciso, en que comienza a amanecer y las partículas de luz sustituyen a las de oscuridad con una cadencia que es a la vez velocidad vertiginosa y extraordinaria lentitud, nos encontramos ante ella: la luz prodigiosa, dispuesta a obsequiarnos con su maravillosa virtud de permitir que nuestra imaginación se abra en libertad, viendo y sintiendo cosas para las que normalmente no está entrenada.
En La luz prodigiosa vuelve a aparecer, si bien innominado, el mismísimo Fernando Marías. Esta vez lo hace transmutado en un joven periodista que en agosto de 1986 ha acudido a Granada para cubrir el homenaje que la ciudad andaluza realizó a Federico García Lorca con motivo de cumplirse el cincuentenario de su vil asesinato. Cuál no será la sorpresa de este periodista, muy amigo de la bebida, cuando en un bar, esperando ya al tren que le llevará de vuelta a Madrid, se topa con un hombre desharrapado, casi un mendigo, que tras ser invitado a una copa más le suelta una revelación: 
«Lorca no murió aquel día que festejasteis ayer. Murió mucho después.»
Tal revelación, y más si se le dice a un periodista bisoño, provocaría la curiosidad y el interés de cualquier reportero que se precie. Y así ocurre en esta novela. Nuestro gacetillero, una vez cubierto el objeto de su viaje y a la espera de volver a Madrid, tira de la lengua a este hombre entrado en años. Y el hombre, animado por los vasos que va trasegando, le cuenta una historia ciertamente sorprendente. Le dice que él, en ese julio de 1936, una madrugada topó con un moribundo que había sido mal fusilado. Eso y el mucho tiempo pasado desde entonces, unido al innegable hecho de no haber sido encontrado el cadáver del poeta, lleva al anciano bebedor a concluir que Lorca no murió cuando habitualmente se dice. 
Esto es en síntesis el asunto que se expone en estas páginas. El periodista queda impresionado por la declaración que el viejo le ha hecho, aunque tiene serias sospechas de que todo sea una auténtica patraña. Sin embargo, ¿y si no fuese tal?, ¿y si esa luz prodigiosa del amanecer que asaltó al entonces joven en 1936, se hubiese vuelto a manifestar cincuenta años después en el compartimento del tren que de madrugada devuelve al periodista, también joven, a Madrid? ¿Y si fuese todo cierto? ¿Por qué no?
No sé bien por qué, pero esa 'luz prodigiosa', que apenas si dura un puñado de segundos, me ha hecho recordar durante la lectura de esta novela corta a Julio Verne, concretamente a su novela 'El rayo verde'. En ella el autor francés noveliza una leyenda escocesa según la cual, en el atardecer, poco antes de la puesta del sol, entre sus últimos rayos sale uno de color verde; quien lo ve es que está enamorado y si no logra verlo es que el amor no anida en él o en ella. Es evidente que hay cierta similitud entre la funcionalidad de esas dos luces, si bien en la novela de Fernando Marías la revelación se produce durante el incierto amanecer y en la de Julio Verne sucede en el atardecer.
Desde el punto de vista literario he podido constatar que el estilo que tanto me sorprendió durante la lectura de Arde este libro ya estaba, al menos en ciernes, en La luz prodigiosa. Así, por ejemplo, me ha parecido verlo en esa manera de abrir y cerrar los dos relatos de la misma manera, esto es, utilizando en el inicio y el final, de cada uno de ellos respectivamente, la misma expresión o el mismo conjunto de frases. Y por eso de buscar coincidencias, no deja de ser curioso que también estas dos novelas sean, una, la primera publicada, y la otra, la última en ver la luz.
Es Fernando Marías -ya lo dejé dicho en la reseña de Arde este libro- un enamorado de la lengua, a la que da siempre un trato excelente; un trato tan bueno, que su vena poética, aunque no la dejó impresa en forma de poemarios, sí que es reconocible en su prosa, que ya desde este primer libro se acerca en muchos momentos a la poesía. La poesía, la belleza de las palabras, confundidos -así lo confiesa en Arde este libro- por eso de que Edgar Allan Poe, Scott Fitzgerald, Fiodor Dostoievski, Jack London o el mismísimo Dylan Thomas encontrasen la genialidad envueltos en las brumas del alcohol, el autor y sus personajes la buscan en el fondo del vaso.  Durante muchos años de su vida la soledad del alcohólico fue la compañía conscientemente buscada por el escritor. En La luz prodigiosa, el periodista que es su alter ego mata las horas muertas, antes de encontrar al viejo que le contará lo de que Lorca no murió en agosto del 36, bebiendo por los bares de Granada («una de las cosas que mejor sé hacer es beber solo»). Esta misma soledad es la necesaria para vislumbrar lo que no tiene explicación por los métodos habituales; es lo que ocurre con la luz prodigiosa («Para que ello ocurra es necesario que uno esté solo –la luz prodigiosa no se puede compartir–»).
«nos encontramos ante ella: la luz prodigiosa, dispuesta a obsequiarnos con su maravillosa virtud de permitir que nuestra imaginación se abra en libertad, viendo y sintiendo cosas para las que normalmente no está entrenada.»
También en esta novela, igual que en su última obra, el escritor es consciente de la importancia que tiene la primera frase, las líneas iniciales de una obra. En su novelística, más en Arde este libro que aquí, las reflexiones metaliterarias abundan. Cómo comenzar una narración es algo que siempre le preocupa:
«"El viejo encendió otro cigarrillo de mi paquete de rubio americano, dio una profunda calada, expulsó el humo mirándome fijamente a los ojos y dijo:-Además, Federico García Lorca no murió en agosto de 1936"Era una forma de empezar como cualquier otra. Tomé un sorbo de café, encendí un cigarrillo y continué escribiendo.»
Si estas palabras, frases o líneas son acertadas, el lector -él así lo refiere cuando, en algunas entrevistas, habla como mero lector- quedará ya prendido en y prendado de lo que tiene en sus manos, no será capaz de desprenderse de él y lo disfrutará. 
Alfredo Landa, Miguel Hermoso, Kiti Manver, Nino ManfrediOtra coincidencia más entre estas dos novelas -primera y última de su producción- es la condición que tienen ambas de ser relatos redondos, cerrados sobre sí mismos. En ambos, al final, al repetir lo mismo que expresó al inicio nos transmite que lo que acabamos de leer es, en definitiva, el mismo libro que él está o ha estado escribiendo. Se cierra, pues, el círculo
De la versión cinematográfica que en 2003 hizo Miguel Hermoso y en la que él mismo intervino como guionista poco puedo decir, pues, sí, lo confieso, no la he visto. Sólo sé por lo que he leído por aquí y por allí que pone más el acento en el ocultamiento y falsificación de la historia realizado por el franquismo que en otra cosa. Intentaré verla en alguna plataforma televisiva, si es que aún la tienen en catálogo, que imagino que sí.
La luz prodigiosa de Fernando Marías

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